Por sus dimensiones y decoración, no es exagerado llamar palacio al antiguo Teatro Metropolitan, que inauguró con gran boato el presidente Manuel Avila Camacho en septiembre de 1943. Era una época de bonanza para México, debido en gran parte al conflicto armado que asoló al viejo continente, lo que dio lugar a que se interesaran en nuestro país inversionistas extranjeros y que buscara refugio la nobleza europea, atraída por el clima y la tranquilidad.
Ese auge propició la época de oro no sólo del cine mexicano, sino del arte nacional; hubo un florecimiento de la literatura, la danza, el teatro, las artes plásticas, que demandaban más escenarios, escuelas, propuestas y oportunidades. Una muestra es la producción cinematográfica: en ese año se filmaron más de 70 películas.
El recién nacido Metropolitan se estrenó precisamente con la cinta Los Miserables, basada en la obra de Víctor Hugo, con un elenco ya clásico: los hermanos Soler, Manolita Saval, David Silva, Esther Fernández y Ricardo Montealbán, todos ellos presentes el gran día. Desde sus inicios funcionó como lo que ahora se llama ``salón de usos múltiples'', ya que fue sede de congresos, festivales, desfiles de moda, fiestas de graduación y desde luego de teatro, danza y cine.
El majestuoso edificio fue diseñado por el imaginativo escenógrafo Aurelio G. Mendoza, quien mezcló una serie de estilos en el más representativo eclecticismo, predominando el Renacimiento y las modas de los reyes Luis XIV y Luis XVI de Francia; lo construyó el afamado arquitecto Pedro Gorozpe Echeverría.
Sin exagerar se puede afirmar que todo es grandioso: la entrada de mármol color coral, con grandes pilastras negras del mismo material, el vasto vestíbulo, la enorme chimenea de mármol verdoso al inicio de la imponente escalera doble; en sus mejores tiempos los adornaban tibores de porcelana de Sevres, esculturas de bronce y mármol, espejos fastuosos, candelabros y pesados sillones de anchos brazos, forrados de suntuosos brocados y terciopelos.
El inmueble estuvo acompañado por otras grandes salas de espectáculos, que le hacían la competencia palaciega: el Orfeón, el Palacio Chino, el Alameda, el Colonial; cada uno con su personalidad y estilo. El de nombre oriental le hacía honor con una decoración totalmente chinesca, que hacía volar la fantasía a tierras lejanas; el Alameda, con sus balcones que semejaban un pueblito y su cielo estrellado, que hacía jurar a los infantes que estaban a la intemperie.
El paso de los años, las crisis económicas y el invento de la videocasetera, entre otras causas, fueron vaciando las salas monumentales, que en el mejor de los casos fueron transformadas en minicines, cuando no desaparecieron por completo; el único que sobrevivía heroicamente era el Metropolitan, que seguramente hubiera seguido el mismo camino.
Afortunadamente la visonaria empresa Ocesa, que maneja el Palacio de los Deportes, el Autódromo y el estadio Azul-Grana, lo alquiló para convertirlo en uno de los centros de espectáculos más importantes de la ciudad. Con acierto conservaron su decoración original, lo que permite apreciar las magníficas columnas, esculturas, escaleras y chimenea. Los antiguos telones de terciopelo rojo fueron descosidos y lavados con un esfuerzo magno y repuestos con el lujo del primer día.
La parte técnica se sustituyó con el equipo más moderno; se hicieron nuevos vestidores, baños y se colocaron flamantes butacas, asimismo se instalaron dos bares. En la dirección se colocó a la dinámica Tala Menéndez, quien manejó anteriormente el Auditorio Nacional y los teatros del Seguro Social, con lo que se ha logrado que a partir de la reapertura, en enero de este año, se hayan presentado allí varios de los artistas más importantes, nacionales e internacionales, que materialmente han hecho insuficientes las 3 mil 165 localidades; para mencionar sólo algunos: Ricki Martin, King Crimson, Mijares, Fernando de la Mora, Alejandra Guzmán, Facundo Cabral, Zucchero y Eric Burdon. Todo ello con las máximas medidas de seguridad.
Otra ventaja del nuevo Teatro Metropolitan es que está a un paso de los mejores restaurantes antiguos y modernos del Centro Histórico; de los primeros se puede mencionar el Tampico Club y el Lincoln, y de los segundos Los Girasoles y el Senado High Life, para no hablar de los bares favoritos de los jóvenes, que hay uno en cada manzana; algunos de los más famosos: La Vecindad, el Barroco y el encantador Bar Mata.