La selección realizada por el jurado del XVI Encuentro de Arte Joven, inaugurado en Aguascalientes en abril me pareció escueta, por tanto se entiende que fue realizada con rigor. Eso supone una ventaja sobre la laxitud selectiva que ha privado en versiones de los últimos encuentros. El conjunto resulta variado, en términos generales es de buen nivel (hay una que otra excepción) si bien es cierto que no depara muchas sorpresas. ¿Y por qué había de depararlas? Es difícil, si no imposible, hoy día encontrar ``novedades'', la globalización no sólo lo impide, sino que hasta cierto punto las hace indeseables pues no serían tales. Lo que en el mejor de los casos podemos esperar hoy día en un salón de artistas jóvenes es hallar obras bien articuladas o ingeniosas. Las hay.
Hace unas semanas me topé con un investigador británico que se observaba con atención los discutidos autorretratos del MAM. ¿Qué es lo que investiga?, le pregunté. ``Realizo un inventario de cuadros en los aparecen moscas, ya sea en retratos o en escenas en las que aparece el elemento humano. Pregunté: ¿Tomará usted en cuenta también la fotografía? --No. Sólo la pintura. Voy a realizar un libro. Recordé las moscas que aparecen en las translúcidas pieles de las venus de Cranach o en ciertos cuadros flamencos o italianos. ¿Eso es lo que usted busca? Exactamente. Pero me hacen falta ``moscas actuales''.
En el ``Encuentro'' ahora expuesto en el Museo Carrillo Gil sí las hay. La pintura al acrílico de Víctor Rodríguez Gran cabeza (vinculada con el realismo fotográfico y con el pop) obtuvo premio. Es una pieza de impacto y sobre todo lo es por la mosca posada en la mejilla de la joven que saca la lengua. A veces un detalle de este tipo arma una composición que sin el elemento en cuestión (ese o cualquier otro) sería otra cosa. Cerca de esta pintura hay otra: La muerte de Ofelia que fue seleccionada, creo, por la presencia de las dos moscas posadas sobre el marco del cuadro. El marco y lo que éste ``dice'' mejor que la pintura. En realidad al artista le hubiese convenido representar a su Ofelia en transfer, o valiéndose de un collage. Porque la pintura, en sí, es muy mala.
De toda la exposición posiblemente la obra que mayormente me atrajo corresponde a Carmen Arvizu (que también recibió premio). Se titula Shopenhauer de cerca y de lejos. El recurso de armar un políptico de proporciones generosas, a modo de mosaico integrado de pequeños cuadros, de unos diez años a la fecha se ha vuelto una solución bastante frecuente. Permite integrar obras de gran tamaño. La pintora realizó ``retratos'' de Shopenhauer en técnicas y modalidades diversas y los combinó con otros elementos, como las huellas de unos pies. En sus retratos veo modalidades pictóricas similares a las que ha utilizado Manuel Marín en sus ``series'' y ``proyectos'', pero lo que me gusta es la idea de pensar en Shopenhauer para realizar no una, sino dos composiciones plásticas. La segunda, trabajada en ladrillos montados sobre madera rústica resulta también atractiva y mereció una mención honorífica.
Otra pieza segmentada es la de David Kumetz. Presentó uno más de sus rosetones (podría haber pensado ya en otra cosa) integrado de nueve aguafuertes que forman una sola pieza, esta vez valiéndose de figuras de hombres vistos siempre de espaldas. Hay otras estampas en la exhibición. Me parece que las xilografías de Damián Flores toman demasiado de Gustavo Monroy. Tal vez éste fue su maestro. Me parecieron finas y bien realizadas las puntasecas de Alma Verónica Gómez. Son tres: la mejor es la última Donde la voz quebrada. Una obra más integrada de recuadros en sentido longitudinal corresponde a Francisco Constantino: cinco paisajes alineados en forma de friso, bastante gratos.
Hay pocas obras tridimensionales. No sabría si el Objeto tribal de Víctor Guadalajara pueda, o no, ser considerado escultura. Es atractivo, bien ideado y de cuidadosa realización. En cambio me pareció casi imperdonable (dentro de la tónica tribal) la obra Abaxas realizada en textil con huesos por Ramsés Alejandro Gaona, como débil encontré asimismo la participación de Osvaldo Hernández: Juicio, deseos y consumo. Tal vez en este último caso la intención sea inteligente, pero en las artes las intenciones no bastan. Por el contrario, las nueve cajas de Alberto Cerecer Aura, fetiche y anestesia integran un conjunto limpio, bien ideado, si bien es cierto que produce impresión de deja vu porque las propuestas de esta índole pululan desde hace tiempo en todas partes. La talla en piedra de Fernando Aceves Humana hubiese merecido una mención (que aquí se le otorga, por lo menos en intención) por la cómica y pertinente articulación entre la configuración y su título: Sedimento. Se trata de un hombre de piedra apergollado por un enorme yugo o escarola que quedó sedimentado para siempre. Queda por decir que el discurso museográfico del Carrillo Gil ayuda bastante a la adecuada percepción de esta exposición.