Cuando hablamos de la alternativa contra el neoliberalismo vía el fortalecimiento de los Estados-nación sobre bases populares, democráticas y verdaderamente representativas, se está proponiendo una estrategia de abajo hacia arriba que atenta contra el Estado, pero que defiende al Estado como fuerza posible y necesaria contra el neoliberalismo y lo que éste significa para la mayoría de la población mundial.
Lo anterior requiere una explicación, pues así planteado parece contradictorio y simple. Los Estados-nación, los de la periferia, decíamos en otro artículo, corren el riesgo de desaparecer en beneficio de las grandes fuerzas económicas que hoy dominan el mundo. Desaparición, en este contexto, no es una figura que deba tomarse literalmente en todos los casos. Significa que una parte de las naciones quedará al margen ``del sistema'', la parte donde no se pueden reproducir las relaciones económicas dominantes y las que le sirven de apoyo en regiones y ciudades. En México estaríamos hablando de las regiones más atrasadas en la lógica del capital, es decir los pueblos indígenas persistentes, las zonas rurales de autoconsumo precario y de vida miserable y sin recursos, las pequeñas empresas que se han visto obligadas a cerrar o que pronto tendrán que cerrar, las franjas de población urbana que no tendrán trabajo estable en los próximos 20 años, los desocupados sin capacidad de consumo, los parias que el modelo económico está produciendo a mayor ritmo que en los inicios de la revolución industrial o en la crisis del 29. En Africa, para ubicarnos en un extremo inadmisible pero que está en curso, estaríamos hablando de países enteros para los cuales el futuro no existe y el presente es la muerte por hambre y pandemias.
Es importante que se entienda que la mundialización de la economía, en su presente y en su dinámica, es parcial, le corresponde a los países del norte y a algunas regiones, muy pocas, en países del sur. Este dato no debe ser olvidado siquiera por quienes, desde sus escritorios, defienden el modelo. El comercio, las inversiones y los flujos financieros están concentrados en Europa, Estados Unidos y Japón. Y el promedio de implantación de las firmas multinacionales en el extranjero es también parcial, modesto dice Husson (Michel Husson, MisŠre du capital. Une critique du néolibéralisme), y nos ofrece los siguientes datos de 1990: dicha implantación representaba, respectivamente, seis, 17 y 20 por ciento de la producción de las firmas industriales japonesas, alemanas y estadunidenses y, en el mismo año (1990), el flujo de inversiones directas al extranjero sólo representaba el 1.1 por ciento del producto bruto mundial. Como puede verse, la mundialización (o globalización) es dominante, sí, pero sólo parcial por cuanto a sus beneficios y alcances.
Para imponer este modelo, un modelo que sólo presenta soluciones para los menos, es necesario acabar con las fronteras salvo para detener a la población obligada a emigrar (que no tiene cabida en los países más desarrollados que a su vez producen también sus parias sin destino, pero en menor cantidad y en cierta forma absorbibles por el sistema).
En otras palabras, los países sólo servirán, como zonas geográficas, para contener a su población dentro de sus fronteras, con la excepción de la gente vinculada al mercado mundial en condiciones aceptables para éste. Y como Estados-nación, sólo servirán para controlar a su población en términos salariales, organizativos y, desde luego, por lo que se refiere al bienestar y al empleo. Estos elementos serán, si acaso, lo último que se desnacionalizaría y lo menos que tendrán que seguir controlando los Estados nacionales de los países periféricos, por más dependientes que sean sus gobiernos.
Estos, para decirlo con sencillez, juegan y jugarán cada vez más el papel de autoridades municipales (proveer la infraestructura y los bienes públicos que los hombres de negocios necesitan a bajos costos (R. B. Reich, The Work of Nations)), trabajar como contadores públicos en todo lo que se refiere a prestaciones, salarios, contrataciones, salud y educación, y como policías en lo que implica mantener tranquila y controlada a la población que está sufriendo las consecuencias del modelo. El control sobre la economía nacional en función de los intereses nacionales, sólo es permitido, en el modelo, a los países sede de las firmas multinacionales, no al resto de los países del mundo.
Por lo anterior, resumido al máximo, es que los Estados-nación deberán ser defendidos, no por lo que son ni por lo que representan ahora, sino por lo que pueden ser sobre nuevas bases y nuevas correlaciones de fuerzas. La construcción de nuevas bases y la organización de nuevas fuerzas sólo será posible, en principio, en donde hay identidades concretas frente a factores externos de dominio. Y una de estas identidades es la nación.