Javier Flores
El modelo de diferenciación sexual en el embrión humano/I

¿Cómo es el sexo en el embrión humano? ¿Cómo surge y se desarrolla? Y principalmente, ¿cuáles son los factores que conducen a la formación de un embrión femenino o masculino? La ciencia ofrece actualmente respuestas a todas estas interrogantes. La investigación en biomedicina ha acumulado una gran multitud de datos para explicar estos fenómenos, desde la información proveniente de disciplinas taxonómicas como la anatomía y la embriología, hasta las más sofisticadas técnicas de la genética molecular. Con esta información se ha construido un modelo de la diferenciación sexual, es decir, una representación simplificada de una porción tan compleja del universo como lo es el origen del sexo en la especie humana. Este modelo tiene como centro la diferenciación sexual, esto es, la sucesión de eventos que culminan con la formación de un embrión con un sexo definido entre dos posibilidades, masculino o femenino.

El punto de partida es un conjunto de datos morfológicos bien establecidos desde la primera mitad de este siglo: hacia la tercera semana del desarrollo embrionario aparecen en una estructura denominada saco vitelino, unas células voluminosas llamadas células germinativas primordiales. Una semana más tarde, lejos de ese sitio, a uno y otro lado del intestino posterior, aparecen dos pliegues, conocidos como crestas gonadales. Las células germinativas migran mediante movimientos semejantes a los que realizan las amibas y se instalan aproximadamente desde la sexta semana en las crestas gonadales, a la que ya se le da el nombre de gónadas indiferenciadas.

Hasta este momento el embrión humano no tiene un sexo identificable por ningún método morfológico, por lo que se considera que su naturaleza es ``bisexual''.

El problema es ahora cómo la gónada indiferenciada se transforma en testículo o en ovario, y cómo se desarrolla, a partir de este hecho, el resto de los órganos sexuales. La explicación principal radica en la naturaleza del material genético de las células que dan lugar al embrión humano. Es importante recordar que, al unirse el óvulo y el espermatozoide, los padres combinan su material genético. El óvulo tiene 23 cromosomas (22 llamados autosomas y un cromosoma sexual X); el espermatozoide por su parte también tiene 23 cromosomas, pero el cromosoma sexual puede ser X ó Y (con el fin de simplificar la explicación, se puede decir que aproximadamente la mitad de los espermatozoides tienen cromosoma sexual X y la otra mitad Y). El resultado de la fusión del óvulo con el espermatozoide es un embrión con 46 cromosomas que puede ser 46 XY ó 46 XX, dependiendo de cuál sea el cromosoma sexual que porta el espermatozoide fecundante.

Con la información anterior como punto de partida ya podemos entrar a examinar el modelo de diferenciación sexual. En realidad se trata de un modelo doble pues ofrece dos tipos de explicación, una para el caso del embrión masculino y otra para el embrión femenino, explicaciones que son, por cierto, bastante disparejas. La gónada indiferenciada se transforma en testículo si hay un cromosoma Y, y en ausencia de este cromosoma lo que se forma es el ovario (subrayo la palabra ausencia, a la que volveremos luego). Una vez que se ha formado el testículo, sus células inducen cambios en otras estructuras embrionarias, particularmente en los conductos de Wolff de las que se origina el resto de los órganos sexuales, las vesículas seminales, los vasos deferentes y el epidídimo y ocurre la virilización genital, es decir, el desarrollo del pene, el escroto y la fusión labioescrotal. En el caso del embrión femenino, la imagen es más simple (subrayo la palabra simple, a la que también volveremos), otras estructuras --los conductos de Müller-- dan lugar al útero, las trompas de Falopio y una porción de la vagina.

Este modelo de diferenciación sexual que he resumido de manera muy apretada, es de una importancia enorme pues es el que ha guiado el desarrollo de la investigación científica en la actualidad y aporta las imágenes sobre los orígenes del sexo en los humanos a finales del siglo XX. La explosión de conocimientos a los que ha dado lugar este paradigma en el campo de la genética permite preveer su vigencia plena al iniciarse el próximo milenio. Por ejemplo, actualmente se postula que en la transformación de la gónada indiferenciada en testículo, interviene un Factor Determinante Testicular (TDF, por sus siglas en inglés), cuya existencia está determinada por una porción del cromosoma Y, en particular una región en la que se encuentra la secuencia de ácido desoxirribonucléico DXYS5. Esta región se encontraría en el intervalo 1H2 del brazo corto (Yp) de este cromosoma. Entre los candidatos para representar al TDF se han postulado al antígeno H-Y, una Región Determinante del Sexo (SRY) y una proteína con ``dedos de zinc''. También se sabe que en el testículo embrionario, las células de Leydig y de Sertoli son las responsables de la morfogénesis testicular. Las primeras producen testosterona, que produce la estabilización de los conductos de Wolff y la formación de las vesículas seminales, vasos deferentes y epidídimo; la testosterona se transforma por acción de una enzima (la 5 alfa reductasa) en dihidrotestosterona, responsable de la virilización de los genitales. También el testículo produce otras hormonas como el Factor Inhibitorio Mülleriano, que produce la regresión de estos conductos que persisten solamente en el embrión femenino.

De manera contrastante, la explosión de conocimientos que han surgido para explicar la diferenciación testicular no se ha producido en el caso de la formación del ovario, donde los conceptos clave son la palabra no , la simplicidad y la ausencia, es decir, no hay una determinación genética clara, sólo la ausencia del cromosoma Y, por tanto, no se ha explorado ningún factor genético que pudiera estar asociado con el desarrollo del ovario embrionario.

Ausencia de testosterona, ausencia de dihidrotestosterona, ausencia de factor Mülleriano inhibitorio, persistencia no explicada de los conductos de Müller, en fin, la mujer es el resultado de un desarrollo pasivo. Ni siquiera es importante que se trate de una combinación XX, puesto que hay varones con estos cromosomas sexuales.

De acuerdo con este modelo, las mujeres son el resultado de la ausencia. ¡Aristóteles asoma triunfante al siglo veintiuno!

Como se puede adivinar, a este modelo se le pueden hacer varias objeciones.