Una de las cosas más salientes del cuerpo es su caducidad. Si vibra de placer y tiembla de frío, si exige alimento y se retuerce de dolor, si se ufana de una movilidad en verdad sorprendente y se precia de una no menos admirable sensibilidad, si es capaz de albergar un alma entera, enorme en vida la carne al mismo tiempo decae hasta morir, destino genético que a menudo se describe como la única certeza.
En su evidente desamparo el cuerpo es también fortaleza. Es manos e inventiva, es ojos, oídos, herramientas y sobre todo, en el origen mismo del mundo está el Verbo. Antes que nada, antes incluso de concebirse la persona, la palabra es ya una función metabólica, aunque muchos miles, decenas, cientos de miles de años hubieron de pasar antes de que el sapiens inventara las primeras palabras. Se necesitaron varios años de paciente cuidado materno para que el niño aprendiera a hablar y muchos más de abandono por el mundo antes de que el adulto supiera expresarse. Nunca termina el singular aprendizaje; tras la extinción del individuo continúa en el decurso de las generaciones.
¿Es por esto la palabra un triunfo sobre la muerte?
Una lengua, los labios, antes que nada la membrana vibrátil de las cuerdas vocales y arriba de todo el área de Broca y las funciones emergentes del cerebro. Ahora sí una fisiología precisa y crecientemente compleja, que va nombrando el mundo a su paso como para alumbrarlo. Una emisión de aire como la antigua luz ocular de los griegos: es preciso nombrar las cosas para verlas. Palabras para convencer y negociar y proveerse, palabras para enamorar y perpetuar la especie, palabras para alcanzar la divinidad, para hacer la historia y para enredarla, palabras para divertirse, sólo palabras, como dicen las canciones. ¿Derrota del cuerpo? O parte esencial del andamiaje en que se yergue.
A estas preguntas la ciencia y la literatura ofrecen a su vez distintas palabras. Si la ciencia se desenvuelve en el mundo de lo posible y verosímil, la literatura aspira a lo imposible y no repara en verosimilitud alguna. El imperio de lo objetivo versus el reino de la subjetividad. Newton no ve gigantes en molinos de viento y el Quijote sólo verá en la manzana y el chichón una broma del sabio que escribe esta historia. Si la ciencia son los pies en la tierra y la cabeza a menudo por encima de las nubes, la literatura es los pies en las nubes y la cabeza en la tierra, incluso como avestruz bajo su superficie. La realidad de la literatura es por definición irrealidad en el código científico.
Las palabras de la ciencia, que no obstante la matemática involucrada o más bien junto ella, constituyen el corpus de ese conocimiento, aspiran a la más elevada transparencia. Cuanto mejor dejen translucir los experimentos y cifras subyacentes, los datos y los modelos que dan por resultado, más apropiadas para contar esa historia, esta particular visión del mundo. Muerte: un trazo en el osciloscopio, una ausencia de signos vitales, un determinado proceso químico, livideces cadavéricas y protocolo experimental o etiqueta de la morgue. Sí, una derrota del cuerpo, la sucesión infinita de secretos que se le van extrayendo y ningún triunfo sobre la muerte: se constata solamente.
Las palabras de la literatura buscan por el contrario la opacidad. Todo termina ahí, en la propia palabra que entonces se ilumina. La muerte: ``Sonidos negros detrás de los cuales están ya en tierna intimidad los volcanes, las hormigas, los céfiros y la gran noche apretándose la cintura con la Vía Láctea''. Ningún triunfo sobre ella, Federico, solamente acercarse a nombrarla.
Es cierto que la literatura se las ingenia para triunfar sobre la muerte, pero no es sólo eso: la procura a menudo, se somete a ella con frecuencia, la desenmascara de cuando en cuando, es a la inversa derrotada por ella. Soberana del cuerpo, la literatura a la vez efectivamente lo derrota. Pero en seguida, de nuevo, si quiere lo levanta victorioso para anularlo otra vuelta, lo machaca y resurrecta, lo sube al cielo. Principios de realidad, uno y otro, ciertamente distintos al que rige la vida cotidiana. Aquí a ras de suelo no hay triunfo que valga y la derrota de todos modos está asegurada: una caja de madera, acaso un epitafio inútil y un álbum de fotografías que si no lo son ya, pronto serán viejas.
Así, por fin, que no. Ni triunfo sobre la muerte ni derrota de la carne: la palabra, cimitarra del cuerpo en su esforzada y precaria victoria sobre la vida.
Una versión ampliada de este texto fue leída en la mesa redonda La palabra: ¿Triunfo sobre la muerte o derrota del cuerpo?, dentro del ciclo ``Ciencia y literatura'' de la XV Feria del Libro Científico y Técnico, organizada por el IPN y el INBA en el ex-convento de San Lorenzo y antigua ESIME del Centro.