Frente a la posibilidad de que representantes del EZLN vengan al Congreso Nacional Indígena --que tendrá lugar en el Distrito Federal a partir de hoy hasta el próximo sábado 12-- se generó un conflicto que lleva a una clara evidencia: la negociación en Chiapas necesita un cambio de rumbo que vuelva a contener las posibilidades de la guerra como horizonte de futuro próximo.
Hay al menos tres tensiones importantes que integran los marcos de este conflicto que va para 34 meses. En primer lugar, está el vínculo entre el consenso y sus resultados. Al mismo tiempo que existe un amplio acuerdo social para que la guerra en Chiapas no sólo no vuelva a estallar, sino que incluso se logre una paz duradera, con justicia y dignidad para los actores centrales del conflicto, los mecanismos institucionales y la parte técnica de la negociación ha sido muy ineficiente, llena de enfrentamientos e incluso de provocación, como si en realidad no se quisiera avanzar en la solución de los problemas. Esta dinámica reventó hace unas semanas y en consecuencia el EZLN decidió suspender la negociación.
Las instancias de mediación han tratado de volver a generar un clima propicio para negociar, pero el gobierno ha mantenido dos discursos: el duro, a cargo de Gobernación, en donde se descalifica al EZLN y a la Conai; y el negociador, a cargo del presidente Zedillo. Sin embargo, ambos actores y discursos coinciden en la posición de que los zapatistas no vengan al DF porque, supuestamente, rompen la Ley para el Diálogo, la Conciliación y la Paz Digna en Chiapas. En las últimas horas, la posición oficial cambió, gracias, en parte, a la intervención de la Cocopa: de la negativa se pasó a una posición negociada, ya no para que los zapatistas no vengan, sino para que lo hagan a partir de un acuerdo con el gobierno.
Una segunda tensión que se ha generado es por la representatividad y delimitación del problema. Los zapatistas, desde un inicio, se han vinculado a amplios grupos de la sociedad, no sólo en México, sino en el extranjero. Esos vínculos con la sociedad civil han ampliado el espacio de influencia del conflicto local. La relación entre lo local y lo nacional ha estado permanentemente en el clima que rodea al EZLN. De hecho, ahora su posible visita a la capital, les daría un espacio y un escenario nacional que podría empujar de otra forma la negociación. El gobierno sabe que tener a los zapatistas en la ciudad de México, puede generar un efecto de bola de nieve con impactos múltiples para la legitimidad de la causa guerrillera. Sin embargo, a pesar de que es muy factible que el frente insurreccional se fortalezca, el gobierno también puede ganar si de nuevo gana la iniciativa de la negociación.
Una tercera tensión tiene que ver con las visiones de corto o de largo plazo. Desde el 1 de enero de 1994 Chiapas ha estado presente en casi todas las coyunturas importantes del país: jugó un papel simbólico durante la sucesión presidencial; luego durante el inicio del sexenio zedillista tuvo presencia en momentos importantes, desde la toma de posesión y el reinicio de las negociaciones, hasta la aparición del EPR, y la interrupción de las pláticas de paz hace unas semanas. Discursos van y vienen, buenas intenciones, rondas de negociación pasan y la situación real de Chiapas prácticamente no cambia sustancialmente: los zapatistas denuncian las permanentes agresiones del ejército y el gobierno no termina de mostrar una voluntad clara de resolución. El largo plazo, es decir, una modificación sustancial de las condiciones sociales, políticas y económicas de los grupos indígenas del país, como proyecto, no acaba de despegar. Los aires de racismo siguen imperando en los tonos culturales de la interlocución con los que el gobierno trata a los indígenas.
La disputa por la posible visita de los zapatistas ha mostrado por parte del gobierno una visión muy de corto plazo, un legalismo extremo y una falta de manejo político. El problema de fondo con esta visita es una lucha por la legitimidad frente al conflicto. La mejor salida política es romper el círculo de una visión de corto plazo y establecer una negociación que realmente vaya encaminada a modificar las condiciones de miseria y abandono de miles de chiapanecos. El viaje de zapatistas a la capital no es sino un detalle, importante por los efectos que puede provocar, pero no determinante en la solución del caso; si realmente se piensa con visiones de largo plazo y con voluntad de resolver de fondo el conflicto, lo primero que se tiene que lograr es un reinicio de las negociaciones, para lo cual una buena señal es que el gobierno permita el desplazamiento, como un signo de buena voluntad. Es posible que esta disposición ayude a destrabar los caminos de la negociación, no hay que perder de vista el bosque.