Kuhmo, Finlandia. La sede principal del Festival de Música de Cámara de Kuhmo es la espléndida sala de conciertos del Centro de Artes de Kuhmo. Inaugurada en 1993, la sala tiene capacidad para casi 700 personas, y se caracteriza por un interior en el que predominan las formas sinuosas de los muros y el techo que, realizadas en madera, dan al local una notable calidez humana y acústica, así como un muy agradable y hospitalario aspecto visual. Si a primera vista una sala de conciertos de este calibre, que además tiene servicios complementarios de primer orden, pareciera quedarle grande a un pueblo de menos de 15 mil habitantes, lo cierto es que el creciente prestigio del Festival y sus necesidades actuales hacen de la sala un sitio más que apropiado para llevar a cabo lo que año con año se planea como parte fundamental de este maratón finlandés de música de cámara. Fue precisamente en la nueva sala de conciertos que tuvo lugar el concierto de clausura de la edición número 27 del Festival de Música de Cámara de Kuhmo, cuyo programa estuvo conformado por una muestra de lo más sólido de la gran tradición vienesa clásica y romántica.
El pianista Viacheslav Novikov, uno de los artistas de mayor edad y experiencia del Festival, inició el programa con la Fantasía K. 397 de Mozart. Obra límpida y transparente, la Fantasía es una de las más interesantes muestras de ese pathos apolíneo y contenido que Mozart solía extraer de las oscuras tonalidades menores. Novikov hizo una buena aproximación técnica a la obra, pero quizá mostró una mano un poco pesada para el espíritu de Mozart, dejando en ocasiones que las resonancias y la intensidad dinámica oscurecieran la transparencia de la música. Lo mismo ocurrió, hasta cierto punto, en la segunda obra mozartiana del programa: la Sonata para violín y piano K.454. En su labor de acompañamiento para el violinista Jean-Claude Velin, el pianista Novikov tomó un nivel de protagonismo que, sin abrumar del todo a su colega, le impidió expresar cabalmente su evidente inclinación hacia una dinámica y un fraseo apegados al espíritu de Mozart. Quizá hubiera ayudado en algo al balance de esta interpretación el cerrar a medio camino la tapa del piano, cosa que es bastante usual en estos casos y que extrañamente no fue tomada en cuenta por Novikov. A partir de ahí, este programa de clausura fue creciendo en méritos y en calidad. El Cuarteto Op. 76 No. 2 de Haydn fue interpretado brillantemente por el Cuarteto Robin, un ensamble formado por cuatro jovencitas finlandesas que no rebasan los veinte años de edad. Considerando su juventud, las cuatro intérpretes demostraron una gran seguridad y un gran aplomo en el tratamiento de su material y, cosa poco usual en conjuntos con tan poca experiencia, un buen sentido del ensamble sonoro y una buena intuición para aproximarse a Haydn con acotaciones estilísticas que suelen ser provincia de cuartetos más maduros y experimentados. El Cuarteto Robin hizo una versión especialmente estimable del movimiento final de la obra, en el que Haydn da rienda suelta a la influencia de la música popular húngara. Después, Beethoven, representado por su Trío Op. 70 No. 1. En esta obra fue de nuevo evidente la vocación del Festival para formar ensambles de muy alto nivel con una combinación ideal de juventud y experiencia. El pianista Henri Sigfridsson y el violinista Jaakko Kuusisto, a quienes pude escuchar la noche anterior en estupendas interpretaciones, fueron secundados por el violoncellista Christoph Richter. Juntos, los tres músicos dieron una buena muestra de lo que se puede lograr con ciertas obras de Beethoven al equilibrar la energía con la calidez, la extroversión con el control. Surgió así una muy buena aproximación a algunos momentos íntimos de Beethoven, que con frecuencia son más satisfactorios (aunque menos espectaculares) que sus expresiones de tormenta y pasión. Para finalizar el concierto y el festival, se ejecutó el Cuarteto con piano Op. 25 de Brahms, con Ik-Hwan Bae en el violín, Pierre Lenert en la viola, Christoph Richter en el violoncello y Per Tengstrand en el piano. Este ensamble logró sobre todo una textura muy uniforme, con solidez y empaque pero sin la mano dura que suele caracterizar algunas interpretaciones de este tipo de obras. En particular, este cuarteto logró sus mejores momentos en los dos movimientos finales de la pieza de Brahms, el último de los cuales, como en el cuarteto de Haydn mencionado arriba, tiene en su cimiento el espíritu musical popular de la frontera gitana de lo que fue el imperio austro-húngaro. Todo lo anterior conformó un concierto de clausura de alto nivel en el que la calidad musical fue creciendo de manera continua hasta llegar a un final de gran fuerza y proyección sonora.
Si este año los temas centrales del festival fueron Haydn-Mozart y Schumann-Brahms, así como una presencia significativa de música de Polonia y Dinamarca, en 1997 el festival de Música de Cámara de Kuhmo tendrá como tema central la llamada Conexión Americana, o sea, los compositores europeos que trabajaron en Estados Unidos durante alguna época de su vida. Esta idea tendrá como balance una revisión de la Edad de Oro en Venecia (Monteverdi y Vivaldi), así como una aproximación a Beethoven y la sonata.