Jean Meyer
¿El año próximo en Jerusalén?

¿Hasta cuándo Jerusalén será manzana de discordia en lugar de ser la ciudad santa de los hijos de Abraham, judíos, cristianos y musulmanes? Hace muchos años, a la hora de la creación de Israel y de la primera guerra entre hebreos y árabes, el presidente de la universidad hebraica de Jerusalén, Judah Magnes, repetía que la única manera de reconstruir Israel en la tierra santa era empleando procedimientos moralmente puros. De no ser así, Dios, que no perdonó nunca a su pueblo sus periódicas recaídas en la idolatría, tarde o temprano le haría sufrir de nuevo un Jerbán, una catástrofe.

En 1949, existía un partido llamado Ihud que predicaba que se debía permitir a los árabes que habían huido de Israel a la hora de la guerra, regresar inmediatamente a sus casas y sin condiciones previas. Decía también que jamás, en ningún caso, se debería tratar a los refugiados, a las personas desplazadas como rehenes políticos. Lamentaba que ``después de lo que los judíos de Europa han sufrido, un problema de personas desplazadas sea creado en Tierra Santa'' (21 de agosto de 1949). Tan se creó que tres generaciones de palestinos vivieron y siguen viviendo en los campamentos de las Naciones Unidas.

¡Pensar que un pequeño túnel, resultado de la obstinación de unos arqueólogos inevitablemente contaminados por la ideología y el nacionalismo (¿cuál historiador, cuál arqueólogo se atreverá a tirarles la primera piedra?) puede poner en peligro los primeros resultados conseguidos, después de muchos años, por unos hombres de buena voluntad! El túnel no es pretexto, como dicen los amigos de los duros en Israel, no es un pretexto tomado por Arafat para faltar a su palabra; es la chispa en el polvorín armado por Netanyahu y los duros. Sin polvorín, la chispa no tendría efecto. Viendo hace unos días a los peregrinos judíos agolpados contra el Muro de las Lamentaciones, uno recordaba que aquel muro se llama también ``Muro de los magrebinos'', aquellos descendientes de los musulmanes andaluces, venidos desde Tlemcen en el siglo XIV, para fundar el Waqf Abú Madyan, a lo largo del Muro del Templo, alrededor de la puerta de los magrebinos de la mezquita Al Aksa. Allá, muy cerca, cavaron los arqueólogos el ahora tristemente célebre Túnel de los Asmoneos.

¿Era necesario para Netanyahu abrir ese túnel y es necesario, ahora, mantenerlo abierto? ¿Qué importa el túnel si no se cumplen todos los puntos pendientes de los acuerdos palestino-hebreos? ¿Qué importa el túnel, si los palestinos se ven condenados al estrangulamiento económico y a la pérdida de toda esperanza de acceder algún día a la dignidad nacional? Netanyahu y su gente cosechan la tempestad que han sembrado. Después de todo, ellos acusaban al general Itshak Rabin de ser un traidor, un vendepatria, e incitaron, armaron el brazo de quien lo asesinó, el cual ahora, en su celda, ha de triunfar y regocijarse.

¿Qué importa el túnel si se construyen nuevas colonias hebreas en los territorios palestinos, si se sigue expulsando de la parte oriental de Jerusalén a los árabes musulmanes y cristianos, si se anuncia que jamás se devolverá la mesa del Golán a Siria, que jamás los palestinos tendrán un Estado? ¡Pensar que Netanyahu ganó las elecciones por un puñado de votos que, a la mejor, fue obtenido gracias al fraude! Ciertamente, una mitad de Israel comulga con sus ideas; ciertamente la mitad de esa mitad se alegra con la violencia y quiere que la guerra estalle de verdad para acabar de una vez para siempre con el odiado palestino.

Pero la historia anterior prueba que todas las victorias hebreas jamás han podido acabar con el problema. Netanyahu no oye la tremenda pregunta: ``¿qué ha sido de tu hermano?''. No conoce al Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob.