Para el país, el conflicto chiapaneco representa esperanza o riesgo. No hay puntos intermedios. Si el proceso de paz avanza, se abona el terreno para la estabilidad social y política. Por el contrario, si el diálogo fracasa, la amenaza de la inestabilidad está a la vuelta de la esquina.
En estos delicados equilibrios, no hay lugar para siniestros juegos políticos que arriesguen la causa de la paz. O se va a la mesa con ánimo de concertación o todo puede perderse. Quién vea en la negociación la oportunidad de vencer a la otra parte, terminará diciendo lo que Pirro: otra victoria como ésta y estamos perdidos.
El diálogo no se inició como graciosa concesión de ninguna de las partes en conflicto. La sociedad mexicana se manifestó unánime a favor de una salida concertada y así la impuso a ambas partes. Quienes participamos en la negociación, cualquiera que sea nuestra representación, debemos recordar en todo momento que somos depositarios de una enorme responsabilidad política: obedecer el mandato ciudadano de construir una paz con dignidad.
Hoy, el diálogo está en peligro y dada la tensión que se ha creado es urgente remontar el momento crítico. Los llamados a que el EZLN regrese a la mesa no pueden ser ni chantajes disfrazados de exhortos diplomáticos ni amenazas encubiertas. Deben estar sustentados en el análisis de las razones que lo llevaron a suspender su participación. Se puede pedir la buena fe de las partes, pero no se puede pedir que, en nombre de ésta, se cierren los ojos a un entorno amenazante.
Independientemente de si son válidas o no, son reales las razones que han motivado a los zapatistas a suspender su participación. El diálogo, para ser exitoso, debe rendir frutos concretos. Y el hecho es que a varios meses de pactados los acuerdos de la mesa de San Andrés de enero de este año, todavía no hay resultados tangibles. La situación política y social de la entidad, sacudida por diversos conflictos, tampoco facilita un ambiente favorable al entendimiento entre las partes.
El gobierno federal apostó explícitamente al diálogo. El propio Presidente de la República asumió este camino como compromiso personal e institucional. Echar por la borda tanto esfuerzo y dejar incumplida la promesa hecha a la sociedad, por una interpretación coyuntural errónea o por los juegos de poder, representa un riesgo político mayor.
En anteriores situaciones de tensión durante el diálogo, diferentes actores propusieron buscar nuevas formas de consolidar las negociaciones de paz, probando la voluntad de buscar una negociación fértil.
Hace más de un año, la Cocopa planteó una agenda de diálogo nacional para la reforma del Estado, con un escenario abierto a la participación protagónica de los partidos, pero también de muchas otras fuerzas sociales y políticas, entre ellas el propio EZLN.
Es hora de retomar esas propuestas.
La experiencia en las negociaciones ha demostrado la necesidad de simplificar etapas y lograr un entendimiento más directo, con caminos que lleven a resultados concretos en el corto tiempo.
Un diálogo entre el EZLN y la Cocopa permitiría acelerar la articulación de acuerdos con los poderes del Estado y los diferentes niveles de gobierno, en un camino más ágil hacia la solución del conflicto chiapaneco por la vía de la paz y a la conversión del EZLN en una organización política civil.
¿Quién puede oponerse a esto?