Enrique Calderón A.
Sobre la jornada de condena

El domingo 8 de septiembre, mientras el gobierno se preparaba para proferir amenazas por los medios de comunicación, en aras de restablecer la ley y el orden que él mismo ha trastocado, organizaciones civiles y ciudadanas de todo el país realizaban en forma pacífica pero decidida uno de los ejercicios democráticos más relevantes de los últimos tiempos: La Jornada Nacional de Condena a la Política Económica del Gobierno.

A partir de una proclama transmitida de boca en boca y a través de algunos programas locales de radio y de notas escritas, aparecidas en este diario y en unos poquitos más, hombres y mujeres de casi todo el país pusieron cerca de mil 800 mesas en las plazas públicas de muchas ciudades y pueblos, sin más aliento y fin que seguir luchando por un país distinto y mejor que el que tenemos ahora.

Para quienes participamos en la jornada las experiencias de ese día, y de los días siguientes, nos han permitido constatar la existencia de una sociedad lastimada, ofendida, dañada de manera irresponsable y torpe por quienes nos gobiernan, por un Presidente que llegó al poder mediante el engaño y las falsas promesas que jamás pensó cumplir.

Y esto es lo que vi y oí y supe a través de la Jornada de Condena, porque me tocó ver a hombres y mujeres que al salir de la Iglesia eran invitados a participar, y los vi alejarse leyendo los documentos y luego detenerse y regresar, y los vi pedir un lápiz y sentarse en la bancas cercanas y meditar; y los vi escribir, llenar su formato de denuncia pensando cada palabra, y vi caras de rabia y de tristeza, y los vi depositando sus denuncias en una urna sobre la mesa, y luego pude ver y leer las denuncias, y vi faltas de ortografía y palabras fuertes, y leí muchas de ellas y supe que a todos les falta dinero para comer, y que algunos prefieren caminar que tomar un camión, para llevar un poco más de pan para comer; y supe también de alguien que entre él, su esposa y sus hijos han sufrido como diez robos en el último año.

Y después supe de mujeres que no son atendidas en las clínicas del IMSS en algunas partes del país, porque las medicinas no alcanzan; y vi también una denuncia de los tratos indignos que reciben las trabajadoras de las maquiladoras, de esas que supuestamente nos permiten exportar y crear empleos, y leí que en ellas, las obreras deben mostrar sus toallas femeninas cada mes para demostrar que no están embarazadas, con riesgo de perder su trabajo si no lo hacen, y pensé entonces en la Constitución y en cómo esas trabajadoras se ven obligadas a abortar sin que exista autoridad alguna que las ampare.

Y después supe que lo mismo había pasado en muchas partes, que los ciudadanos y ciudadanas de todo el país se acercaron a presentar sus denuncias y sugerencias a las mesas, a veces en medio de un clima de hostigamiento que afortunadamente no se convirtió en violencia, y supe por sus denuncias que ellos piensan que los impuestos son injustos, y que sólo sirven para que los gobernantes los roben y malgasten, y vi que muchos sugieren que la sociedad se organice para dejar de pagar los impuestos, y supe también de muchos pueblos de Guanajuato en que la gente presentó como seis mil denuncias, y que en Guadalajara sólo se puso una mesa y que muchos ciudadanos se quedaron sin poder presentar sus denuncias, y pensé que quizás sea necesario que la Alianza Cívica de Jalisco debiera ser refundada.

Y después seguí conociendo de las denuncias que van llegando de los estados, y que se acercan ya a 170 mil, y que en ellas se habla de empresas cerradas por falta de recursos económicos, de gente sin empleo, de niños que no pueden ir a la escuela, de la destrucción de bosques y manantiales, y de daños que van quedando por todas partes, y tomé en mis manos un ejemplar del diario La Jornada y observé el título de un artículo, en el que el autor preguntaba si se podía justificar lo injustificable, y me pareció que no.