La Jornada 30 de agosto de 1996

Sergio Zermeño
Los radicales

Interpela Salvador Guerrero, de La Jornada, a los dirigentes del Ejército Popular Revolucionario (EPR): ``su propósito, según el gobierno, es sembrar la incertidumbre social''. Respuesta: ``El león quiere hacer creer que todos son de su condición. El único verdadero desestabilizador que hay en este país es el gobierno opresor, es la burguesía financiera a la que está sirviendo... Nosotros emergemos como una fuerza que desarrolla la autodefensa ante la represión... Lo que aconteció en Aguas Blancas fue un acto típico de contrainsurgencia... un mensaje a todas aquellas organizaciones que a lo largo del país, como consecuencia de la crisis económica y de la falta de derechos políticos, vienen manifestándose de diversa manera...''

¿Qué hacemos con esa respuesta?, ¿la condenamos, decimos que no es verdad, la calificamos como un acto de radicalismo, de polpotistas, de trasnochados setenteros de la guerra sucia? ¿Cómo demostrarle a los miembros del EPR que no tienen razón cuando afirman que este es un gobierno favorable a los grupos más ricos del país y al capital financiero nacional y trasnacional? La verdad es que habría que retorcer mucho los datos para demostrarles que están equivocados y que nuestro gobierno no es un ``gobierno de clase'', siendo que todas las evidencias demuestran que sí lo es. ¿Cómo hacerlos entender que Zedillo y su secretario de Hacienda, a pesar de mantener el mismo modelo económico que ha ``desestabilizado'' al país y sembrado la anarquía social, son distintos a Carlos Salinas y su secretario de Programación (que era Zedillo), y que éstos eran distintos a Miguel de la Madrid y su secretario de Programación (que era Salinas)? La verdad es que no veo cómo llevar adelante dicha demostración. Luego entonces, ¿debemos estar de acuerdo con la causa del EPR?

Es sólo a partir de aquí que podemos diferir de lo antes citado: que el neoliberalismo de los tres últimos regímenes políticos haya desestabilizado al país por favorecer descaradamente a los más ricos y conducir al resto de los mexicanos a una tremenda pobreza no es suficiente para concluir que la única vía para remediarlo es la violencia revolucionaria. Pero esto no puede establecerse como una máxima moral, algo condenable o aceptable por principio; independientemente de nuestros juicios, todos sabemos que en la historia de las sociedades los cambios son paulatinos o intempestivos, pacíficos o violentos (y nuestro país no es un ejemplo de moderación al respecto). Decidirse por la violencia para cambiar las cosas en favor de las mayorías no depende, entonces, de que una causa sea muy justa como la del EPR, sino de una buena evaluación (aunque siempre deficiente), de los elementos favorables y desfavorables para el logro del objetivo propuesto. Sabemos que en América Latina, hoy, una vez echada a andar la violencia de la guerrilla (lo que se ha evitado en el caso del EZLN), el desenlace depende de las bases sociales de apoyo con que cuentan los alzados frente a la fuerza devastadora de los ejércitos nacionales. En Perú y en Guatemala, a pesar de que existía un apoyo popular importante, sobre todo en esta última, los ejércitos nacionales, apoyados por la técnica militar de las grandes potencias, devastaron a la guerrilla y la hicieron añicos, pero principalmente, y sin común medida, devastaron regiones enteras de la sociedad. En Guatemala, entre 1979 y 1982 hubo 50 mil muertos, 440 pueblos fueron masacrados y algunos literalmente desaparecidos del mapa, según datos del Ejército (Le Bot). En El Salvador, sin embargo, la situación no fue tan desfavorable para las fuerzas insurgentes, aunque el costo para la sociedad civil fue también muy elevado.

La definición de radicalismo consiste en esto, ni más ni menos: en tener una causa justa pero no contar con una buena metodología para aplicarla, de manera que, intransigentemente, al querer llevarla a su fin lo único que se logra es el efecto contrario, es decir, aumentar el sufrimiento de los colectivos, de los congéneres, a quienes decimos querer ayudar. ¿Contará el EPR con suficiente apoyo en la base y en la opinión pública, hoy y en su dinámica futura, para contrarrestar la reacción furibunda del gobierno y el Ejército mexicano, evitándole a toda esa población civil (en realidad gente muy pobre, campesinos en su mayoría y marginados), el sufrimiento y la muerte? ¿Será capaz de contrarrestar las sofisticadas técnicas de ``tierra arrasada'' (término técnico que significa la desaparición física de las comunidades), que las fuerzas globalizadas de la dominación han perfeccionado hasta el extremo?

Ya podríamos ponerle punto final a este razonamiento y rematar acusando de polpotistas y retrógrados setenteros a los insurgentes que nos están quitando el sueño (y a todos los que vayan surgiendo); pero seríamos unos irresponsables, o al menos unos malos analistas. Esos radicales guerrilleros que han aparecido en Guerrero, Hidalgo y Chiapas aún no han causado la muerte de la sociedad. Pero los otros radicales, los que fueron a Harvard y a Yale y aprendieron su ``verdad'' (en realidad una verdad bastante pírrica consistente en abrir ``inocentemente'' las fronteras de nuestro país a unos intereses que sabotean nuestras exportaciones pero ya son dueños de nuestro petróleo, que aprovechan nuestra mano de obra famélica pero exigen el confinamiento de nuestros trabajadores en el apartheid del sur), esos ``radicales'', unos ya en el exilio, otros en Almoloya y un buen número todavía en el gobierno, sí han provocado (con su radicalismo, con su afán ciego por aplicar a cualquier precio sus fórmulas simplonas, su verdad), la muerte de sus congéneres, la muerte de la sociedad.

No es cierto el resto de su doctrina: que había que hacer un sacrificio y luego gotearían los beneficios del neoliberalismo; lo único que vemos derramarse por todos lados después de estos 15 años de radicalismo salvaje neoliberal son gotas de sangre, aunque aún no las del radicalismo guerrillero, engendro horroroso del TLC, de la ``generación salinista del cambio''. ¿Cómo volver, entonces, a una moral en torno a la sociedad que ponga límite a los radicalismos?