AUTOPISTA

Vonnegut, el ocio y la tecnología

En un relato de Chesterton, un poeta se encuentra en un jardín en el momento en que se comete un crimen. Cuando la policía le pregunta qué hacía allí, el poeta responde: "nada". Obviamente se convierte en el principal sospechoso. El caso parece cerrado hasta que un sacerdote con paraguas entra a escena. El padre Brown escucha el testimonio y sabe que el hombre dice la verdad: nada más normal que un artista esté en un jardín sin hacer nada, pues la inspiración sólo llega cuando se pierde el tiempo.

El tema del ocio creador da para una antología infinita. Para este domingo, seleccionamos un caso reciente. En noviembre de 1995, la revista Inc. Technology entrevistó a Kurt Vonnegut sobre su relación con los aparatos de la era moderna. El autor de Matadero cinco no usa computadora, pues las máquinas veloces se oponen al magnífico arte de perder el tiempo: "Trabajo en casa, y si lo quisiera, podría tener una computadora justo al lado de mi cama y pasármela acostado. Pero uso máquina de escribir, y al terminar corrijo a lápiz; luego le hablo a Carol, que vive en Woodstock y le pregunto: ´¿sigues mecanografiando?'. Claro que sí, y su esposo está tratando de avistar pájaros azules en el bosque y no ha tenido suerte, y así hablamos de esto y lo otro, y le digo: `Bueno, te mandaré las cuartillas'. Entonces bajo la escalera y mi esposa dice: `Adónde vas?' `A comprar un sobre', contesto. Y ella me dice: `No eres pobre, por qué no compras mil sobres de una vez? Te los mandan a la casa y los puedes guardar en el closet'. Entonces contesto: `Ah, y voy a la tienda al otro lado de la calle, donde venden revistas, billetes de lotería y cosas de papelería. Tengo que formarme porque hay gente comprando golosinas y toda clase de cosas. Me pongo a hablar con ellos. La dependiente tiene una joya entre los ojos. Cuando llega mi turno, le pregunto si ha habido ganadores últimamente. Tomo mi sobre, lo cierro y voy al correo en la esquina de la Calle 57 y la Segunda Avenida. Estoy secretamente enamorado de la mujer que atiende el mostrador. Pongo mi cara de jugador de poker y jamás revelo lo que siento por ella. En una ocasión, un carterista me asaltó ahí y tuve que hablar con un policía. Total que escribo la dirección de Carol en Woodstock, pongo la estampilla, deposito el sobre en el buzón y me voy a casa. Y me la paso divinamente. Les diré una cosa: estamos en la Tierra para pendejear, y no permitan que nadie les diga lo contrario."

La lechuga de oro

Una de las pocas ventajas de nuestros fracasos deportivos es que son rotundos. Los descalabros de México en las Olimpiadas o en las canchas de futbol no dejan lugar a dudas. En cambio, en el terreno del arte hay derrotas que aterrizan en el aeropuerto Benito Juárez disfrazadas de victorias.

La industria del cine es amiga de los premios, y cada tanto tiempo un director o una actriz mexicanos se alzan con un trofeo del que nadie tenía noticia pero que debe darnos mucho gusto. En principio, nos parece estupendo que un paisano reciba un galardón vestido de smoking; sin embargo, queremos solicitar mayores informes sobre la calidad de los premios.

Hasta donde sabemos, Berlín entrega su oso, Cannes su palma, Venecia su león y San Sebastián su concha. Sin embargo, los periódicos nacionales suelen ser asaltados por titulares como el siguiente: "Elpidio Ferriz triunfa en San Sebastián: obtuvo tres percebes de platino." La verdadera noticia es que el buen Elpidio no obtuvo nada en la selección oficial de San Sebastián, pero que algún jurado paralelo decidió premiarlo. Poco importa qué tan paralelo sea ese jurado: aunque nadie entienda el significado (ni la forma) de un percebe de platino, Elpidio regresa a México como triunfador.

No es un poco raro que los demás países compitan en Cannes por una palma y la delegación mexicana coseche una lechuga de oro? Es un trofeo que dan los boy scouts que acampan en Cannes, los filántropos trasnacionales, los cinéfilos rotarios, los hoteleros que invierten en México, los hermafroditas en busca de etnias?

En fin, está visto que en arte los premios nunca serán tan claros como los marcadores deportivos, y siempre habrá prestidigitadores de la vanidad que digan que el Ruperto que les dieron en Los Ángeles es más valioso que el Oscar.

CONFIGURACIONES

Hugo Hiriart

Identidad de los indiscernibles

Estamos en la apacible tarde de un martes de 1970 en la plaza de Coyoacán de la ciudad de México. El tío de Carlos Vizcaya, que es impresor, camina tranquilamente revisando por encima unas pruebas de galera, cuando algo llama fuertemente su atención. El objeto de su curiosidad es una dama sentada en una banca verde de fierro fundido. La mujer es muy parecida a doña Imelda Palomares de Vizcaya, su señora esposa.

El impresor ya está dando un rodeo para acercarse a la mujer sin ser visto. Sí, no cabe la menor duda, no sólo se parece a su esposa, sino es su esposa. Su esposa sentada en una banca del parque a esa hora y sin avisar. Y no está sola. Un caballero no identificado la acompaña. Y no, no sólo la acompaña, sino habla con ella. Y no sólo habla, sino detiene entre sus manos con mucha confianza una de las manos de ella. La señora y el caballero están peleando, discuten acaloradamente. Se ignora hasta el momento el tópico de la discusión, pero es manifiesto que la mujer ya ha derramado más de una lágrima. El tío de Vizcaya está pasmado y furioso: su esposa con un desconocido lloriqueando en un parque.

El perplejo marido pierde toda prudencia y ya está reclamando en voz alta y autoritaria:

Imelda, qué estás haciendo aquí?

El caballero desconocido que acompaña a la mujer ya le está preguntando a ella:

Quién es este tipo?, lo conoces?

La mujer, confundida, responde con voz suave al hombre con quien discutía:

No, Rodrigo, en mi vida lo he visto, te lo juro por Dios.

Imelda, no me niegues así suplica el tío de Vizcaya.

Señor, señor, váyase de aquí pide la dama, no me perjudique, no me llamo Imelda y no lo conozco a usted.

Ya oíste proclama con grosería el caballero desconocido.

Usted cállese. Esta mujer es mi esposa.

Será la esposa de tu madre acota con desorden irracional, derivado sin duda de la ira apasionada, el acompañante desconocido.

Ahora hay movimientos bruscos. Congelemos la escena. 1) El caballero no identificado se está poniendo de pie con aire violento y demoledor; 2) la dama confundida y sollozante intenta detener al varón que se levanta, y 3) el tío de Carlos Vizcaya está girando para dar la espalda y huir eludiendo el combate.

Indaguemos la razón de 3), el pusilánime comportamiento del impresor. Diremos que el tío tiene un carácter tan medroso y apocado que no se atreve a defender lo que cree fuertemente que le corresponde por derecho? Nada de eso. Lo que sucede es que, de pronto, ha dudado. Cuál es la causa de esa duda tan oportuna para su integridad física? Es muy sencilla: no hace ni media hora que su mujer lo llamó por teléfono desde el bello puerto de Veracruz, donde vacaciona con la prole y aprovecha para visitar a unos parientes cercanos. El mismo tío de Vizcaya los vio subir anteayer al tren que los conduciría a ese destino. Eso no quita que el impresor no asegure una y otra vez, con obstinación rayana en la tozudez, que la mujer que está frente a él en la plaza es su esposa. Alega que lleva más de veinticinco años viviendo con ella y que no puede equivocarse. Pero, como decíamos, el hombre duda.

Ahora se descongela la escena. El tío de Carlos Vizcaya se aleja, por qué no decirlo?, a carrera. Un poco más allá se detiene y da vuelta. No puede resistir el deseo premioso de ver otra vez a la mujer en todo idéntica a su eposa. Pero el apacible banco de la plaza está vacío. El impresor regresa apresuradamente al lugar de los hechos, pero ya no hay nadie, la pareja que reñía acalorada ha desaparecido y no queda de ella el menor rastro.

El misterioso encuentro dejó en el alma del tío de Carlos Vizcaya eso que técnicamente se llama profunda huella.

Qué podemos pensar nosotros? El punto entero está en que se trate, en efecto, de la misma mujer. Porque, si aceptamos que se trata de la misma persona, entonces, tenemos que pensar que esa persona tenía, no sólo doble vida, sino el don de estar en dos lugares al mismo tiempo o bilocación? Esta hipótesis entraña, como veremos, grandes dificultades.

Pero si toda explicación fracasa, estamos en la necesidad de declarar el incidente como paranormal. Y de eso hablaremos la próxima vez, de lo paranormal y de cómo Carlos Vizcaya discutió con su tío y de la extraordinaria y nunca oída explicación que el impresor acabó dándole a los hechos. Mientras, ten salud.




Naief Yehya

EL NUEVO ORDEN CREATIVO

Los derechos del contenido

En cierta manera, todo aquello que circula en la red ha sido dividido en dos grandes campos: contenido y herramientas. El primer término se refiere a todo texto, archivo de datos, imagen o sonido que puede ser consultado, leído, escuchado o utilizado. El segundo son las aplicaciones de software, programas y demás accesorios que hacen posible el uso de la red y el acceso al contenido. Ambos campos son obviamente resultado del trabajo intelectual, y por lo tanto deberían estar protegidos de alguna manera por la ley de los derechos de autor. No obstante, el viejo orden legislativo del copyright se encuentra actualmente en estado de shock debido a la popularización del Internet y al flujo masivo e incontrolable de textos y materiales (registrados y no registrados). Por una parte, cualquiera puede publicarse un libro, lanzar un disco o exponer una serie de dibujos en la red; por otro lado, esto difícilmente le traerá al autor ganancias económicas (por lo menos de forma inmediata). Un texto en la red producirá muy pocas o ninguna regalías, pero eso no quiere decir que la ley de derechos de autor deba desaparecer, ya que es indispensable inventar un mecanismo legal internacional que proteja la autoría (que nadie plagie o se apropie el trabajo ajeno) y la integridad de toda obra (que nadie altere o falsifique el contenido de un trabajo, a menos de que éste haya sido creado con ese propósito), independientemente de cualquier finalidad monetaria.

Oferta y demanda en la red

La cibergurú Esther Dyson (presidenta de la Electronic Frontier Foundation, editora de la famosa publicación electrónica Release 1.0, e hija del físico y divulgador de la ciencia Freeman Dyson) apunta que el efecto de la expansión del WWW es que la propiedad intelectual seguramente perderá buena parte de su valor comercial. La cantidad de contenido en la red aumenta exponencialmente, mientras que el tiempo para leer, escuchar y estudiar permanece constante y limitado. Este medio electrónico ha abaratado considerablemente el costo de ofrecer ideas al público. Una revista en línea implica un ahorro en el costo de papel, impresión, distribución, almacenamiento e inventario; no obstante, resulta muy difícil de vender como tal (quién quiere pagar la suscripción de una revista en línea cuando de todos modos estamos saturados de opciones gratuitas?), y sin duda es un formato incómodo para consultar (trate de leer un artículo de diez páginas en un monitor y verá a lo que me refiero). Así, una serie de publicaciones, como La Jornada, son gratuitas (la mayoría de las veces en versiones resumidas) en la red pero siguen costando en su formato de papel. Internet ha creado una serie de paradojas inconcebibles para las leyes de la oferta y la demanda tradicionales, por ejemplo: producir y distribuir en línea diez o diez mil ejemplares de una publicación, un articulo o un libro cuesta lo mismo. De igual forma, supongamos que desarrollar un programa cueste un millón de dólares; una vez terminado, los costos no aumentarán si vendemos mil o cien mil copias.

Los autores ante el nuevo orden

Para quienes nos dedicamos a producir contenido, la perspectiva de un universo en el que el valor de la propiedad intelectual tiende a cero es aterradora. Pero, respecto de este caso de darwinismo cibernético, Dyson comenta que lo que necesitan los autores ahora es dejar de quejarse y tratar de inventar una manera para poder seguir obteniendo dinero en un negocio que va a cambiar totalmente en los próximos años. Para esto, propone que los autores logren que se les pague por la actividad que realizan, en vez de por sus productos. Según ella, los libros circularán de manera gratuita y servirán para establecer o consolidar reputaciones que más tarde los autores deberán explotar a travésde presentaciones en público, asesorías, seminarios (en línea y en persona) y promoción de productos. "También a muchos de los creadores les pagarán quienes se dedican a reunir audiencias, y no el público. El contenido será patrocinado más o menos como lo es actualmente la programación de los canales de televisión", comenta Dyson en una entrevista reciente para The New York Times Magazine (7 de julio de 1996).

La supervivencia de los buenos escritores

"Los buenos autores tendrán patrocinadores. Los malos quizá serán más útiles en otra línea de trabajo", dice Dyson. Esta afirmación resume la actitud tecnocrática de quienes difícilmente pueden entender la diferencia entre un asesor financiero y un artista. Para Dyson, como para muchos otros devotos de la red, la supervivencia en la era de Internet estará relacionada con el éxito financiero ("algunos escribirán obras extremadamente exitosas, y entonces podrán dar conferencias"). Si tal predicción se cumple, la red dejará de ser un espacio abierto a la diversidad para convertirse en el equivalente cibernético de las librerías de centro comercial, en cuyos estantes tan sólo hay bestsellers. En todo caso, para muchos autores la perspectiva de tenerse que convertir en agentes de relaciones públicas de su propia obra para poder sobrevivir resulta increíblemente incómoda.

¤ Naief Yehya ¤ [email protected]