Al parecer nuestro país, como afirmarían los filósofos buscadores del ser del mexicano en los años 50, sigue siendo excepcional en algunas de sus prácticas. Una de ellas es la enorme capacidad de los grupos dirigentes, ya sean gubernamentales, de empresarios o jefes sindicales, para enmascarar sus propósitos o para presentar como nuevo algo que nació viejo. Un ejemplo reciente de esa habilidad es el anuncio del pacto para una Nueva Cultura Laboral, firmado por la minoría de los representantes sindicales del Congreso del Trabajo, los principales dirigentes empresariales y el Presidente de la República como testigo de honor.
Para engañar, sin embargo, no sólo se necesita pericia sino también gozar de crédito. A Fidel Velázquez y los jefes sindicales subordinados a él, --los firmantes de los principios de la Nueva Cultura Laboral (NCL)--, no puede negárseles habilidad; la han demostrado a lo largo de decenios de controlar a franjas anchas del movimiento sindical; pero su crédito se ha agotado en los tiempos recientes. A la firma de la NCL sólo acudió una cuarta parte de los dirigentes del CT. Fidel, aunque cuenta con la confianza del jefe del Estado mexicano, ya no pudo convencer a los líderes de varias centrales y sindicatos nacionales para apoyar el pacto del martes 13. Los dirigentes que no firmaron el mencionado pacto, son contrarios a él, tal vez no por su contenido sino porque entre otras cosas es una maniobra de Fidel Velázquez para prolongar su tambaleante liderazgo con el virtual apoyo de los empresarios.
Sería equivocado, sin embargo, reducir la importancia de la NCL a intentos manipuladores y de engaño o a una maniobra de Fidel Velázquez. Es eso, pero además algo más importante. Es la redefinición escrita --precedida de una práctica de varios años-- de las relaciones obrero patronales en tiempos de neoliberalismo; también el primer paso para ir a fondo en esos cambios, con la modificación de cuestiones esenciales como la jornada de ocho horas, la seguridad en el trabajo, el derecho de huelga, la solidaridad colectiva entre trabajadores y sindicatos y otras no menos importantes.
Los principios y objetivos de la NCL tienen como su eje central el de la utópica conciliación de intereses de clase entre trabajadores y empresarios. A lo largo del texto del pacto se hacen numerosas declaraciones de fe sobre la cooperación de los factores de la producción, la equidad, la buena fe de las partes, el fomento de la veracidad en las relaciones laborales, la probidad, esfuerzo, creatividad y por supuesto productividad; esta última junto con la competitividad y la calidad, articulan todas las ideas de la llamada nueva cultura laboral.
No existe nada que haya cambiado la naturaleza contradictoria de las relaciones entre trabajadores y capitalistas para pensar en la conciliación de sus intereses. Ciertamente capital y trabajo forman un todo en el proceso de producción. Pero el principio y fin del capital es alcanzar la ganancia máxima y ésta sólo puede conseguirse a costa de sacrificar los ingresos de los trabajadores por las diversas vías de las que dispone el capital. La principal de ellas en los años recientes ha sido la de la liberación de todos los precios y el control de los salarios, o sea, la implantación del mercado excepto para la mercancía fuerza de trabajo. La sobreexplotación del trabajo asalariado y el aumento de la productividad son formas mediante las cuales aumenta la ganancia empresarial. Los 258 mil millones de dólares que, afirma Juan S. Millán, dejaron de percibir como salarios los trabajadores mexicanos en los últimos 16 años, se convirtieron en ganancia empresarial y ayudan a explicar por qué en estos años se han amasado las fabulosas fortunas de multimillonarios mexicanos registrados en Forbes.
En la declaración sobre la Nueva Cultura Laboral se plasma la idea de la Coparmex contenida en su proyecto de LFT dado a conocer en 1989, de subordinar los salarios a los aumentos de productividad. Esa propuesta, convertida en pacto equivale a condenar a los trabajadores a perpetuar sus difíciles condiciones de vida de la actualidad, pues hoy el conjunto de los trabajadores sólo percibe por concepto de salarios el 25 por ciento del PIB; sus ingresos están más deteriorados que en ningún otro momento de los últimos decenios.
Una propuesta de esa naturaleza debería tener como condición inicial aumentos sustanciales a los salarios (que traerían consigo consecuencias positivas en la economía) y establecer formas de control y fiscalización de los trabajadores sobre la producción y contabilidad de las empresas. Pero eso, por ahora, mientras no cambie la situación del movimiento sindical, es también utópico.