A la Economía, como disciplina de estudio de los fenómenos de la sociedad, le falta la agudeza y el carácter que ha tenido en otras épocas. Por ello, muchos economistas aparecen hoy como personajes poco atractivos políticamente y poco estimulantes intelectualmente. Asimismo, las instituciones nacionales e internacionales encargadas de administrar los procesos económicos proyectan una imagen rígida y hasta aburrida. Esto ocurre con el Fondo Monetario Internacional que, ahora que celebró su Asamblea anual, mostró que no consigue proponer una visión que sea consistente con la situación mundial, ni acierta a hacer propuestas innovadoras que pudieran convocar a un nuevo orden económico que fomente el progreso y la paz entre las naciones.
La economía mundial está marcada por el lento crecimiento, la incapacidad de generar suficientes empleos, enfrenta los efectos de una reciente fragilidad financiera y provoca la acumulación de la pobreza en zonas muy diversas, incluyendo algunas dentro de los mismos países industrializados. El orden económico internacional creado tras la segunda Guerra Mundial es ya parte de la historia, y el desorden reinante se impone y se extiende. Al mismo tiempo, ese desorden concentra el poder de una forma tal que no se alienta la expansión productiva que genere un mayor bienestar social. La creciente relevancia del capital financiero está exponiendo los límites del funcionamiento actual del capitalismo que no logra vigorizarse a pesar de la desaparición de su antiguo rival. Las tensiones crecen día a día con conflictos cuyo potencial explosivo es cada vez más grande.
El FMI mantiene las mismas consignas y recetas que han logrado validar el lento crecimiento económico mundial y han conseguido repartirlo de manera tan inequitativa en las últimas dos décadas. La visión de la economía que propone ese organismo es tan poderosa que logra que se exprese por parte de los gobiernos, de las grandes empresas y de los ideólogos del momento --siempre tan oportunos--, como la única posible. Tiende a crear, así, una sociedad carente de altenativas, con propuestas económicas bastante chatas y, por lo tanto, más proclive a los conflictos políticos.
Pero, incluso dentro de esa visión unitaria y eficaz para mantener la disciplina económica, el FMI ha tenido que reconocer que la estabilidad macroeconómica no ha sido consistente con la equidad, que las reformas aplicadas en la mayor parte de los países por más de un decenio no tienen un sólido sustento económico, y que esas mismas reformas están debilitadas por la carga del endeudamiento externo.
La poderosa institución financiera, que tuvo que aclarar que no interviene en la definición de los programas económicos de los países miembros como México, planteó que las crisis bancarias son un factor latente en muchas economías. Y reconoció abiertamente el riesgo de dichas crisis en los sistemas nacionales --talón de Aquiles de la estabilidad, les llama-- que pudieran además extenderse al sistema financiero internacional. Pero ante esa posibilidad creada en buena medida por la así llamada globalización de los capitales, esa institución es muy tibia para imaginar alternativas y hacer una propuesta política que la pusiera en el frente de verdaderas reformas del sistema.
Viviendo en México sabemos de todas estas consecuencias adversas de las políticas económicas que se aplican también de manera global. Sabemos del incremento de la pobreza en el país, de las restricciones que enfrentan los procesos de la reforma económica y la estabilización financiera, y del aumento de la corrupción. Sabemos también de las repercusiones negativas de las crisis bancarias y del alto costo social que hay que pagar para remediar los excesos del crédito y de la especulación avaladas por el propio gobierno y el mismo FMI. El discurso del FMI y de sus instituciones hermanas como el Banco Mundial y el BID nos es, pues, cercano, aunque ello no significa ningún consuelo.
La Economía va a tener que volver sobre sus propios pasos para imaginar de modo más creativo formas de crear riqueza y de distribuirla. El escenario de fin de siglo lo exige así, y en ese proceso el FMI va a quedarse atrás. Los gobiernos y las instituciones internacionales que operan en el seno de las Naciones Unidas no parecen estar a la altura de las circunstancias, y es cada vez mayor la exigencia de replantear la organización económica mundial más allá de los compromisos políticos que hoy existen.