Uno de los grandes políticos mexicanos del presente siglo fue sin lugar a dudas el arzobispo Luis María Martínez, quien con toda astucia y dedicación supo reconstruir a la Iglesia católica mexicana después del conflicto de 1926-1929 entre el Estado y la Iglesia. Su estrategia de diálogo con las autoridades, reconocimiento de intereses comunes y discreción, aseguró la gradual, pero segura recuperación de una institución que estuvo a punto de ser devastada por la ofensiva secularizadora del Estado revolucionario, pero también por su propia intransigencia y estrechez de miras. Las recientes, muy numerosas tomas de posición del arzobispo primado de México, Norberto Rivera, despiertan una incontenible nostalgia por el sabio jerarca Martínez.
El editorial del periódico Nuevo Criterio que, para efectos prácticos, acusa al ex presidente Carlos Salinas del asesinato de Luis Donaldo Colosio, es una prueba de que las autoridades actuales de la Iglesia católica mexicana nada saben del consejo evangélico de que para ser efectivos hay que ser ``suaves como palomas y prudentes como serpientes''. Pues denuncia tan brutal y desatinada --y la apasionada defensa del Procurador Lozano-- puso al descubierto las intenciones y las alianzas de la jerarquía eclesiástica. Esta postura no es necesariamente reprochable, salvo desde el punto de vista del Derecho Canónico y de la propia Iglesia, a la que no le conviene de ninguna manera identificarse con una fuerza política en particular, porque al hacerlo pone en entredicho su universalidad. Sin embargo, desde el punto de vista de las elecciones del próximo año, no deja de ser una ventaja que el Arzobispado haya abierto el juego, porque así cuando votemos en julio de 1997 ya sabremos por quiénes estamos votando.
Pero si grave fue la ligereza del citado editorial de la publicación católica, más graves y penosas fueron las justificaciones del arzobispo Rivera, publicadas ayer en La Jornada. Lo primero que llama la atención es que el arzobispo primado de México no asuma la responsabilidad que inevitablemente le toca en este asunto. Todos sabemos que las publicaciones católicas siempre tienen que contar con el nihil obstat, es decir, la constatación de parte de las autoridades eclesiásticas de que no hay reparo en que el material en cuestión se publique y sea leído por los fieles. En este caso, sin embargo, el arzobispo no desautorizó la publicación explícitamente. Respondió con el manual del burócrata. Le echó la culpa, primero, a su subalterno, el obispo auxiliar Abelardo Alvarado (quien seguramente tendrá que asumirla sin decir ni pío, con cristiana disciplina). En segundo lugar, el arzobispo dijo que no podía estar en todo. Luego señaló que los últimos responsables de la publicación eran los miembros del consejo editorial. Todo el mundo sabe que eso es igual a decir que no hay responsable. Y concluyó su defensa con el peregrino argumento de que el famoso artículo no hace sino repetir lo que la ``población'' dice.
Tendría que haber sido un poco más específico. ¿A qué población se refiere? Seguramente hay quienes comparten la hipótesis de Nuevo Criterio en relación con el asesinato de Colosio; pero también hay quienes piensan que Salinas era el que menos podía beneficiarse del crimen; y no somos pocos los que creemos que las fallidas investigaciones al respecto aportan elementos para sustentar muchas otras hipótesis distintas o señalar otros culpables. Pero, nuevamente, esta tan desmemoriada Iglesia católica mexicana no sólo ha olvidado a su benefactor más reciente, sino que tampoco parece recordar que puede representar a una mayoría religiosa en el país, pero no por ello representa a toda la sociedad, ni mucho menos. Por consiguiente, tampoco puede hablar en su nombre. El arzobispo Rivera debería tener presente que la estridencia no favorece a la Iglesia católica, porque despierta la desconfianza de muchos mexicanos que temen los efectos divisivos de una Iglesia politizada como la que él ha puesto en pie de guerra desde que inició sus funciones al frente de la arquidiócesis.
Como se sabe, cuando uno repite lo que todo el mundo dice, sobre todo si se trata de una acusación, uno corre el riesgo de calumniar al prójimo y de traicionar al amigo. Es de suponerse, en consecuencia, que el editorial católico fue debidamente pensado, consultado y calculado. De no haber sido así, entonces el arzobispo Rivera tiene un grave problema de organización. Hace bien en decir que no corresponde a la Iglesia católica hacer conjeturas, sobre todo si, como él mismo afirmó, la institución no tiene indicios o pruebas relativas al asesinato del candidato del partido oficial en marzo de 1994. Esta aclaración fue para muchos un alivio, porque ya temíamos que todo lo hubieran sacado del secreto de confesión. Llevamos años quejándonos de la ausencia del buen Juárez, pero tal y como van las cosas, hemos llegado al punto de añorar ahora al inteligente Martínez.