Jefe de la delegación oficial en la Mesa de San Andrés, Marco Antonio Bernal cerró la más reciente ronda de negociaciones en Chiapas al denunciar que los zapatistas buscan ``todo o nada''. Los rebeldes, por su parte, en la última comunicación escrita que entregaron a la delegación del ``gobierno'', exponen por qué el proceso no avanza: el régimen, afirman, ``se niega a reconocer la existencia de un sistema de partido de Estado y la necesidad de desmantelarlo'' para dar paso a una auténtica transición a la democracia.
La reforma electoral ``definitiva'', no recoge en modo alguno el planteamiento de los zapatistas. Las elecciones federales de 1997 --y son cada vez más las voces que coinciden en este punto-- no serán las del cambio sino las del aplaza- miento. Queda pendiente, sin embargo, la reforma del Estado. ¿Quién tiene el derecho legítimo de sentarse a discutirla? ¿La sociedad en su conjunto o nada más las élites?
En su más reciente colaboración semanal el analista José Woldenberg advierte que la política ciudadana sólo es posible a través de los partidos políticos: incluso --propone con vocación sofista--, aquellas convergencias que no se reconocen como partidos, aunque no lo admitan, son partidos.
Desde algún rincón de la famosa cantina El imperio de los sentidos, el tonto del pueblo se anima a disentir. El abstencionismo, pregunta, ¿es un partido? ¿Los movimientos sociales son partidos? ¿Es un partido el zapatismo? ¿Es un partido El Barzón? ¿Lo es la Asamblea de Barrios? ¿También Alianza Cívica?
Días antes que Woldenberg echara a rodar esta idea, dos voceros del oficialismo --uno del PRI, otro del PAN-- en sendas conferencias de prensa, pontificaron que la reforma del Estado sólo podrá ser pactada entre los partidos políticos y los representantes del ``gobierno'', es decir, entre los mismos interlocutores que fraguaron la reforma electoral --cabe recordar-- ``definitiva''.
En el sexenio de Miguel de la Madrid, un brillante asesor del régimen que pronto se convertiría en intelectual orgánico del salinismo, soltó una noche en el restaurante Los Guajolotes un sofisma semejante: ``la política, a los partidos; los sindicatos, a trabajar''. Lo anterior demuestra que a la luz de la tesis de Woldenberg y de los voceros del PRI y del PAN, la ahora vieja teoría de los neoliberales en materia de exclusión no ha cambiado un ápice.
Lo que sí ha cambiado, sin embargo, de manera muy notable, es el escenario de la coyuntura. No hace mucho, Jorge G. Castañeda describió como ``bipartidismo y medio'' a la alianza del PRI y del PAN con el pequeño PRD que encabezaba Porfirio Muñoz Ledo: el coautor, con Emilio Chuayffet, de la reforma electoral --no está de más reiterarlo-- ``definitiva''.
Ese ``bipartidismo y medio'', en efecto, existía. La última noticia que de él se tuvo fue el martes 13 de los corrientes, cuando los diputados del PRD, Ramón Sosamontes y Jesús Zambrano acudieron a la oficina de Antonio Lozano Gracia para exigir explicaciones sobre la destitución de Pablo Chapa Bezanilla y de buenas a primeras aceptaron la sugerencia del llamado ``procurador general de la República'' para designar, entre legisladores de todos los partidos del Congreso, al nuevo fiscal especial de Lomas Taurinas.
Pero Zambrano y Sosamontes quedaron en situación incómoda --``mojárrica'', dice el tonto del pueblo-- cuando al salir de la PGR fueron a ver al presidente del PRD y descubrieron, o recordaron, que éste era ya muy otro, vamos, tan otro, que rechazó enseguida, porque no le causó ninguna gracia, la evidente triquiñuela de Lozano.
En pocas horas, en efecto, Andrés Manuel López Obrador convenció a los legisladores de su partido con argumentos elementales: si el PRD, les dijo, avala el nombramiento del nuevo fiscal especial, todo el sistema le impedirá volver a criticar la desinvestigación del asesinato de Colosio. Dos días después, en declaraciones a Proceso, Sosamontes reconoció que le había resultado ``muy difícil cambiar de parecer''. Textual: ``Sí, fue muy difícil, porque ya habíamos aceptado''. Y de este modo comenzó a extinguirse el famoso ``bipartidismo y medio'', que sigue vigente, pese a todo, en lo que respecta al problema de la educación, porque de acuerdo con una nota reciente de La Jornada, ``legisladores del PRI, PAN y PRD aprobaron el nuevo sistema de selección de estudiantes de nivel medio, puesto en marcha por la SEP''.
En una jugada que no guarda relación aparente, Lozano Gracia despidió a casi 800 agentes judiciales porque ``no tenían el perfil ético y moral necesario''. Al mismo tiempo, separó a Pablo Chapa Bezanilla del caso Colosio aunque lo mantuvo como fiscal especial en los asesinatos de Ruiz Massieu y el cardenal Posadas. La duda que surje ahora, insinúa que el Poder Ejecutivo federal --no sólo el presidente de la República--, responsable por ley de la impartición de justicia en el país, carece del perfil necesario para garantizar que la desin- vestigación del caso Colosio no pierda legitimidad, aunque credibilidad no le quede ya ninguna.
Si, de acuerdo con la tesis del neoliberalismo, los partidos son las únicas entidades de interés público facultadas para hacer la política oficial del Estado --no del ``gobierno''--, el rechazo del PRD a ser comparsa del PRI y del PAN en el enésimo capítulo de una pesquisa judicial que no llegará a su fin mientras no se inicie de veras, abre amplias expectativas de participación a la sociedad, pero, felizmente, estrecha los márgenes autoritarios de maniobra del régimen.
El propio jueves 15 del presente mes, un fogoso orador del PAN subió a poner el grito en el cielo del Congreso de la Unión, contra el PRD por supuesto. ``Si los hubiéramos invitado a una marcha, a bloquear las calles o a un plantón, hubiéramos tenido mejor respuesta'', dijo el diputado Eduardo Cárdenas quien, sin querer, dio en el clavo.
No habrá alianzas entre el PRD y el PAN mientras éste continúe fingiendo que hace oposición, cuando en realidad es un compinche del neoliberalismo en todas sus perversiones. Y las del homicidio en contra de Luis Donaldo Colosio, cobijadas por Antonio Lozano Gracia y Fernando Gómez Mont, no figuran por cierto entre las menores.
Dentro de algunos días, la vida empalmará dos hechos noticiosos. Por una parte, se reanudará el Diálogo de San Andrés y por la otra comenzará la quincuagésima tercera Muestra Internacional de Cine de Venecia, el famoso festival que dirige el maestro Gillo Pontecorvo, autor de La Batalla de Argel y Queimada. En ambos acontecimientos, por única vez en la vida, estarán presentes simultáneamente los zapatistas.
Por indicaciones de Pontecorvo, el periodista Gianni Miná, de quien se habló en este espacio dos semanas atrás, viajó a la Selva Lacandona al final del Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo, y entrevistó al subcomandante Marcos. ``¿Qué es lo qué busca el Ejército Zapatista de Liberación Nacional?'', le preguntó, casi de madrugada.
La respuesta --muy distinta del ``todo o nada'', que entendió Bernal-- será recibida por los más distinguidos miembros del mundo del cine europeo, durante la sesión de gala en la noche de clausura. ``Nosotros'', dirá el sup, con su muy fatigada voz nasal traducida en subtítulos al italiano, ``queremos que la vida sea como una cartelera cinematográfica en la cual podamos, cada día, escoger una película distinta. Ahora estamos alzados en armas porque, desde hace más de 500 años, todos los días nos obligan a ver la misma''.
Emprender la verdadera reforma que el Estado necesita, dice el tonto del pueblo, significa transformar en demandas posibles, prácticas, unificadoras en lo inmediato, la exigencia zapatista presentada en San Andrés Larráinzar: desmantelar el régimen de partido único y dar paso a la transición democrática. ¿Cómo? El diálogo en San Andrés ha sido el espacio de la imaginación y de las propuestas. La hora de la sociedad será, en cambio, la hora del movimiento. ¿Cuándo? Se aceptan pronósticos..