La influencia de Aristóteles en el desarrollo de la ciencia occidental es incuestionable. En la medicina, el pensamiento aristotélico ha tenido siempre un lugar preponderante y algunas de sus ideas permanecen vivas todavía hoy que alcanzamos la orilla de un nuevo milenio. Nació en Estagira, una pequeña ciudad de Macedonia en el año 385 ó 384 a. C. Su padre, Nicómaco, era médico del rey Amintas III y descendía de una familia de Asclepíades, así llamados los descendientes de Esculapio, por lo que Aristóteles provenía de la dinastía de la divinidad de la medicina. No es casual por ello su enorme interés por los estudios biológicos y médicos. Su pensamiento en estos campos tuvo un peso determinante que se prolongó durante toda la Edad Media, hasta el Renacimiento, periodo en el que algunas de sus concepciones fueron corregidas. Sin embargo, algunas otras como las relativas al papel de la mujer en la generación, resistieron no solamente la mirada crítica de los siglos XV al XVII, sino además pasaron intocadas por la Revolución Científica. Y aquí están, acompañándonos en nuestro complicado tránsito hacia el siglo XXI.
A diferencia de médicos y filósofos como Anaxágoras, Empédocles, Hipócrates o Parménides que pensaban que el feto era el resultado de la participación combinada de elementos del hombre y la mujer, Aristóteles sostenía, por el contrario, que las mujeres desempeñaban un papel secundario en la formación del embrión, limitándose a proveer el material en el que el hombre imprimiría las características al nuevo ser.
La mayor parte de los conceptos aristotélicos sobre la reproducción se encuentran en los libros titulados De la Generación en los Animales. En la antigüedad se pensaba que tanto la mujer como el hombre emitían semen. Este provenía de la sangre pero el semen masculino es, en la concepción aristotélica, más puro y el de la mujer de menor pureza (el semen femenino es análogo a la menstruación). La razón principal de esta diferencia es el temperamento y el calor. La mujer es, a diferencia del hombre, de naturaleza fría, por lo que la pureza del semen masculino y su apariencia se deben a que el calor concentra en él la potencia de la sangre; la mujer, por ser fría, no tiene la capacidad de cocción de su semen por lo que éste es estéril. Así, la participación femenina en la generación, a juicio de este filósofo, se limita a aportar el medio en el que el hombre deposita las cualidades del embrión, entre ellas la forma, el movimiento y el principio del alma.
Las ideas de Aristóteles sobre la generación persistieron en parte porque fueron adoptadas, aunque con algunas modificaciones, por Galeno en el siglo II d. C. cuyo pensamiento fue canónico en las universidades medievales y condujeron a errores importantes en la apreciación médica sobre la mujer. Algunas de las fallas en las concepciones aristotélico-galénicas fueron corregidas en el Renacimiento pero otras no. Por ejemplo, en la anatomía de Ambrosio Paré o la del mismo Vesalio, quedan huellas de la idea de que el origen de la diferenciación sexual, es decir, lo que determina la formación de un embrión masculino o femenino se debe a grados distintos en la pureza de la sangre*. Otras ideas como el carácter pasivo de la mujer en la reproducción se mantienen intactas en los modelos científicos de finales del siglo XX.
En efecto, si bien hoy se sabe que las cualidades del embrión están dadas por la combinación del material genético del padre y de la madre, persiste la idea de que la diferenciación sexual está impresa por el hombre. Es el semen masculino, es decir, el espermatozoide, quien determina como portador del cromosoma sexual decisivo el sexo embrionario, la morfología de los órganos sexuales y su función (la forma y movimiento aristotélicos). Es la presencia del cromosoma Y, aportado por el semen masculino, lo que determinará que se desarrolle un hombre y su ausencia o defectos lo que provocará que se desarrolle una mujer. El modelo de diferenciación sexual creado por la ciencia moderna, es un modelo claramente aristotélico.
No quedan más que dos posibilidades: O la ciencia actual con su racionalidad, rigor y objetividad han venido a confirmar la certeza de los conceptos aristotélicos; o bien tenemos que encarar una especie de nuevo Renacimiento en el que hay que remover los cimientos del modelo de diferenciación sexual y sustituirlos por otros.
*. Aristóteles pensaba, al igual que Hipócrates que el testículo derecho y la implantación del embrión en el lado derecho del útero determinaba el sexo masculino del feto, la explicación galénica era que las arterias del lado izquierdo y su sangre no habían sido purificadas, lo que daría lugar a una mujer. Las ilustraciones anatómicas de Paré y Vesalio muestran este error que fue reconocido plenamente hasta el siglo XVIII, por médicos como Hermann Boershaave.