Néstor de Buen
¡Viva la República!

A la memoria de Odón, en su cumpleaños

Corría, pienso, el año de 1930. Vivíamos en Sevilla, donde mi padre ejercía la profesión con despacho propio, además de impartir la cátedra de derecho civil en la Facultad de Derecho de la Universidad de la que era Rector don Manuel Pedroso.

Nuestro departamento, en la calle de Marqués de Paradas, a espaldas de la Torre del Oro y muy cerca de la Maestranza y de la Estación del Ferrocarril, al lado del barrio de Triana, estaba en un tercero o cuarto piso. Una noche de audacia, Odón, entonces de 8 años de edad, inspirado por las corrientes dominantes en la familia, se asomó al balcón y aprovechando que allá abajo pasaba una pareja de guardias civiles, lanzó un ¡viva la República! que puso de manifiesto su futuro político y un valor a toda prueba, y de mi parte terror y llanto (4 añitos nada más, cerca de 5). La República llegaría el 14 de abril del año siguiente.

En aquellos tiempos y por muchos años, ser republicano era, al menos en España, toda una ideología, diríamos que la ideología principal, tan principal como ser monárquico. Iba, por supuesto, acompañada de izquierdismos centristas, izquierdismos de mayor énfasis, izquierdismos radicales o anarquismos rotundos.

Aunque nací en plena monarquía, durante el reinado de Alfonso XIII, abuelo del rey actual, lo republicano fue algo pegado a la piel, esencia de tantas cosas que costaron una guerra y el prolongadísimo exilio. Reconozco que con todas las simpatías que siento por Juan Carlos de Borbón, nunca pude admitir como de España la bandera roja y gualda (y mucho menos con los zopilotes imperiales que le agregó Franco, afortunadamente desaparecidos), que siempre fue mía la roja, amarilla y morada de la República.

La democratización de España en el prodigioso acto de magia que condujo a la Constitución de 1978 y de manera especial, la gracia y la sensibilidad del Rey Juan Carlos me hicieron olvidar la vieja polémica de monarquía o república a partir de la consideración de que lo fundamental es la democracia y que a ella se puede llegar, como lo demuestra España, por cualquiera de las dos vías.

Quizá desde la razón, resulta absurdo que una familia reine y que ese reinado sea, además, hereditario. En el mismo sentido, que sea mantenida y por todo lo alto, con los recursos del Estado. Es absurdo y antisocial, pero ahora ya no me importa. En el fondo creo que sale mucho más barata una familia real permanente que un renuevo republicano cada seis años, con toda la corte celestial sedienta de poder y de otras cosas que se le incorpora a nuestros monarcas sexenales.

Por eso me ha llamado tanto la atención que ahora Julio Anguita, secretario general del Partido Comunista de España y dirigente máximo de Izquierda Unida, haya iniciado una campaña que amenaza con romper los viejos Pactos de la Moncloa y reivindicar el derecho a constituir una Tercera República para España.

Hace años esa noticia me habría parecido sensacional. Hoy me dio la impresión de que en el más viejo de los desvanes, en la más vieja de las maletas, Julio encontró un gorro frigio lleno de polvo, se lo puso, se vio en el espejo (lo que intuyo hace con frecuencia) y en la réplica del azogue se vio cruzado por la banda republicana y una investidura presidencial. De lo que no cabe duda es de que es un hombre guapo y de porte, por lo que la imagen tiene que haber sido de su plena satisfacción.

Pero ¿a quién le importa ahora, a fines de este siglo y milenio, que haya o no República si, a cambio, hay democracia? Como si las repúblicas, que tantas hay por el mundo, fueran modelos insuperables de conducta. No hace falta que vayamos muy lejos en busca de ejemplos negativos. Los tenemos en casa.

Pero en aquellos remotos tiempos sevillanos, la de Odón, mi recordado hermano, fue una hazaña política. Aunque ahora pienso que aquellos guardias civiles de mi susto enorme, probablemente eran también republicanos.