ENCANTO E INDIGENCIA
Víctor Ballinas La delegación Cuauhtémoc ocupa el primer lugar en el número de indigentes que deambulan por sus calles con un total de mil 458, y ``contra todo pronóstico'', destaca el muy alto número de indigentes en Iztapalapa, con 742, por lo que se ubica en segundo lugar en la concentración de este tipo de población.
En el estudio Ciudad de México: los indigentes 1996, se indica que el caso de esta última delegación se da porque sus características, no son similares a las delega- ciones céntricas. Sin embargo, ``se explica este fenómeno porque es la jurisdicción más poblada de la ciudad''.
Con todo, esa justificación parece endeble, se precisa en el mismo estudio, porque si se toma en cuenta que la delegación Gustavo A. Madero ocupa el segundo lugar en el número total de habitantes del Distrito Federal, pero se ubica en el quinto sitio en cuanto a población indigente con un total 458.
También se anota en el primer estudio censal de la población indigente del Distrito Federal, elaborado por la Secretaría de Desarrollo Social del Departamento del Distrito Federal (DDF), el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la Junta de Asistencia Privada, y otros organismos, que hay excepciones a la regla de que los indigentes prefieren las zonas comerciales.
Así, se señala que hay un alto número de indigentes en la delegación Magdalena Contreras con 141, que excede el parámetro. La explicación que se ofrece, es que se trata de ``indigentes funcionales'' --teporochos--, y específicamente se trata de alcohólicos.
Otra de las excepciones a la regla, detalla el análisis, es en el sentido de que los ambulantes prefieren vagar por las zonas comerciales y mercados.
Otro caso raro se tiene en la delegación Iztacalco, donde el censo apenas reporta seis personas, y explica que eso se justifica por ser una delegación limítrofe con la zona céntrica hacia la cual emigran los posibles indigentes.
La Benito Juárez es otra excepción, su bajo número, de apenas 41 indigentes, en donde otros fenómenos sociales están muy desarrollados, se explica por la reacción expulsora de los vecinos de zonas residenciales que desalientan la presencia de éstas personas.
Los casos de mujeres, los más denigrantes
Las mujeres indigentes en la ciudad suman 957, sin embargo durante los recorridos para el censo, se detectó que generan en el transeúnte y en cualquier persona variados sentimientos que obligan a pensar en programas específicos para ellas.
Así, los encuestadores y observadores que levantaron el censo, detalla el estudio, coinciden en que las mujeres resultaron mucho más agresivas que los hombres, y por lo tanto más renuentes a facilitar el conteo. También, apuntaron los encuestadores, ``las patologías mentales son mucho más evidentes, y fue más notorio su estado de intemperancia alcohólica''.
La delegación Venustiano Carranza, que ocupa el cuarto sitio en el número total de estas personas, cuenta con 28 por ciento de mujeres, en tanto que en Iztapalapa se alcanza apenas 15, en Gustavo A. Madero tiene sus indigentes del sexo femenino alcanzan el 17 por ciento, mientras que en la Cuauhtémoc es de 23 por ciento.
Abandonado desde los seis años, La Changa a sus 24, ha pasado de papelero a drogadicto y de habitante de Tulyehualco a invasor de casa en ruinas en el centro de la ciudad.
Sus vivencias, dice, ``son padres; es la libertad, aquí no hay quien nos mande''. Con una chamarra sucia y rota ingresa a su morada: una casa abandonada y en ruinas donde fétidos olores golpean la nariz. El inmueble de dos niveles presenta fracturas en las paredes, en el techo del primer piso hay un hueco por donde se descuelga hacia la planta baja, que es un desnivel que utilizado para realizar sus necesidades fisiológicas.
Igual que muchos de los indigentes, La Changa utiliza viejas cobijas que casi se caen en pedazos, pero que le ayudan a alivianar el frío de la noche; los trozos de cartón levantados en cualquier esquina le sirven de cama y las bolas de papel o bolsas llenas con desperdicios descansan temporalmente su cabeza antes de ser unidas al kilo que habrá de vender durante el día para ``echarse un taco en cualquier puesto''.
Mientras, Celia Fernández Gómez, una maestra de primaria que prestó sus servicios más de 50 años como docente, espera en una jardinera que algún día sea llamada de la primera agencia investigadora del Ministerio Público, localizada en la Plaza del Estudiante, para ampliar su denuncia contra ``una vivales que me robó mi casa y mi dinero''.
La Maestra, como la conocen sus compañeros, es una de las pocas personas lúcidas que anda por las calles en busca de ayuda para pagar sus alimentos; calza un par de zapatos a punto de romperse por encima y ya muestran sendos agujeros en sus suelas, su ropa sufre el desgaste propio del uso constante.
Por su parte Juan, un homosexual que vive en la calle desde los ocho años, relata: `` mis padres me echaron por no ser hombrecito'', y también pide una ``ayudita para comer''.
La homosexualidad de Juan ``ha crecido por hambre y necesidad, hay quienes me piden una mochada a cambio de unos pesos, pero no me tratan mal, tampoco ando con muchos, la mayoría ya los conozco''.
Sus únicas pertenencias son ``cartones y esta bolsita'', desea ingresar al albergue del Departamento del Distrito Federal para ``tener un techo, ya que en la calle hace mucho frío, pero no me aceptan porque dicen que voy a ver qué agarro''.
El Bigotes, un niño de 15 años, lleva su mona, dice que ``es lo más rico, lo que hace olvidar el hambre'', con su papel sanitario o periódico mojado con solvente, arrastra uno de sus pies ennegrecidos por la mugre, ambos muestran surcos que parecen llagas, su ropa multicolor lo cubre un poco, pues su chamarra se mojó con los aguaceros y los quicios de la zona de Observatorio no lo han podido cubrir.
La María en tanto, lava la ropa de su hijo. En una cubeta de cinco litros echa un poco de agua al pantalón raído. `Se ensució anoche'', confiesa. El excremento escurre entre sus dedos mientras el agua se enturbia y su hijo de cinco años se va con otra mujer. ``Me lo pidió un rato, dice que va a buscar quién nos dé un poco de lana para comer''.
``Soy de Veracruz, quiero regresar a mi pueblo'', dice Javier, quien asegura no poder hablar ni darse a entender mientras acomoda el muñón de su pierna izquierda. Con su pantalón amarrado a la altura de la rodilla y su muleta tirada a un costado. ``Es domingo, hoy no hay gente, por eso me quedo aquí hasta que abren el albergue'', dice.
Rosa María y un grupo de mujeres, se dedican a recolectar cartón, latas de refresco o cerveza, habitan en el parque del Abelardo, en las calles de Justo Sierra. De lo recolectado guardan una parte para formar sus camas y pequeñas casas en las que pasan las noches.
La más joven, sucia y con la ropa rota, menciona, ``a veces me piden una mojadita --relaciones sexuales--, pero sólo se las doy a los cuates, a los que invitan un trago o un taco --se ríe y añade-- también ése se los doy, pero primero que le entren''.
Otros entrevistados, en el viaje, niegan tener familia y dicen haber sido orillados a vivir en la calle y drogarse ``por que mis padres me echaron, me golpeaban, por puro gusto''.
``Un rincón de una casa abandonada, el quicio de un negocio o los matorrales de cualquier jardín son buenos, lo malo, es el pinche frío que a veces nos mata por no tener qué chupar o qué jalar, agrega el Rascahuele, mientras lleva se lleva a la nariz su mona.
Gustavo Castillo García