Abraham Nuncio
¿Federalismo priísta?

No se olvida-'96

El PRI, que dejó fuera de la discusión el tema de la democracia en su XVII Asamblea, introdujo algunas medidas para atenuar la antidemocracia interna prevaleciente en su estructura por décadas y acentuada en los últimos años.

Impuso, como se ha visto, mayores requisitos para los candidatos a gobernador y Presidente de la República.

Estableció también una cuota fija de 30 por ciento a la participación de las mujeres: reivindicatoria, sí, pero como fruto de la culpa y, al cabo, de dudosa eficacia política (si ya la cuota es fija y nuestra la etiqueta, lo demás puede pasar a segundo plano).

Finalmente, aunque haya pasado casi desapercibida, la ampliación del Consejo Ejecutivo Nacional incorporando tres miembros más al puñado (menos de una decena) que lo constituye. Uno de los tres representaría a los senadores, el segundo a los diputados federales y el tercero a las diputaciones de los estados.

Con los famosos candados a ciertas candidaturas, el PRI superó el síndrome del helipuerto, que causó el desplazamiento de los militantes formados en el partido por los políticos producto de la empresa o la escolástica.

Al edificio político llegaron sólo aquellos que tuvieron a su disposición un helicóptero (fuerza de la nomenklatura o de los propietarios y/o algún posgrado conseguido en una universidad del extranjero). Una vez desembarcados en el helipuerto bajaron a su privado en el pent house y de vez en cuando se enteraron de lo que pasaba uno o dos pisos abajo. Jamás conocieron la planta baja y la calle fue para ellos terra incognita. Así mandaron al país (los maliciosos aseguran que al precipicio).

En cuanto al porcentaje asignado a la participación de las mujeres, será preciso repensar en lo beneficioso que resulta de las cuotas fijas, tanto para la democracia como para el aprendizaje político.

La ampliación del Comité Ejecutivo Nacional pareciera obedecer, en principio, a una demanda de mayor repesentación en el órgano que toma las decisiones importantes en el PRI. Acaso para ponerlo a tono con el Consejo Político Nacional, donde la representación se adecua mejor a exigencias democráticas. Lo que restringe estas exigencias es el alcance de las medidas que tiene la facultad de tomar, pues sólo decide sobre cuestiones operativas, inmediatas y de menudeo.

Es el CEN priísta donde la representación, que es uno de los componentes de la democracia (aunque tradicionalmente se perciba y trate a una y otra como categorías aparte) requiere profundizarse. Que deje de ser el buró político que ha sido hasta ahora y permita que la otra cara de la descentralización se haga presente en su seno. Esa otra cara es la representación de la provincia en este órgano central cuyo subrayado es su carácter capitalino. Movimiento que equivaldría a la federalización del PRI.

El centralismo geopolítico de México está presente en el gobierno y lo reproducen partidos políticos y organizaciones civiles. La descentralización es, por tanto, más que un programa sexenal o una bandera partidaria: es la alternativa necesaria a nuestra hidrocefalia.

Los priístas saben que su reciente asamblea dejó demasiados cabos sueltos y lagunas. Y sólo los ingenuos podrían pensar que después de las elecciones de 1997 no tendrán que preparar la siguiente.