A partir de los descalabros tenidos en la XVII Asamblea, el Ejecutivo federal ha lanzado una ofensiva en los dos frentes medulares: en el juego partidista y en el programa de privatizaciones. Los candados que el PRI impuso a las candidaturas de senadores (después manoseadas para desaparecerlas), junto a la exigencia de no vender las plantas petroquímicas (primero ocultadas y luego reconocidas), dejaron descubierto al Presidente y a su gobierno ahí donde duele: reglas al mando absoluto y el retobo a lo ya decidido desde arriba.
Armado de una pantalla de Tv que lo acerca en plano directo, lo circunda en lo íntimo de una sala recoleta con chimenea y sillones individuales, jarrones de Talavera y retratos de familia, Zedillo pone en movimiento los artilugios que, con seguridad, le han dicho sus asesores que posee para comunicarse con sus gobernados. Al menos con una parte de ellos que pueden ser reproductores del ambiente y las razones dichas en el reposo y con la ayuda de su entrevistador. El candor de que hace gala es notable en cuanto a énfasis y tratamiento; otro asunto es si es captado de esa manera o induce el efecto buscado.
El presidente Zedillo trata así de convencer al auditorio con un discurso que enfatiza dos cosas: Su honesta disposición que raya en lo sublime, y el peso indubitable de sus argumentos. Tanto una como lo otro, sin embargo, no transitan como se quisiera. Y no lo hacen porque los entrevistados que parten de presentarse a sí mismos como sujetos de impolutas intenciones, sin fallas, con todo previsto, ni una pizca de duda, dispuestos al bien total y al diálogo sin cortapisas, dejarán siempre al factible interlocutor sin armas para filtrar emociones y discernir argumentos.
Para aquellos con preparación suficiente como para discernir planteamientos múltiples, enjuiciar posturas y con el conocimiento e información como para retraer datos, fechas, obras, sonados fracasos, trampas, rampante corrupción y la estrechez de miras e intenciones que marcaron a presidentes conocidos y pasados gobiernos, la actitud y el discurso de Zedillo adolecen de variadas flaquezas. Un histórico como simple ejemplo: ningún sistema parlamentario quiere retornar al presidencialismo y menos al absolutista estilo del mexicano, sino hacer del propio uno cada vez más eficiente, que no es lo mismo. En cambio, a los sistemas presidenciales la ciudadanía les han ido acotando sus atribuciones y excesos con normas, códigos de conducta o contrapesos sociales para refinarlos. Otra, el Estado benefactor no es sinónimo de populismo. Salinas, con su neoliberalismo y cruzada solidaria sí lo fue. Los Estados benefactores del norte europeo no han sido catalogados como populistas a pesar de las iniciativas productivas de sus gobiernos, su proteccionismo y la expansión de sus reivindicaciones colectivas. Pero también cojea cuando afirma, sin los matices debidos a su alta posición, que primero hay que crear la riqueza para después repartirla. Aumentar el PIB y darle al modelo de apertura global el tiempo necesario para que haga llegar los beneficios a la gente es la petición que Zedillo formula. ¿Cuántos años habrá que esperar, 20, 50 o un siglo para que la caja de todos suene y no sólo la de algunos que siempre lo hace? Una cosa es que la pobreza y la opulencia existieran antes del 95, y otra es que sus profundidades, diferencias y números vayan en feroz aumento.
En momentos, el discurso de Zedillo puede incluso ser un acto provocador. Al menos para los opositores o para la llana ciudadanía que no espera, ni en muchas ocasiones quiere, que sus gobernantes tengan siempre la razón técnica y sean buenos, sino que hagan el esfuerzo por entenderlos y respondan a sus reales cuestionamientos, sin dobles posturas y sin negarles validez y calidad a sus argumentos discordantes. También para los comunicadores (medios), que en la visión presidencial son los responsables de las malas interpretaciones. Para el resto de los mexicanos que pudieran seguirlo en tal campaña difusiva, con su sexto grado de primaria a cuestas, desempleados en un 40%, crecientemente pobres y en aplastante mayoría (80%), angustiados por la carencia de oportunidades, maltratados por el gobierno local, la policía, los comerciantes, los usureros y partidos en busca del voto gratuito, la intentona cae en el lugar reservado para los triques y, después de una infinitésima de segundo, en el cambio obligado de canal.