La Jornada Semanal, 29 de septiembre de 1996


Entrevista con Peter Handke

No fui a Serbia para odiar

Willi Winkler

La reciente crónica de Peter Handke, Justicia para Serbia, ha levantado ampollas en la opinión pública europea. Decepcionado por la cobertura que Le Monde, Der Spiegel y otros medios han hecho de la contienda en la antigua Yugoslavia, Handke fue al territorio de los "villanos" y trató de demostrar que, aun entre la pólvora y la sangre, allí hay vida humana. En esta entrevista, el autor de Desgracia indeseada responde a sus críticos y explica por qué fue a Serbia.



Al comienzo de su carrera, en 1966, usted afirmó categóricamente: "Cuando escribo no me interesa la así llamada realidad." Qué le mueve a uno a levantarse de su escritorio y marcharse a Serbia?

Pensé que las cosas no podían ser como continuamente nos las estaban contando. Como en los westerns, llegas a un país del que sólo has oído los peores rumores y que precisamente por eso te ha atraído. Oyes que allí sólo hay corrupción, prostitutas, asesinatos y homicidios.

Y por eso se va uno a Tombstone...

Por qué no? A diario se cargaban tanto las tintas que uno obtenía una extraña imagen nocturna. No yo, sino una parte de mi conciencia. Durante todos estos años siempre quise ir a Serbia. Debo ir ahora, le dije a mi mujer, debo verlo de una vez. Nadie escribe sobre el país, sobre cómo vive allí la gente. Mi mujer me dijo: si vas allá, voy contigo. Nos casamos en octubre, y el viaje a Serbia fue, aun cuando suene absurdo, nuestro viaje de bodas.

André Glucksmann reaccionó muy indignado frente a su crónica de viaje: "Handke es un espíritu retorcido y como tal se dedica a morder a otros."

No sé qué le habrá pasado. Me asombró el escaso juicio y la rapidez de su reacción. Antes debió leer el texto. Su febril réplica apareció en el Corriere della Sera a la mañana siguiente de publicarse la primera entrega de mi crónica.

Mi texto es, palabra por palabra, un texto de paz. El que no vea esto, es que no sabe leer. Es comprensible, dice un periodista del semanario Freitag, que las gentes en Bosnia se odien unas a otras, pero es absolutamente innecesario que nuestros intelectuales vayan allá y odien también. Indudablemente no he ido allí para odiar. Ni el examen ni la observación atenta de ese país tan despreciado por la opinión pública mundial han supuesto para mí una atracción morbosa. No pongo en duda lo ocurrido en el mercado de Sarajevo. Lo que cuestiono es qué ha ocurrido realmente allí. Me gustaría saberlo como lector de periódicos, como telespectador: Qué ocurrió en Dubrovnik? La ciudad fue destruida realmente? Fue bombardeada o ha sido sólo en parte ametrallada? Me gustaría saber realmente qué hay de verdad en el doble ametrallamiento del mercado de Sarajevo, esa horrible porquería. Y quién responde al mito de la Gran Serbia. Me gustaría saberlo, yo no lo sé.

En otro tiempo estudió usted Derecho. Con su crónica de viaje Justicia para Serbia, actúa usted como abogado de una causa perdida?

De una causa casi perdida. Sí, es una defensa. En ningún caso ha sido concebida como un panfleto, sino como una defensa con muchos elementos narrativos.

El escritor actúa por encargo propio, el abogado con uno oficial.

Yo era consciente de que si me metía individualmente en esta defensa, adquiriría en un principio la incómoda o ilegítima apariencia de un San Jorge en guerra contra los dragones de los medios de comunicación. Eso también me contuvo a la hora de inmiscuirme durante los dos o tres años en que esto ya me preocupaba, pero entre tanto llegó la ocasión. Entonces incluso me pareció bien adquirir por un momento esa apariencia ridícula, actuando como único defensor solitario de esta causa.

Habla usted de un lector imparcial, pero éste ya no existe. Durante muchos años se le ha bombardeado con noticias.

Eso es cierto. Si algo me ha impulsado, ha sido la idea de hacer que la parcialidad generalizada y también la mía propia se redujeran. Un articulista del diario Freitag ha escrito que su actitud fundamental al leer es "la simpatía, el alivio y la preocupación". Lo mismo me ocurre a mí frente al problema de los serbios: he sentido una gran preocupación, y al escribir he procurado mi propio alivio, y quizá también que el lector respire. Durante estos años he seguido con creciente indignación cómo actuaban los periódicos Frankfurter Allegemeine, Der Spiegel y Le Monde. La historia no perdonará jamás a estos tres órganos, sobre todo por la forma en que lo hicieron. Deseo que seamos conscientes de ello. Aun ahora, tras el acuerdo de paz de Dayton, han aparecido en el Frankfurter Allegemeine informes desde Zagreb o desde Eslovenia, en los que los rumores se reproducían simplemente en la forma de indicativo; no se emplea ningún condicional, según la vieja fórmula de la historiografía que habíamos aprendido de los latinos aunque es obvio que no para siempre. Lo que han hecho estos tres órganos es criminal. En cierta forma es otro crimen de guerra.

En su crónica de viaje habla usted de un camionero de Skopje, en Macedonia, con el que intercambió una mirada que duró un instante: "Y apenas cruzó el espacio un fantasma de dolor, uno enorme, uno que, sin duda, no era sólo personal." Qué provoca la aparición de ese fantasma del dolor? Yugoslavia, no Eslovenia.

Conjura usted al fantasma del dolor, pero éste no desaparece.

El fantasma del dolor sigue avanzando, pero no estoy del todo seguro de si llegará tan lejos como antes. Jean-Paul Sartre vino tras la gran guerra a Kragujevac. Es una ciudad industrial, de unos 200 mil habitantes. Allí, durante la guerra, los estudiantes de bachillerato y sus profesores fueron tomados como rehenes y asesinados por los alemanes. Sartre percibió que sobre toda aquella región se cierne el dolor, toda Serbia está dolorida. El dolor viene de los alemanes, y esto hay que marcárselo a fuego a los alemanes. Toda Serbia está aún predestinada al dolor, no es ninguna paranoia.

Cree usted realmente que tras la aparición de su artículo en los periódicos ha cambiado algo en la manera de informar?

Sí. He seguido leyendo los periódicos alemanes, también el Frankfurter Allegemeine, y creo haber percibido, sobre todo en algunos informes locales, una sombra de duda.

No es demasiado presuntuoso?

No soy presuntuoso. Nunca he percibido en mi escritura algo parecido a la autoridad. En algunos momentos hay cierta firmeza; luego vuelvo a ser frágil. Pero en este artículo sí he percibido autoridad, y no me ha parecido falsa.

Su texto no es precisamente indulgente ni amable.

Tiene seguramente elementos de panfleto, lo cual me parece apropiado; corresponde precisamente a una suerte de invitación a la reflexión donde la rabia, en este caso la mía, no se atenúe sino crezca. Formular la rabia fue un ejercicio muy consciente. Quise escapar a la ira, que frecuentemente siento, en forma de rabia. La ira no tiene forma. La ira y la rabia son asuntos que me interesan como escritor, pero no el odio. A propósito de mi artículo sobre Serbia, a menudo se habla del odio que supuestamente sentí. Naturalmente la ira y la rabia jugaron un papel, pero lo he transferido al juego de las palabras.

De dónde le viene ese particular amor por Yugoslavia?

Viene de los años sesenta. Escribí mi primer libro, Los avispones, en una isla del Adriático. Un compañero del colegio y yo nos alojábamos en casa de un pescador y a veces íbamos al cine a la ciudad. Había jugo kokta, una bebida dulce del tipo de la Coca-Cola. En el cine, los nombres de los actores americanos estaban escritos como en transcripción fonética. Aquello no era Croacia, para mí era Yugoslavia.

Es realmente triste que la Yugoslavia de la que hablé en La repetición no exista ya del todo. La repetición, publicada en 1986, cuenta cómo ve a Yugoslavia un hombre joven, que viene de Austria a principios de los sesenta. El país le parece extraño y extraordinario. Ahí aparecen los trenes, las salas de espera con los retratos de Tito, los grandes almacenes. Desde que no es Yugoslavia, sino sólo Eslovenia, no tengo ya esa imagen amplia. No se puede hacer de Yugoslavia un país bucólico, pero sí contar lo que subjetivamente supuso para un hombre joven marcharse de Austria, de la variedad de colores al asombroso gris de Yugoslavia: eso no lo puedo olvidar.

Pero ya no existe.

Era curioso estar en Austria hace cuatro años y medio, durante aquella corta guerra en Eslovenia. Casi todos mis amigos en Estiria y Carintia estaban entusiasmados con los eslovacos. A mí me pareció sospechoso. Fui a la frontera y observé las huellas de los tanques.

Usted espera realmente que su crónica de viaje contribuya a mejorar la situación.

No lo espero, estoy convencido de ello.

A pesar de las reacciones hostiles?

A pesar de que las reacciones son en gran parte hostiles e incluso cargadas de odio, me parece que este texto se considerará como lo que es, como un texto de paz. Esa historia de Srebrenica debe ser aclarada. Pero además hay que mostrar qué posibilidades habría para la reconciliación o el reencuentro, y no por cierto tirando otra vez de la misma cuerda, sino restableciendo los pequeños puntos en común.

No debería hablarse de su viaje en la prensa serbia, croata o bosnia, y no en Alemania o Francia?

Mi historia está pensada para cualquier lector de lengua alemana, pero también para cualquier lector de Serbia o de Croacia. En Eslovenia, el periódico Delo ha publicado casi todo el texto, también un periódico de la oposición en Croacia, llamado Herald Tribune, y alguien en Sarajevo lo va a sacar, y alguien en Belgrado seguramente también. Les conviene escuchar esto.

Ahora, ha dejado atrás la guerra?

No la he dejado atrás, me preocupa mucho. Cuando encuentro a gente en Austria de la edad de mis padres, me preocupa mucho saber que vivimos, por así decir, en un país de perdedores que no pueden tener conciencia de su propio valor, como quizá los partisanos en la Yugoslavia de Tito. Hay que comprender la mezquindad de los austriacos, y naturalmente disculparla. Viene de la derrota y degenera en histeria.

Pero usted sigue siendo austriaco.

Soy austriaco, naturalmente.

Como Luc Rosenzweig y Peter Schneider, Ophüls le reprocha que no tuviera usted ningún respeto por los periodistas que trabajan en Sarajevo.

El camarada Peter Schneider... Sólo nos hemos visto una vez y tuvimos una conversación más bien amistosa. Me contó su manera de escribir: se pone siempre unos jeans muy ajustados, para así sentir su sexo, y si es posible también se quita la camisa, así su escritura se vuelve vital. Siempre que leo sus cosas, lo imagino con esos ajustados jeans y el musculoso torso desnudo, sentado ante sus potentes obras. Yo cuando escribo prefiero hacerlo con unos pantalones anchos.

Pero no son justificados los reproches de que no pensó usted en los periodistas que han muerto en el ejercicio de su profesión?

Qué quiere decir eso? Mi artículo no trata de cuestionar el heroísmo de los periodistas, sino de demostrar y poner al descubierto cualquier distorsión o burla injustificada, así como cualquier sospecha que no se haya comprobado debidamente. No he atacado a los medios. Pero no quisiera volver a leer que los bárbaros serbios beben slivowitz, cuando los periodistas también lo beben por las noches en el bar del hotel, sólo que uno mucho mejor. Que el periodista francés que informaba sobre La Vuelta Ciclista a Francia y sin conocimiento fue a Yugoslavia al estallar la guerra, haya sido gravemente herido, no tiene nada que ver con que yo critique la forma en que él ridiculiza ahora a los serbios de Sarajevo. Cuando me vienen ahora con que este hombre ha perdido una pierna en la guerra, creo que esto no debería parecerle correcto ni al propio Jean Hatzfeld: que lo que ha sucedido se utilice para esta orgía de sentimentalismo lacrimoso por los heroicos periodistas. La mayoría de los reproches que se han hecho en contra de mi historia se vuelven superfluos ante las terribles reflexiones a que me he sometido a mí mismo. Quien ve algo bucólico o idílico en la descripción de una comida en un país afectado por la guerra, es un imbécil, un lector imbécil. En cada una de las descripciones hay espanto, preocupación y compasión. Nunca me atrajo ir a Bosnia. No me interesaba ver los lugares destruidos; siento una aversión fundamental a imitar lo que de todos modos ya nos transmiten las imágenes de la televisión. Como tampoco me atrajo nunca ir a Berlín tras la caída del muro. Ése no es mi caso.


Quien ve algo bucólico o idílico en la descripción de una comida en un país afectado por la guerra, es un imbécil, un lector imbécil. En cada una de las descripciones hay espanto, preocupación y compasión. Nunca me atrajo ir a Bosnia. No me interesaba ver los lugares destruidos; siento una aversión fundamental a imitar lo que de todos modos ya nos transmiten las imágenes de la televisión.

Pero se le echa en cara que haya ido usted a la retaguardia, mientras que el enviado especial de los americanos descubre las fosas comunes de Srebrenica.

Todo lo maniqueo prolonga la guerra eterna. Un ejemplo típico de lo que está pasando es la página 3 de El País, del 24 de enero. En la parte superior, una fotografía muestra a los serbios retirando sus ataúdes de las fosas. A continuación se informa que el tribunal internacional encuentra cada vez más pruebas de la existencia de una masacre. Hace tres meses se tenían pruebas concretas, y hace seis meses también. Y ahora, por fin, estamos ante la aclaración definitiva. Es una extraña manera de tratar esta terrible historia. Esto y nada más que esto es lo que yo he querido contar. La fotografía de los ataúdes desenterrados no tiene nada que ver con el informe sobre la comisión. Hablo ahora como crítico del lenguaje. Esto es algo digno de Karl Kraus. En la misma página aparece, además, un tercer texto, un comentario en mi contra del anterior corresponsal de guerra de El País en Yugoslavia: "El escritor austriaco Peter Handke se ha indignado con la prensa internacional. Salió de su idílico retiro de Salzburgo para viajar por Serbia. Ha llegado a la conclusión de que gente tan amable y hospitalaria jamás podía ser la responsable de estas fosas comunes." Encuentro entonces que el retrato básico de intelectuales "militaristas" como yo estaba ya trazado en el Mefisto de Heinrich Mann. Soy, según él, una de esas personas que en este siglo han aprobado los asesinatos en masa. Entonces a uno se le ocurre que si se informa sobre mi artículo de forma tan falseada, qué es lo que ese antiguo corresponsal de guerra habrá visto realmente en Bosnia?, qué habrá hecho allí con la realidad?.