Las negociaciones de paz en Chiapas parecen haber entrado a una nueva etapa. La crisis provocada por las interpretaciones posibles a la ley que norma el diálogo, no expresa sino el agotamiento de un formato y la necesidad de revisar los esquemas en que había venido operando la búsqueda de la paz. Sin lecturas apasionadas, se puede admitir que efectivamente la ley es ambigua, y el hecho que hoy parte de la discusión gire en torno a las regulaciones, es una señal de que el conflicto, antes que solucionarse con la aplicación de la ley, es político y merece un tratamiento político. Sin duda, una parte del problema radica en la ley misma, pero lo esencial está en la ruptura de un clima de confianza, y en que se propicien las interpretaciones múltiples.
De seguir con la inercia de la provocación o la intimidación, que ha permeado el ánimo de ambas partes, seguramente arribaremos al peor de los mundos: si los dirigentes zapatistas atienden la invitación del Congreso Nacional Indígena y se cumple la promesa gubernamental de apresarlos, malo (para algunos el autoritarismo del gobierno será intolerable); si los zapatistas deciden venir a la capital y el gobierno incumple su promesa, igualmente malo (para otros la debilidad de las autoridades de hacer cumplir la ley será una señal muy grave). El sobredimensionamiento de un evento suele ser un buen indicador de las atrofias con que opera un esquema de relación. Las distorsiones nunca ayudan. A nadie escapa que la confianza se ha ido perdiendo, que las acusaciones han ido subiendo de tono, y que asistimos al viejo torneo de ``él empezó''.
Sin embargo, con todas las imprecisiones que pueda tener la ley, y que hoy parecen descubrirse, hay que recordar que por mucho tiempo fue el marco normativo en el que los actores se reconocieron; y a pesar de las ambigüedades fue útil para conducir las negociaciones de paz. Y ello era así porque, leyes aparte, se logró construir un clima en el que la disposición al entendimiento y la búsqueda de soluciones estaba por encima de la lógica del exterminio o aniquilación. Replantear entonces la lógica de la negociación quiere decir recuperar ese ambiente.
Es obvio, por otra parte, que el contexto en que se han dado las negociaciones ha cambiado y que las percepciones (e incluso pretensiones) de las partes también se han afectado. Hasta hace muy poco, y con la misma ley, nadie se planteaba la presencia zapatista en el DF como un problema estratégico. Las próximas horas parecen decisivas para volver a situar alguna perspectiva. Está claro que si los zapatistas asisten al congreso indígena sin acuerdo previo con las autoridades, y sin un horizonte de reinicio del diálogo cierto, las posibilidades de negociación política con el EZLN habrán retrocedido de manera significativa. Así, más que golpes de timón legales, o actos de provocación y retos, lo que urgen son señales de distensión que reubiquen una perspectiva de negociación política.
Por fortuna no partimos de cero: el trabajo que han desarrollado las instancias de mediación ha sido lo suficientemente fértil como para constituir un punto de arranque cierto. Recuperar la negociación quiere decir, parafraseando a los que mandan obedeciendo. estar dispuesto a ganar perdiendo, o perder ganando, según se quiera ver, pero a desterrar por completo toda la beligerancia y los desplantes propios de la lógica de guerra. Ojalá que, sin vencedores ni vencidos, se puedan recuperar las potencialidades del diálogo. No hacerlo nos va a pesar a todos.