Jesús Hernández Falcón
De ojos, telescopios y financiamientos

¿Cómo funciona un ojo? Una pregunta de este tipo se puede responder de varias formas y tal vez la primera sea con otra pregunta: ¿cuál ojo? Sería relativamente común empezar a hablar sobre los ojos de los vertebrados. Sin embargo, este no es el único tipo de ojo que hay y uno podría hablar de los ojos de los insectos o de los ojos de los moluscos. ¿Por qué estudiar los ojos de otros animales que no son ese bípedo que tiene como una de sus características más sobresalientes la de cuestionarse el qué y el cómo de las cosas, sobre todo si ellas tienen que ver con su lugar en el espacio y con la preservación de su salud?

La utilidad de la llamada investigación científica básica se ha puesto en tela de juicio constantemente, en particular porque ante las crisis recurrentes que vive el país se afirma que se debe realizar investigación aplicada a la resolución de problemas nacionales y olvidar la llamada investigación básica.

Los efectos de la investigación científica no siempre son fáciles de predecir para el corto o el largo plazo. Sirvan las siguientes líneas para poner un ejemplo de las interrelaciones de investigaciones científicas de diversa índole, y en apariencia desconectadas.

En la naturaleza, los ojos son de diversos tipos, pero tienen una organización común que consiste en una porción conductora de la luz (llamada porción óptica) y otra sensible a la luz (llamada porción fotorreceptora). Esta organización está presente en los ojos de un pulpo, de una abeja, de una langosta, de un pez o de un humano. En crustáceos como los acociles y las langostas los ojos tienen un diseño facetado en el que la reflexión de la luz dentro de cada faceta les permite ver en condiciones de muy poca luz; además, poseen un campo de visión muy amplio (180 grados). Cuando la organización del ojo de estos animales se conoció, a mediados de la década de los 70, un astrónomo de la Universidad de Arizona propuso que este arreglo sería ideal para la operación de un telescopio de rayos X que mejorara los hasta entonces conocidos (que tenían como limitante, entre otras cosas, lo estrecho de su campo de observación). Tal telescopio no se podía construir en 1979 pues aún no había los materiales ni la tecnología apropiada. El trabajo en muchas áreas de la ciencia, ha permitido tener hoy en día tales técnicas y materiales y un consorcio en el que participan diversos organismos norteamericanos, australianos e ingleses que construye en Melbourne, Australia, el llamado ``Lobster-eye X-ray telescope'' (el telescopio de rayos X de tipo ojo de langosta) que se espera poner en el espacio para finales de 1997.

Las investigaciones sobre la biología de los invertebrados no tienen como finalidad la construcción de telescopios espaciales, la ingeniería de computación o de materiales tampoco, los físicos y astrónomos no suelen usar animales para la comprensión del espacio, del tiempo y de los fenómenos estelares o cósmicos. El desarrollo tecnológico e industrial, la creación de empleos y el avance en el conocimiento general van aparejados a la investigación científica sin necesidad de que ella sea ``aplicada a la resolución de problemas nacionales''.

Hace un buen número de años que vivimos esta falsa dicotomía entre la llamada investigación básica y la aplicada. Podríamos decir que una no existe sin la otra y que se encuentran inmersas en un círculo en el que resulta harto difícil decir dónde comienza una y dónde la otra. Las relaciones entre ellas son múltiples y muchas veces insospechadas. Se puede parafrasear a Monod y decir que la dirección en la búsqueda del conocimiento científico depende de dos grandes factores: el azar y la necesidad.

Dicho de otra manera, la investigación básica produce frutos cuando está madura y no es posible forzarla para que lo haga antes. La única fórmula que ha funcionado para obtener estos frutos es mediante el fomento de ella y la aplicación de recursos económicos significativos.