VENTANAS Eduardo Galeano
La narradora

Caminando por el parque del Retiro, aquella mañana, Chiti Hernández Martí se sentía limpia de toda pena, propia o ajena, y se sentía alegre de la mejor alegría, que es ésa que no tiene motivo ni necesita explicarse; alegre porque sí, por todo y por nada.

Chiti se sentó en un banco, bajo la fronda, respiró hondo el aire verde, cerró los ojos. Cuando los abrió, a su lado había un enano.

El enano se presentó: era torero. Ella imaginó el tamaño del toro y se le encogió el alma y se le frunció la cara.

--Te ves muy triste --dijo el enano, y pidió, exigió:

--Cuéntame.

Ella negó con la cabeza, pero el enano insistió:

--No seas desconfiada, Blanca Nieves.

Y Chiti murmuró el primer nombre de hombre que se le pasó por la cabeza, mientras pensaba en lo dura que debía ser la vida de un enano torero. Y por no defraudarlo inventó que el muy golfo se ha aprovechado de mí, y a partir de entonces ya no pudo detenerse. A medida que la historia iba creciendo, este perdulario me golpea, me maltrata, me llama puta y pocacosa, Chiti sentía cada vez menos pena por el enano y más pena por ella, pena y lástima por ella, que para entonces ya estaba embarazada de aquel embustero casado y con hijos, cómo pude hacerle eso a mi novio que es tan bueno, él no se merecía eso, y Chiti temblaba de frío en pleno verano, ahora me han echado del trabajo, no sé qué será de mi vida, no conozco esta ciudad, no tengo a nadie, me cierran la puerta.

El enano, abrumado, ya intentaba consolarla y se miraba los pies, que colgaban en el aire, mientras los arroyitos de las lágrimas, lágrimas de verdad, atravesaban el parque hacia el lago donde navegan los barcos de remo.