Aunque todos los diagnósticos sobre el futuro de la zona metropolitana de la ciudad de México urgen a establecer una auténtica cultura del agua, en la práctica se hace todo lo contrario, al grado que tan fundamental líquido se convierte poco a poco en insalvable obstáculo para el desarrollo de millones de personas.
En efecto, la ciudad y su área conurbada se levanta en lo que fuera una inmensa y rica cuenca lacustre rodeada de montañas, gracias a lo cual más de la mitad del agua para casi 20 millones de personas, la industria, el comercio y otros servicios, proviene del subsuelo. De éste se extraen 45 metros cúbicos por segundo, mientras los otros 18 necesarios para cubrir las demandas básicas se importan de las cuencas de los ríos Lerma y Cutzamala, situadas a 40 y 127 kilómetros de la ciudad, respectivamente. Pero el constante crecimiento de la población y la mancha urbana obligan a disponer de mayores volúmenes de agua del subsuelo, con efectos negativos en los recursos naturales y peligrosa agudización de los problemas ocasionados por el abatimiento del manto freático.
Los acuíferos de la cuenca del Valle de México están sobreexplotados: se extrae dos veces más líquido y de mayor profundidad que el que se recibe como recarga. Los sismos de 1985 sirvieron, entre otras muchas cosas, para recordarnos que dicha sobreexplotación compacta el terreno, propiciando daños a la infraestructura urbana y a los edificios por el hundimiento del suelo. La estrategia de regular la extracción y, en cambio, recurrir a caudales existentes fuera de la zona metropolitana, representa un costo muy elevado no solamente por los efectos ambientales, económicos y sociales que se causarían en el sitio elegido, sino por las obras de ingeniería necesarias para captar, trasladar y distribuir el líquido.
Con ligereza que huele a obras faraónicas, no faltan los que proponen traer, a costos impensables en tiempo de crisis, las aguas de los ríos Amacuzac y Tecolutla, ubicados a más de 250 kilómetros del valle, cuando hay soluciones más realistas, sensatas y acordes con la situación del país.
Más viable resulta captar el agua de lluvia y con ella enriquecer los acuíferos y ser autosuficientes. Hoy apenas se recarga la mitad de lo que se extrae, con lo cual el déficit aumenta sin cesar. Ahora que llueve hasta causar inundaciones, es buen momento para señalar que esa agua representa cuatro veces el volumen que se extrae del subsuelo. Sin embargo, apenas un 10 por ciento se infiltra. El resto va a parar al sistema de drenaje para luego salir del valle contaminada al mezclarse con las aguas negras.
Si se captara la mitad de la precipitación pluvial, la zona metropolitana ya no tendría problemas de abastecimiento y se contrarrestarían los peligros causados por el hundimiento citadino. No se trata de un problema circunscrito a esta porción del país sino a todo el territorio nacional, donde se pierde el 60 por ciento del agua de lluvia, la cual hace falta lo mismo en asentamientos grandes que en medianos y pequeños.
Para aumentar la captación, periódicamente se aprueban medidas a fin de garantizar las áreas de protección ecológica e impedir que la ciudad crezca hacia las áreas de recarga; para conservar y enriquecer las zonas boscosas y agrícolas y disponer de sistemas adecuados de captación, de tal forma que el agua no vaya a parar al drenaje, como ahora. En paralelo, se anuncian otras medidas para evitar pérdidas en el sistema de conducción, sancionar el derroche del líquido, cobrar el servicio de acuerdo al nivel económico y al volumen utilizado, e instalar sistemas de tratamiento para reutilizar el agua en diversas actividades.
Sin embargo, no existe un plan general de crecimiento urbano para la zona metropolitana y menos con una política dirigida a recuperar los acuíferos. Mientras, los intereses de particulares y políticos que lucran con la apropiación del suelo, organizan invasiones a zonas de reserva e impulsan obras diversas. Nada escapa a la voracidad, ni siquiera el río de la Magdalena, el único que todavía queda en la urbe, y cerca del cual se pretende establecer un club de golf. Nuevos asentamientos ilegales que luego convierten en legales, florecen en sitios claves para las recargas. Hasta en Parres, la parte más alta del Ajusco, particulares anuncian la apertura de un club automovilístico. Más abajo, las secretarías de la Defensa y Marina buscan establecerse, cuando quien primero debe dar ejemplo de congruencia es el gobierno.
Urge entonces aprovechar el agua de lluvia para evitar escasez generalizada. De lo contrario ésta será inevitable detonante político y social, pues el crecimiento de la población al inicio del nuevo milenio exige contar con mayores volúmenes de líquido y de buena calidad: entre 30 y 60 por ciento de los hoy existentes. Urge igualmente dedicar nuestros impuestos a obras sensatas, que beneficien a la población y al ambiente.