En marzo de 1969 Robert Plant, cantante de Led Zeppelin, echó a andar una costumbre que lo volvería famoso y temido en los hoteles que visitaba. En determinado momento festivo, o rabioso, arrojo el televisor de su cuarto por la ventana, sin importar lo que hubiera debajo (de la ventana). A partir de entonces sus cuentas personajes siempre incluían, además del precio del aparato arrojado, los gastos del estropicio que hubiera causado el aparato al caer: automóviles abollados, toldos maltrechos, jardineras arruinadas, clientes indignados y otras cosas aún más inconvenientes, como el día en que Peter Grant, el mánager, acomodaba el equipaje en el estacionamiento del hotel. Había distribuido maletas y paquetes en el suelo con la intención de cargar ordenadamente la camioneta. El cantante, antes de abandonar la habitación y como acto final (aledaño al acto de robarse una toalla), arrojó sin ver el televisor que fue a caer a unos centímetros del mánager, justo encima de un cisne de Lladró, de tamaño natural, que había comprado él mismo, con la idea de embellecer el lobby de su casa en Londres.
Fundamentados en la costumbre de este cantante, experto en sacar televisores de las habitaciones, podemos practicar la siguiente broma o canallada. Elegimos al huésped más tímido. Esto requiere cierto trabajo de observación, que se resolverá facilmente si el hotel cuenta con un bar desde donde pueda dominarse el mostrador o la entrada principal. Una vez elegida la víctima es necesario averiguar su número de habitación, su nombre (digamos que se apellida Jones) y su patrón de comportamiento. Luego hay que aplicar la técnica que utiliza Michael Douglas en su película Disclosure, para introducirse a una habitación de hotel que no es la suya. Habla a la recepción desde alguno de los teléfonos del lobby y le dice al empleado: ``habla Mr. Jones, ¿podría subir a prepararme la cama?''. Douglas espera tres minutos, sube a la habitación de su víctima y se encuentra con la recamarera que reconfecciona la cama. Le sonríe, le dice que así está bien y le entrega una generosa propina.
Una vez que conseguimos entrar en la habitación, le ponemos un moño rojo al televisor y una tarjeta que diga: ¡felicidades! Al día siguiente nos apostamos en el lobby a esperar que baje el Mr. Jones hipotético y procuramos no reírnos cuando el empleado del mostrador le pregunte que a dónde cree que va con ese aparato.
La historia de los televisores de Robert Plant sentó un grave precedente, no nada más en algunos miembros distinguidos de otras bandas de rock, también en sus admiradores. En Los Angeles hay un hotel cuya gerencia consiente que sus huéspedes arrojen su televisor por la ventana. Tiene poco éxito porque los aparatos están huecos y rediseñados para que no se despedacen cuando caigan desde las alturas; y como tanta falsedad ofende, los huéspedes optan por aventar jarrones, mesas de noche, espejos y demás objetos auténticos que realmente se despedacen.
En 1971, Led Zeppelin organizó una gira por todos los bares y antros de Inglaterra que los habían recibido cuando no eran una banda tan famosa. Tocaban sus primeras canciones y el boleto costaba igual que en 1968. Esta gira breve fue bautizada como Thank You Tour. Jimmy Davis, el asistente de Mr. Plant en esa época, fue el primero que tuvo que lidiar con el asunto de las televisiones. Varias veces forcejeó con el cantante, tratando de evitar que el aparato saliera volando por la ventana. Fue inútil, a los quince días Davis no sólo permitía que saliera volando la tele, también alentaba a su patrón con un escándalo que frecuentemente superaba al que hacía el aparato al estrellarse contra el estacionamiento. El asistente dejó a la banda en 1973, quería formar una familia y el tren de vida del Zeppelin no se lo permitía. De aquella época conservó un álbum de fotografías, un prendedor con forma de relámpago que le regaló el cantante cuando se despidieron y la manía de arrojar televisores por la ventana. Davis cuenta, en entrevista concedida a la revista inglesa Mith, que siempre lamentó que los televisores arrojados por Plant llegaban al suelo apagados. Aunque estuviera prendido en el momento de la rabieta, el cable del aparato nunca tenía el largo suficiente para cubrir la distancia entre la ventana y el estacionamiento.
Davis es hoy propietario de un estudio de grabación; la manía que le heredó Plant ha ido disminuyendo con el tiempo. Antes, según confiesa en la entrevista, arrojaba televisores a la menor provocación, pero ahora se limita a los fines de año. Cada 31 de diciembre, seguido por el jolgorio de su familia, sube a su cuarto, abre la ventana, agrega varios metros de extensión al cable del aparato, lo enciende y espera a que den las 12 para arrojarlo. Los vecinos, al tanto de la tradición, aplauden cuando el televisor encendido se hace trizas contra el pavimento.