Michel Camdessus, director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), declaró que los latinoamericanos ``no pueden darse el lujo'' de padecer nuevos colapsos financieros ni crisis bancarias, como si ello se debiese a una veleidad autodestructiva o a un masoquismo atávico de esos pueblos y no fuesen, en cambio, resultados concretos de las políticas promovidas por el propio FMI y aplicadas al pie de la letra por los fundamentalistas que creen a pie juntillas en las recetas neoliberales.
``Nunca más'', exhortó el megatecnócrata bancario, y propuso que, para evitar la repetición de los sismos en las finanzas, los bancos de América Latina sean ``regulados y supervisados más estrictamente'' que los de los países industrializados. En otras palabras, sugirió que además de los informes precisos de los gobiernos nacionales latinoamericanos sobre la aplicación y el acatamiento disciplinado de las líneas resueltas para ellos por el FMI, éste debería tener un control y una intervención directa en los organismos centrales de las finanzas de cada uno de nuestros países.
Como prueba de que esta afirmación no es exagerada está el hecho de que en Argentina, por ejemplo, se ha llegado ya al extremo de que funcionarios del FMI asistan a las sesiones de la Cámara de Diputados para presionar e imponer la aprobación de las recomendaciones (que son verdaderas órdenes) del organismo al gobierno de ese país, y que en el Banco Central un representante asesore cada paso de las autoridades locales. Así sucedía en las colonias europeas en Africa, donde los funcionarios metropolitanos flanqueaban a los nativos en las instituciones fundamentales...
La crisis económica y social de la región es, sin embargo, demasiado grande como para que ésta pueda dejar el timón económico en manos de los financieros, subordinando así su desarrollo a las ganancias de éstos y a las imposiciones internacionales.
Si las finanzas, en efecto, monopolizan el timón de la política, a costa de las necesidades sociales y de la producción, y si ellas están controladas, ``reguladas y supervisadas'' desde el exterior, ¿dónde queda la soberanía de los países telecomandados desde el FMI? ¿Qué garantías existen de que no se repitan las crisis bancarias, que son sólo reflejo y resultado de los desequilibrios económicos y sociales, brutalmente agravados por la concepción aberrante de que la macroeconomía de un país puede estar muy bien aunque la mayoría de su población esté peor que nunca y se desplome la producción para el mercado interno?
Si el FMI debe ``regular y supervisar'' directamente la política monetaria, cambiaria y la economía en general, ¿a qué se reducen las elecciones, los organismos legislativos, los poderes nacionales? ¿Sólo son un mero adorno de la torta financiera internacional.