Esteban Moctezuma se fue al Consejo Político del PRI sin haber terminado el Programa para un Nuevo Federalismo, del que se hizo cargo cuando salió de la Secretaría de Gobernación. Pero eso no representa una mala noticia, sino una excelente oportunidad para que el programa de marras ya no surja de una oficina especial instalada ad hominem por el Presidente de la República --lo cual anunciaba una irreparable contradicción de origen--, sino del Senado que todavía representa el pacto federal. O dicho con la grandilocuencia de Otero: el pacto en lo fundamental que podría significar, sin forzar demasiado los términos, la segunda vía de la transición mexicana a la democracia.
Hasta ahora, lo mejor que se ha producido en esa materia es el debate mismo, que al menos ha logrado colocar al federalismo entre los temas de mayor relevancia para el futuro inmediato. Sin embargo, todavía estamos lejos de haber precisado siquiera las aristas más importantes del trabajo pendiente. Dominado por las posiciones políticas de Acción Nacional --y especialmente por las de Ernesto Ruffo, quien encabezó la lista de los primeros gobernadores de oposición--, el debate sobre federalismo no ha superado las discusiones elementales sobre el reparto de los dineros, o sobre el peso excesivo de la burocracia central. Es decir, no ha conseguido plantearse en términos de sus verdaderas posibilidades ejecutivas, en el entendido de que el asunto implica mucho más que el reparto equitativo de recursos entre niveles de gobierno y entidades federativas, o la reducción de plazas en las delegaciones federales. Hay que hacer mucho trabajo, al menos en otros cuatro ámbitos fundamentales:
1. Trabajo jurídico, no tanto para agregar nuevas leyes al entramado ya de por sí complejo que regula el federalismo-centralista actual, cuanto para cribar las que sobran. Es decir, para revisar en serio nuestra legislación administrativa, con el doble propósito de ``limpiarla'' de contradicciones y excesos, y de volver a la idea de que las facultades originales residen efectivamente en las entidades, mientras que la Federación solamente cuenta con poderes delegados, revisados y acotados por el pacto inicial. El trabajo en ese frente consiste, pues, en irle quitando la grasa que le sobra a nuestro federalismo.
2. Trabajo político, pues ni la descentralización ni la federalización llevarán automáticamente a la democracia local. No sé cuántas veces habrá que repetir que la democracia es una construcción colectiva, que jamás llega por generación espontánea. Y es evidente que esto también se aplica para los gobiernos de los estados y de los municipios, sin perder de vista que no se trata de otorgarles más poder a los gobernadores ni a los presidentes municipales, sino a la gente. En otras palabras: nos hace falta arraigar la transición democrática en estados y municipios, donde las formas autoritarias pueden llegar a ser sencillamente terribles.
3. Trabajo administrativo, y especialmente en lo que hace a la profesionalización del servicio público en los gobiernos locales, pues los cambios políticos, las redes de lealtad entre personas y grupos y la inexperiencia en materias técnicas fundamentales, han acabado por minar la capacidad de respuesta de las instituciones políticas regionales, en algunos casos, hasta extremos verdaderamente dramáticos. De modo que habría que darles mayores responsabilidades, pero también mayor y mejor capacidad de respuesta, o de lo contrario acabarán ahogándose junto con todos nosotros.
4. Trabajo fiscal, para que los gobiernos locales no solamente se encarguen de gastar más dinero sino también de generar más recursos. De momento, escasean los incentivos para que las administraciones locales busquen el crecimiento económico, pues de todos modos las decisiones se toman en el nivel nacional. Pero al mismo tiempo, sería preciso que los ingresos estuvieran cada vez más ligados a la transparencia de las políticas y no sólo a la idea simple de contar con más presupuesto. Y en esto también hay un largo trecho por recorrer.
En suma: el federalismo no puede concretarse sin más en las viejas demandas por más dineros y más poder. Hace falta un mejor marco jurídico, mucha mayor eficacia administrativa local, mucha más democracia a la hora de conformar los gobiernos de estados y municipios, mayor capacidad de promoción económica y políticas intergubernamentales bien definidas, para que el federalismo no se convierta en el reparto de un pastel flaco, sino en un verdadero rediseño de todas nuestras potencias como nación.