Quienes se empeñan en vender la parte del patrimonio del Estado mexicano, y por tanto del pueblo, que constituyen las empresas denominadas de petroquímica secundaria, han olvidado la historia de México.
El gobierno y sus tecnócratas, algunos dirigentes del PAN, los grandes empresarios y el embajador de Estados Unidos, han pugnado en los últimos días, de una semana a la fecha, por borrar la decisión tomada en la 37 asamblea del PRI: oponerse a la venta de la industria petroquímica nacional, y nos han querido dar lecciones de economía y de pragmatismo.
Nos dicen que el gobierno no puede invertir y que la industria derivada del petróleo requiere de grandes inversiones; afirman que ha habido gran corrupción en la administración de Pemex y sus filiales y que por ello es necesario entregar toda la industria a la iniciativa privada, como si ésta fuera tan honrada.
Se les borró de la memoria cómo logró México en 1938 rescatar el petróleo de manos extranjeras que si bien invertían lo hacían tan sólo en su provecho pasando por alto tanto nuestro derecho positivo, como el interés de los trabajadores mexicanos, relegados frente a los extranjeros y mal pagados.
Se olvidan que la industria petrolera es de las más redituables del mundo y que lo único que se requiere para rescatarla y conservarla para México, es una administración honrada y una estrategia financiera manejada con inteligencia y sobre todo con patriotismo.
Se les olvidan las guardias blancas de las zonas petroleras, los sobornos y las tierras inutilizadas por la explotación irrespetuosa. Se les olvida que miles, quizás millones de mexicanos, de todas las edades y clases sociales, contribuyeron esperazados con poco o mucho de su patrimonio a ayudar al gobierno de Lázaro Cárdenas a pagar la deuda que generó la expropiación.
No recuerdan la historia de conflictos y abusos que el petróleo ha desencadenado en nuestros vecinos del norte, pero también por el paso de Tehuantepec, por las grandes bahías mexicanas que pueden servir de abrigo a sus flotas, gracias a nuestras riquezas minera, maderera, turística, y por nuestra mano de obra barata.
Tan olvidadizos son que no recuerdan siquiera lo mal que nos ha ido con los tratados internacionales y los grandes fraudes de las privatizaciones más recientes, Teléfonos por ejemplo.
Tienen mala memoria histórica, ni siquiera recuerdan que no hace mucho, la petroquímica, que hoy se llama secundaria, era primaria y no les viene a la memoria que el petróleo es el más eficaz motor económico de un Estado moderno y que entregarlo a manos particulares posiblemente extranjeras entraña gran riesgo para la determinación autónoma de nuestra vida económica.
Quizás ya no recuerden ni siquiera su nombre en castellano y tengan puesto su corazón en un departamento en San Francisco o un penthouse en la Isla del Padre, lugares que ven como el paraíso de sus sueños, pero borrando de su mala memoria el hecho de que una vez esos lugares también fueron nuestros y se perdieron porque mexicanos de otros tiempos, como ellos ahora, fueron deslumbrados por la modernidad de entonces, la grandeza de nuestros vecinos y las promesas de la política del libre comercio.