Llega el momento en que es preciso bajar de la azotea. Ya sea que así se decide o que los tiempos obliguen a hacerlo. La chuleta, los imperativos de la hormona, el trámite y el dictamen sumario o de plano la justicia pisando los talones. Tal vez se agotó el oxígeno o simplemente terminaron los quince minutos que sabemos dura la gloria del Everest y picos aledaños. Puede ser nada más que acabó lo que había de verse desde allá arriba o lo que sea, el hecho es que de pronto hay que bajar de la azotea.
De todos modos se acusa una fuerte tendencia a colocarse por encima de los acontecimientos. El cronista deportivo por encima del delantero, el especialista por encima del conocimiento y más aun de su objeto, el médico por encima del paciente y su patología. El gobernante por encima del gobernado, el comerciante por encima del cliente, la pesera por encima del asfalto. Cada cual por encima de su vida, por decir en los tinacos de su existencia.
Viene entonces el imperativo de bajar de la azotea o en su caso de no subir a ella. Un músculo que a lo mejor se desgarró y pongamos que se pueda subir, pero luego bajar el enredado caracol y luego los cinco pisos. O a la inversa un terremoto, un incendio, o mucho más trivialmente el despertar de un espíritu inquieto.
Porque no es sólo un gesto de sumisión a las fuerzas inconmensurables de la naturaleza. Si el descenso toma por fuerza tintes trágicos, igualmente se sublima en los colores deslumbrantes del lejano horizonte: el descenso es también vértigo y más allá del puerto en la montaña un mundo inédito se abre a los pies.
Ese es el primer paso. Vienen el segundo y el tercero y comienza la marcha. ``El cuerpo se inclina ligeramente hacia adelante desde la posición básica de la bipedestación, simplemente parado, y el peso se deposita en la bola del pie mientras el muslo opuesto se levanta y la pierna y brazo contrario se columpian hacia el frente (fig. 6B).
Varios músculos, ayudados por...'' Si la pendiente es ligera se puede hasta correr en busca del destino, pero en el descenso pronunciado se invierte el comienzo y el cuerpo se echa por el contrario hacia atrás: más que buscarlo, aquí por no despeñarse es necesario contrarrestar el centro de gravedad que empieza a jalar durísimo hacia abajo. Posiblemente una escalera de varilla adosada a la pared, en cuyo caso todo el movimiento es inverso.
Paso a paso: una combinación de fémures y peronés y otra docena de huesos, los músculos que los mueven y una dádiva del cielo. Un paso igual al anterior igual al venidero.
Sucede que hace rato llegaron los amigos y la azotea brillante de lluvia se apresta a guardar la noche postrera. Mañana, mañana partiremos, si no al alba nunca después del mediodía. La escalera de caracol, los cinco pisos, el abductor y los varios ligamentos.