A partir de Venustiano Carranza los informes presidenciales responden a dos modelos bien definidos. Por una parte el texto del Ejecutivo en turno hace desesperados equilibrios con palabras bonitas para justificar los actos de su propia política, equilibrios que acentúa empalagosamente el legislador que se ocupa de la respuesta. El otro paradigma explica a la gente cómo se resolvieron los problemas del país; Cárdenas no intentó nunca justificar sus actos y sí sujetarlos a la evaluación del pueblo. Como yo desearía que el próximo Informe del presidente Ernesto Zedillo cupiera en el segundo modelo y no en el primero, o al menos fuese mezcla de los dos, me inclino a formular preguntas muy ligadas a asuntos de primerísima importancia.
¿Por qué las políticas económicas que se vienen aplicando, extremadas en la administración anterior, continúan llevándose adelante a pesar de violentar las disposiciones de la Constitución de 1917? Contra lo dispuesto en la Carta Magna y con base en sofisticaciones reglamentarias ilegales, se ha desmantelado la propiedad nacional por una privatización que de ningún modo garantiza ni el desarrollo material ni la integridad soberana, finalidades estas últimas que el Constituyente revolucionario atribuyó a la riqueza que administraría el Estado. Además de la descapitalización que debilita la capacidad directiva del Estado respecto del rumbo de la economía, la señalada política vuelve a quebrantar el supremo artículo 27 al abatir los ingresos campesinos y de trabajadores urbanos, incluidas las clases medias populares, paralizando, en la sociedad rural, los apoyos que le son indispensables, así como los sueldos y salarios citadinos por la firma de pactos transgresores del artículo 123 constitucional. La única actividad privilegiada a costa de las anteriores, es la empresarial en sus altos niveles financieros e industriales, principalmente cuando son negocios imbricados en los del capitalismo extranjero. La política económica actual echó abajo la concepción del Constituyente sobre una economía nacional justa y apuntalada en una armónica explotación de las propiedades nacional, social y privada, en la que esta última no chocara con el bien general. La economía dependiente en que vivimos beneficia a minorías locales y no locales, y de ningún modo a la población mexicana.
Otro gran tema es el educativo. Aunque las comparaciones organicistas me son desagradables, vale aseverar que el talento colectivo cumple en la sociedad un papel semejante al del cerebro en el cuerpo humano; y precisamente el sistema educativo tiene por objeto el cuidado de ese talento para que, en la madurez de su saber, entienda los problemas y proponga las acertadas soluciones que la gente desea ver puestas en marcha. ¿Cuál es la realidad educativa? Parece que en la trastienda de los que mandan hay desprecios a lo mexicano que generan diversas manifestaciones, claro, pero una de sus consecuencias escalofriantes son los escuálidos recursos que costean la enseñanza. No sólo los planteles primarios y medios carecen de lo más indispensable en bibliotecas, laboratorios y otros útiles, sino que los profesores reciben magros salarios que apenas permiten sobrevivir a sus familias; tienen que empeñarse en otros oficios para llevar algo más a la mesa de sus hijos. Y hay otro golpe: la vejez tendrá que pasarse con pensiones de miserias que aumentan la desesperación de los mentores. Las consecuencias son tristes: las masas de niños y jóvenes que no pueden pagar escuelas particulares, también de dudosa eficacia, reciben una instrucción de bajísima calidad.
Y para redondear las violaciones al supremo artículo 3o., las universidades se ven envueltas en la misma política; los subsidios no cubren ni un porcentaje mínimo de las mínimas condiciones que deberían reunirse para una buena educación; su grandeza está fincada en el esfuerzo personal que ha gestado la excelencia de círculos de maestros y alumnos que nada deben a la incomprensión gubernamental. Recuérdese, por otra parte, que la Universidad no agota su esencia en el saber profesional y adscriptivo; su verdadera meta es el cultivo del hombre en las ciencias que perfeccionan sus más altos valores humanos. La Universidad es el camino del homo sapiens para superar, en el espíritu, su original animalidad. ¿Por qué el gobierno, que no el Estado, sigue adelgazando el presupuesto educativo y engrosando el militar?
Razones de espacio imponen un solo planteamiento adicional. Si en verdad la autoridad propicia una transición democrática, ¿por qué en las últimas reformas, que en parte violan la Constitución, no dio pasos para purgar el clientelismo que siempre ha viciado el voto en favor de candidatos oficiales?, y ¿por qué tampoco auspició medidas como el referéndum o las consultas ciudadanas previas a decisiones públicas de transcendencia? Nuestro Estado de derecho es más mito que realidad, y la democracia ajena a la voluntad soberana del pueblo se ha transformado en el instrumento de que se sirven las élites poderosas para tomarse la parte del león. ¿No cambiaría la vida nacional si su población participara en la formulación de decisiones políticas? ¿Por qué no sucede así?
Punto y cero preguntas; ya no cabe una letra más.