Como todos los años desde hace ya seis, en éste también viajé a Morelia a dictar un ciclo de conferencias como parte del programa Presencia de El Colegio Nacional en la República. En esta ocasión lo programé desde el año pasado para la última semana de mayo, pero como el ciclo era de seis conferencias no sólo ocupé de lunes a viernes sino que extendí mi estancia hasta el lunes siguiente, disfrutando un fin de semana tranquilo en una de mis ciudades favoritas.
El problema es que ese lunes era el 3 de junio, aniversario del nacimiento de Melchor Ocampo, uno de los hijos favoritos no sólo del estado de Michoacán sino también del Colegio de San Nicolás de Hidalgo, que hoy es la Universidad Michoacana del mismo nombre. Ni mis generosos anfitriones en esa institución académica en Morelia, encabezados como siempre por mi encantadora y querida amiga Alejandra Sapovalova, ni yo, nos dimos cuenta el año pasado que estábamos programando una actividad académica en un día que oficialmente es de asueto para los nicolaítas; Alejandra me dijo que se le pasó, y yo no lo sabía. Todavía llegamos mi esposa y yo a Morelia el domingo anterior y yo inicié mis pláticas el lunes en la Facultad de Medicina ``Dr. Ignacio Chávez'', con una asistencia agradablemente numerosa de profesores y estudiantes, que para mi satisfacción fue creciendo conforme avanzaba la semana, sin idea de que todo estaba listo para que el día de la última conferencia me encontrara con la Facultad cerrada y ningún asistente. Alejandra me dijo después que ella se dio cuenta el miércoles y que su primera reacción fue de desolación, porque pensó que no se podía hacer nada al respecto: no se podía cambiar la fecha del nacimiento de Melchor Ocampo, no se podía evitar que se conmemorara con un día de asueto universitario, y no se podía pedirme que me quedara un día más en Morelia para dictar mi última conferencia. Pero la segunda reacción de Alejandra fue más positiva, porque encontró lo que sí se podía hacer, y lo hizo.
Inició una campaña de convencimiento dirigida a las autoridades de la Facultad de Medicina, para que permitieran que yo diera mi conferencia el lunes 3 de junio; una vez obtenida la autorización formal, todavía le faltaba convencer al empleado de intendencia de la Facultad que tiene a su cargo las llaves para abrir el auditorio, que fuera a abrirlo el lunes a la hora indicada; también debía comprometer al encargado de proporcionar y operar el proyector de diapositivas para que estuviera presente en ese día libre; pero su problema más importante era convencer a suficientes profesores y alumnos para que asistieran a la conferencia, en lugar de seguir disfrutando del final de un sabroso fin de semana largo. Este era un problema complejo, porque muchos estudiantes de la universidad michoacana sólo residen en Morelia en días hábiles, y los fines de semana viajan a sus poblaciones de origen, en donde viven sus familiares y en donde sus gastos se reducen por dilución. Todavía el lunes 3 en la mañana, cuando Alejandra fue a buscarme al hotel para llevarme a la Facultad de Medicina, lo hizo después de haberse asegurado de que todos sus trámites, solicitudes y acuerdos del fin de semana anterior estaban funcionando.
Cuando llegábamos a la Facultad se le encendieron los ojos, pues vio que en ese momento el encargado de abrir la puerta del auditorio se dirigía a hacerlo. En el patio había una veintena de estudiantes, lo que me pareció espléndido, pues yo esperaba la mitad. Entramos al auditorio y el proyector de diapositivas y su encargado ya estaban ahí; en los minutos que faltaban para iniciar la plática siguieron llegando grupos de estudiantes, y cuando empecé a hablar el auditorio estaba medio lleno, Alejandra estaba muy contenta y yo también.
Durante la conferencia llegaron todavía más estudiantes, de modo que al terminar el auditorio se veía repleto. Pero además, el público estuvo generosamente atento, nadie estuvo viendo el reloj ni tampoco hubo quienes se pararan y abandonaran el recinto porque tenían que ir a clase, lo que sí ocurrió en las otras conferencias.
Era obvio que tanto los profesores como los estudiantes estaban interesados en lo que yo había preparado para decirles. Me sentí realmente muy halagado, pero sobre todo muy satisfecho de ese resultado de mi esfuerzo. Reafirmé mi convicción (que es la de todos los maestros) de que si el profesor realiza su tarea con honestidad y con entrega, los estudiantes van a responder de la misma manera. Y también reafirmé mi intención de seguir visitando todos los años a mis colegas nicolaítas, que tan bien y tan generosamente me tratan.