El bachillerato es, sin duda, uno de los niveles educativos de mayor importancia en la formación de los jóvenes. Es ahí donde se entra en contacto con las principales corrientes del pensamiento científico, tecnológico, artístico y humanístico. Es ahí donde nacen y se consolidan vocaciones. La edad de quienes ingresan a la preparatoria (término que usaré para ahorrarme las horribles siglas de Educación Media Superior) es clave en el desarrollo de todo individuo. Es el tránsito de la pubertad a la madurez biológica. La irrupción de los deseos, la pasión irrefrenable, los primeros amores, los ideales, los sueños, la mirada crítica y rebelde, la libertad. Tan importante en esta etapa es la educación formal como lo que se aprende en la escuela fuera de las aulas; las discusiones, los debates, las piernas de la maestra de francés.
Hay algo que molesta en el reciente y accidentado proceso de selección de estudiantes a la preparatoria y es la ausencia de la consideración a estos elementos. En el debate que se da de uno y otro lado, se pretende reducir las dimensiones educativas y humanas, ofreciéndose a cambio argumentos numéricos, estadísticos, políticos, legales y constitucionales. Se afirma que no hay rechazados, aunque es evidente que los hay, a pesar de que a todos se les asigne un lugar en alguna escuela. Son rechazados porque se les dijo no, porque se decidió por ellos, porque se levantó un muro frente a sus sueños. Es una bofetada a una generación.
La UNAM y el Politécnico han optado por dar la espalda a los jóvenes. La primera, ha conseguido trasferirsus responsabilidades al conjunto del sistema educativo. El IPN, por su parte, ha desaprovechado la gran oportunidad de ser congruente con el sentido nacional de los postulados que le dieron origen. Pareciera que se ve desde estas instituciones a los jóvenes como algo molesto, cuando son, de las mejor capacitadas para hacerse cargo de la formación de los estudiantes de este nivel. Puede decirse que no les ha quedado más remedio, ante la escasez de recursos para atender la demanda, ante el riesgo de abatir la calidad de la enseñanza, ante los conflictos que recurrentemente se presentan al inicio de cada ciclo escolar. No, si argumentos sobran, pero y los jóvenes qué. Esto me recuerda que siempre que alguien se lava las manos hay algún crucificado.
La responsabilidad es de todos. De unos porque se han empeñado en arrojar al país al desfiladero, de otros por permitir que esto suceda. Le estamos fallando como generación a nuestros hijos. Más que tratar de justificar lo injustificable (en el colmo de lo absurdo, algunas autoridades educativas malabarean cifras para hacernos creer que el examen de selección fue un éxito) se debe hablar con la verdad. Ya el presidente Zedillo dijo en una mezcla de realismo y cinismo que el bienestar de los mexicanos, eslogan de su campaña, está bien lejano. El presupuesto educativo, una de las áreas donde podría expresarse ese bienestar, se encuentra a la baja. ¿Porqué las autoridades educativas en lugar de querer tener razón a toda costa no aceptan simplemente que están administrando el desastre? Esto sería por lo menos honesto. Decir la verdad frente a los jóvenes es uno de los principales actos educativos.
La educación es prioridad. Esto es evidente a escala familiar, igual debe serlo a nivel nacional. Si no hay recursos hay que conseguirlos. Si no hay escuelas hay que construirlas. Si no hay maestros de calidad hay que formarlos. No hay de otra. Todo lo demás es hacernos tontos; un vulgar engaño.