Queremos que se cumplan los 10 puntos, no migajas, advierten dirigentes rebeldes a la Cocopa
Hermann Bellinghausen, enviado, San José, El Caribal, Chis, 28 de septiembre #&164: La experiencia de la militarización es cotidiana y creciente en éste ``el último rincón'' de la selva Lacandona, como dice el representante de San José para que oigan los legisladores de la Cocopa. Desde el 17 de septiembre, todos los días los indígenas son rodeados por tropas del Ejército Mexicano, proveniente un día de San Caralampio, otro de Calvasio, dos de los campamentos militares en este enclave a orillas de los Montes Azules, al fondo de las cañadas de Ocosingo.
-Pero ayer vinieron soldados de los dos lados. Nos quieren envolver.
Gira su cuerpo, señalando:
-Se posicionan en ese bosque y en este río, se posicionan por este camino real. Avanzan, se van para atrás, asoman los cascos de sus cabezas. Llegan a la loma, toman posiciones de combate. Apuntan. Les preguntamos que qué buscan. El soldado no contesta totalmente, dice que tiene orden, que es mudo, que no oye.
San José no viene indicado en el mapa que trae la Cocopa y muestra Luis H. Alvarez. Es el último punto del recorrido de los legisladores por las comunidades señaladas por el subcomandante Marcos, donde se han efectuado movimientos de tropas federales en fechas recientes.
Separado de El Caribal por un recodo del río Perlas, San José es una comunidad zapatista, y se nota. La forma de organizarse, moverse y hablar les es propia .
Los helicópteros de la PGR en que viajamos la Cocopa y los periodistas no son la mejor tarjeta de presentación en estos lares. No obstante, acude toda la comunidad de San José al parque donde descienden los aerostatos.
Distinto había sido el descenso en San Caralampio, a unos cuantas leguas de montaña de aquí. San Caralampio es un cuartel militar que a algunos periodistas nos hizo pensar en San Quintín. Además, el helicóptero descendió erróneamente en el cuartel militar y no en el centro del pueblo. Tal vez la costumbre.
Toda una colonia militar con casas de madera que parecerían de muñecas si no fuera porque están semienterradas: son barricadas. A la vista, decenas de militares vigilando o en faena. Armados, claro. Sólo aquí suman cientos.
El helicóptero corrigió el descenso para así encontrarse los legisladores y los representantes del pueblo. Se acondicionó la Casa Ejidal mientras se reunía la población. Un gran retrato de campaña de Ernesto Zedillo presidía el salón. Finalmente, el encuentro fue afuera. La mayoría priista, por voz de sus representantes, se manifestó por la permanencia de la tropa:
-Las autoridades ya se cansaron de reorientar a los zapatistas. Si ellas no obedecen, qué vamos a hacer.
De pronto esta remota comunidad tzeltal sin carretera resulta Jauja.
Ya hemos gozado el apoyo de los militares. Consultas, ayuda con sus helicópteros. Traen toneladas de Diconsa. Que siga así, dice el representante ejidal, señalando la blanca tienda Diconsa-Sedesol a unos metros, rodeada, como todo el pueblo de San Caralampio, por soldados armados. Se les ve frente a los solares de las casas, en los caminos y la pista de aterrizaje.
El senador panista Luis H. Alvarez pregunta:
-¿El gobierno les ha mandado ayuda?
-Sí, ahora tenemos celdas solares. En las casas tenemos escuela, nuestros hijos están contentos así como estamos.
En otro solar del pueblo, en reunión con la minoría zapatista de San Caralampio (ocho familias en una comunidad de 480 miembros), las celdas solares son consideradas ``migajas'' y se pide la salida del Ejército. Manuel, su representante, es moderado. Dice que no molestan los soldados, nada más asustan. Atrás, una muchacha de traje naranja luminoso confiesa con una gentileza teñida de ira:
-Sí molestan, cómo no:
Pero como a las mujeres nadie les pregunta su opinión, pasa inadvertida. Además, rápidamente la reconviene en tzeltal su abuela. Que no hable con desconocidos.
Al senador Salazar Mendiguchía le divierte enormidades que un muchacho de la minoría zapatista lleve la camiseta futbolera de los Tiburones de Almoloya (sic). Ese campesino también habla, y otro, que vino de San José por si no llegaban allá los legisladores, y es el más vehemente.
-Vayan allá -dice- para que les digan lo que pasa.
Los priístas en San Caralampio hablaron con la Cocopa como si recibieran a enviados del gobierno. Pidieron un camino y el petista José Narro dijo que la Cocopa los ayudaría en esa demanda, que venía con ellos el licenciado Gómez Aranda, del gobierno estatal, que estaba tomando nota, y que hoy mismo se entrevistarían con el gobernador Ruiz Ferro en Tuxtla. En cambio, en San José la comunidad se vuelca a recibir a los legisladores en un acto político de gran fuerza, sin pedir ni dar gracias de nada.
El representante, un hombre de lentes oscuros, habla de frente al diputado José Narro, presidente en turno de la Cocopa.
-Somos 53 familias ejidatarias, en el último rincón de la montaña. Vivimos aquí hace 26 años.
-El camino que falta es el problema más fuerte -da por sentado Narro, recordando lo escuchado en San Caralampio.
-¿Cuál camino? Nosotros no peleamos por una carretera, estamos peleando en general. Lo que ya no aguantamos son los ejércitos. Se están moviendo hacia el rumbo de nosotros. Esta es nuestra perdición.
El vocero de San José habla ``en general''.
-Para que muera la bronca, tienen que cumplir nuestros 13 puntos ¿Está escuchado, o no?
En San Caralampio los priistas se manifestaron sencillamente por la reanudación del diálogo en San Andrés, igual que han hecho los empresarios de Durango y San Luis Potosí. En San José hablan de otro modo:
-Nosotros decidimos que no haya diálogo. Así como es no sirve. Queremos un diálogo verdadero, no un diálogo para que avance el ejército.
Dice otro joven:
-Lo que Marcos está sacando en los documentos no es su sentimiento, es la gente. Los pueblos están decidiendo. Todos.
También relatan incidentes con los soldados. A un hombre, que fue golpeado, ``le rompieron la camisa'', dice un señor. ``Lo iban a torturar, le iban a sacar no se qué información. Lo soltaron porque llegamos los compañeros''.
En otra ocasión, los campesinos de San José fueron amenazados con granadas por los federales. Hace ocho días.
-No estamos violando ninguna ley del diálogo -remata el de lentes oscuros-. Los patrullajes militares están. Los vuelos bajitos están. El gobierno nos está matando políticamente. Así, yo prefiero morir combatiendo.
Los hombres en un grupo compacto, algunos trepados sobre un puente colgante de madera que conduce al pueblo, inmóviles, esperan que los dos helicópteros se pierdan en el aire. Las mujeres a orillas del río, todas juntas, hacen lo mismo. El pueblo en sí está desierto. La población se congrega en la improvisada pista de aterrizaje, mirando con ojos severos cómo se alejan los visitantes del Congreso de la Unión, que los acaban de escuchar.