Enrique Calderón Alzati
Bienvenidos

Son ya 33 meses que supimos de ustedes, que conocimos de su existencia, de su determinación y de las justas causas que les habían llevado a levantarse en armas. Meses difíciles han sido estos para todos, y en especial para ustedes.

Desde aquellos días, ustedes como nadie han influido para transformar al país entero, desenmascarando a Salinas y poniendo al descubierto sus engaños, llevando a la conciencia nacional la forma injusta en que los indígenas son tratados hoy, como ayer y como siempre, mostrando con el ejemplo que todo el poder y la fuerza del gobierno no sirven para doblegar y poner de rodillas a quienes se mueven por sus ideas, que hoy son de muchos; convirtiéndose por todo esto en la conciencia misma de la nación.

Así, al saber de su determinación de venir a la ciudad de México para asistir al Congreso Indígena que habrá de realizarse en los próximos días, estamos contentos y nos preparamos para recibirles como héroes, como hermanos, como esperanza y como luz.

Les recibiremos como héroes, por la lucha heroica que las comunidades indígenas de Chiapas sostienen para subsistir ante el cerco de hambre, de terror y de propaganda a que han sido sometidas, colocándoles en condiciones aún más difíciles de las que les llevaron a levantarse en armas, y porque esa lucha desigual que hoy sostienen responde a una causa noble y justa.

Les recibiremos como hermanos, porque ese ha sido el trato y la forma de diálogo entre la sociedad civil y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, la comunidad zapatista toda. Porque habiendo sido consultados por ustedes, les pedimos que hicieran a un lado la lucha armada y continuaran sus esfuerzos de cambio en forma pacífica por la vía política, y tuvimos su respuesta y hemos sido testigos de este nuevo esfuerzo por parte de ustedes; entendemos esta visita como parte de ese esfuerzo. Les recibimos como hermanos porque los sabemos parte de nosotros mismos.

Los recibimos como esperanza y como luz, porque vivimos hoy una enorme crisis nacional, que no es sólo económica, sino política y moral, un escenario de corrupción e impunidad, de incertidumbre para la vida futura del país, de la sociedad, de cada uno de nosotros, del proyecto mismo de nación. En este escenario, su sabiduría para reconocer la importancia de lo que es fundamental, su empeño por cambiar lo que está torcido, su capacidad para convocar a la sociedad a discutir las transformaciones políticas y sociales, su decisión para decir ¡ya basta! constituyen una opción real de cambio y justicia.

Sabemos que en el camino que habrán de recorrer para cruzar el país hasta llegar a nuestra ciudad, serán acompañados por algunos de los mejores miembros de la sociedad, y en su camino encontrarán a muchos hombres y mujeres que saldrán de sus casas a saludarles, a compartir su alegría y a ofrecerles su apoyo; ello hará de su viaje una nueva y grata experiencia para todos. Habrá también peligros, generados en la soberbia y el desagrado de quienes no les quieren e insisten en la represión, como medio único para resolver los problemas. La sociedad misma se encargará de mostrarles lo equivocados que están.

Al leer las amenazas groseras de quienes tienen la responsabilidad de gobernar para todos y de fomentar la salud y la tranquilidad de la nación --cuya falta de validez jurídica ha sido ya comentada por Krieger y Granados Chapa--, recordé a aquél hombre que caminó muchos cientos de kilómetros rodeado de otros hombres y mujeres que en multitud creciente llegaron al mar para recoger un puño de sal en un acto simbólico de desafío al gobierno colonial, y de cómo este hombre fue arrestado y llevado a la cárcel por infringir una supuesta ley. Y recordé también cómo tuvo que ser luego puesto en libertad ante las protestas de la sociedad en masa por aquella injusticia, y ante la presión de la comunidad internacional; y recordé entonces cómo al privar de su libertad a aquel hombre pacífico, el gobierno colonial inglés perdió toda su posibilidad de seguir sojuzgando a la India.