La Jornada Semanal, 11 de agosto de 1996


Entrevista con Jaime Sabines

Noticia del tiempo

Hugo Vargas

Una de las anécdotas que mejor describe la pasión de Jaime Sabines por el ajedrez, es la del tablero portátil que solía llevarse a la cama para resolver una partida en lo que conciliaba el sueño. Como saben los ajedrecistas, la única forma de dormir es matar al rey, y el autor de Tarumba ha pasado más de una noche en blanco en pos de un mate esquivo. En esta entrevista, el gran poeta chiapaneco habla del edén que se reparte en blanco y negro.



La propuesta no le sería indiferente, de eso estaba seguro. Por eso no me desanimé cuando dijo: "No he tenido un momento de reposo, un día sin dolor; además, estamos preparando lo del homenaje." Insistí sobre el tema de la entrevista. "El ajedrez me encanta. Nunca me han entrevistado por eso", aceptó. Guardé silencio, y cuando le iba a proponer llamarle en unos días, él lo dijo: "Si no retraso mucho el número, espéreme una semana."

Me había enterado de la afición de Jaime Sabines por el ajedrez gracias a una entrevista con Juan José Arreola en el Canal 11. La entrevista se realizó hace algunos años en el rancho que la familia Sabines tiene en Chiapas, y fue grabada mientras los escritores jugaban una partida de ajedrez, así que una buena parte consistió en largos silencios interrumpidos por comentarios como éstos:

Tu torre en esa columna es muy fuerte decía Arreola.

Sí contestaba, monosilábico, Sabines, como quien constata la fealdad de un insecto, pero tu alfil no la dejará pasar.

Y así...

Sabines ganó la partida.

Fui muy jugador desde jovencito dice el poeta. De adulto más: póker, caballos, jai alai siempre apasionado, como el jugador de Dostoievski.

Pero el ajedrez es enorme, profundamente bello. Ha sido definido como un deporte, como una ciencia y como arte. A mí me atrae el arte que hay en el ajedrez: la sorpresa artística, la belleza interna del juego, las múltiples posiciones bellas que se suceden en una partida. Por supuesto, los que no saben jugar ajedrez piensan que es un entretenimientomás, como una tarea que hay que resolver.

Mi favorito es Alekhine. Capablanca era apolíneo: recto, firme, de una sencillez profunda. Alekhine era la guerra, el tigre, jugaba contra el hombre. El ajedrez actual es muy distinto al que jugaron Capablanca o Alekhine. Ahora juegan como las computadoras, son fríos. Nunca me ha emocionado una partida de Karpov. En cambio, en una de Alekhine encuentro tres sacrificios.

Fischer fue llamado el más grande jugador de todos los tiempos. Quizás lo fue cuando renunció al campeonato, pero sí fue el último que combinaba el genio del ajedrez romántico con la técnicade los jugadores actuales. Kasparov ha logrado bellas partidas. También me gusta mucho Wissanathan Anand.

Me gusta no el teorema rígido del ajedrez, sino la invitación a la aventura, prefiero a los jugadores que buscan la magia. Como Carlos Torre contra Emmanuel Lasker, la recuerda?:




(El poeta se refiere a la posición de este diagrama. Fue una partida jugada en Moscú, en 1925. Carlos Torre movió 24. C3R, a lo que Lasker contestó D4C. Y entonces, el gran maestro yucateco hizo una tremenda demostración: 25. A6A!! DxD, 26. TxP+ R1T, 27. TxP+ R1C, 28. T7C+ R1T, 29. TxA+ R1C, 30. T7C+ R1T, 31. T5C+ R2T, 32. TxD R3C, 33. T3T RxA, 34. TxP+ R4C, 35. T3T y Lasker hizo bien en rendirse.)

Me asombran los que juegan simultáneas a ciegas continúa Sabines. Treinta y cinco, cuarenta tableros al tiempo. ¡Qué tremenda memoria! En Tuxtla, iba a la tienda un amigo español que me decía: "Vamos, don Jaime, inténtelo usted." Un día accedí: él tomó el tablero y se fue al fondo del mostrador, y empezamos a jugar. A la octava jugada ya tenía una enorme confusión. "A ver, espere usted", decía yo. Me rajé a la novena jugada, me estallaba la cabeza.

Desde luego, la práctica es muy importante, pero se necesita traer una dote especial para guardar esa información. Los grandes maestros reproducen partidas jugadas hace 20 años con una rapidez increíble.

Quién lo inició en el juego?

Mi padre me enseñó cuando yo era muchachito, de siete u ocho años. Él era un aficionado; primero me daba torre de ventaja, después caballo o alfil. Luego ya jugamos al parejo, cuando tenía 11 o 12 años, y le ganaba al viejo, y me hacía trampas Era jalisquito: me mandaba traer cualquier cosa y movía las piezas.

Ya en la preparatoria, participé en el torneo estatal. El campeón era don Rafael Fernández y el torneo se desarrollaba en el Casino de Tuxtla, a las siete de la noche. No había grandes jugadores ni mucho menos, pero empecé a ganarles a todos. Al rato ya decían: "mira, mira, va a jugar el muchachito ése".

Le gané al doctor De la Fuente y al subcampeón estatal, hermano de don Rafael. Iba muy bien en el torneo pero, obviamente, llegaba a mi casa a las 11, 12 de la noche. Entonces, mi padre me dijo: "o vas a jugar o vas a estudiar", y tuve que abandonar el torneo.

Una vez, el maestro Báez dio unas simultáneas en Tuxtla, cuando regresaba de un torneo en Guatemala. Perdió una conmigo. Yo tenía 18 o 19 años.

Desgraciadamente, no me enseñaron a jugar bien, con libros, con maestros. No conocí un libro de ajedrez sino hasta los 23 o 24 años. Yo hubiera sido buen jugador de ajedrez.

Se hubiera dedicado a jugar?

Sí, si me hubieran enseñado desde chico a jugar con técnica, etcétera. Hasta la fecha no sé aperturas y me da una flojera tremenda aprenderlas ahora. Pero con la teoría que conozco empecé a descubrir la infinidad de variantes y posibilidades que hay en el juego. Se da uno cuenta cuán ignorante es.

Ahora tengo muchos libros de ajedrez. Jesús Álvarez Amaya, el pintor, me trae unas revistas con las que me entretengo resolviendo los problemas. Me han servido mucho ahora que he estado enfermo, aunque hace más de un año que no toco el tablero.

Un día me dice el pintor: "Ya te inscribí en unas simultáneas que va a dar este campeón del que no nos podemos acordar. Habrá nueve tableros." Fuimos a un club que había en Tacuba. Al rato, el maestro le gana al primero, y un poco después al segundo, y así al final quedé yo. Tenía ganada la partida, por Dios. Todos se preguntaban quién era ése que le estaba ganando al maestro; entonces empezaron a rodear la mesa, y eso me puso muy nervioso, me estaba dando una taquicardia.

En ajedrez es muy importante la entereza psicológica, y yo que no juego sino contra la computadora, me voy a jugar contra un maestro nacional que se las sabe de todas, todas... Cometí una pifia y él no la dejó pasar, pero de todas maneras, si yo hubiese estado bien de los nervios hubiera podido ganar la partida. En ese momento, el señor me ofrece tablas. "Gracias, maestro", le contesté, feliz por la caballerosidad. Después, Chucho y todos los demás analizaron la partida y, en efecto, pese al error del final, pude haber ganado; pero yo ya no podía, me sentía estallar de los nervios. Eso no me pasa en otras actividades; leo poemas ante mil o cinco mil personas y sólo siento un nerviosismo inicial. Pero en el ajedrez no pude con la presión psicológica: la gente que nos empezó a rodear, los murmullos qué bárbaro.

Además, el ajedrecista debe tener una condición física muy buena. Cuentan que Botvinnik se preparaba seis meses antes del campeonato mundial: nadaba, caminaba cinco o seis kilómetros sabía el desgaste físico que tenía que enfrentar.

Decía Duchamp que es una tremenda actividad que no deja huella.

Pero hay quienes enloquecen.

Alekhine mismo.

Ahí no se sabe si fue el ajedrez o el coñac. Seguramente había una combinación de todo ello. Cuando dejó el alcohol regresó por el título y se lo quitó a un mediocre, al holandés Euwe, quien lo había derrotado precisamente por las tremendas borracheras de Alekhine.

Nuestro Carlos Torre tampoco pudo con la presión psicológica ni con el desgaste físico, y los médicos le prohibieron jugar en competencias.

Las condiciones para jugar al ajedrez en México no son propicias. A diferencia de los corredores o los futbolistas, por ejemplo, los jugadores de ajedrez no tienen apoyos.

Sí, ahora recuerdo al maestro Báez en las simultáneas de Tuxtla, muy fregado; y hay muchos buenos ajedrecistas jugando por unos pesos.

Alguna vez uno de ellos me invitó a jugar con él. "Pero rápido", me dijo. Me negué, porque el ajedrez rápido no me gusta, no te enseña nada. "Vamos a jugar rápido, hombre insistió, cinco pesos por partida." Lo vi tan fregado que me conformé con perder unos centavos. ¡Me ganó catorce partidas en unos momentos; setenta pesos, me chingó! Jugábamos a cinco minutos por jugador.

"Ahora me vas a dar el desquite le propuse. Vamos a jugar una partida normal a 50 pesos." Como ya me había tomado la medida y creía que me ganaría con facilidad, aceptó gustoso. Al principio él estaba mejor porque, como le dije, las aperturas no son mi fuerte. "Sosténte, Jaime me decía, con que llegues al medio juego"; llegamos a las once o doce jugadas y me sentí mejor. "Ahora sí eres mío, cabrón", y lo fui agarrando, arrinconando, hasta que le gané.

Como toda competencia, el ajedrez posee un aspecto moral, algo que tiene que ver con la manera de tomar la victoria y la derrota.

El ajedrez es un juego noble. No se trata sólo de ganar. Para eso, juega uno con un villamelón, y con esas victorias uno baja de nivel. Es mucho mejor jugar con alguien tanto o mejor que uno mismo para aprender: ésa es la alegría, ése es el gusto del ajedrez. Prefiero perder una partida con alguien que me enseñe.

Pero es verdad lo que dice: no hay estímulos para el ajedrez. Y se necesitan, porque es muy absorbente. Es necesario dedicarse a él por completo para sobresalir.

Como la poesía?

No. Yo he podido conciliar la poesía con trabajos de comerciante, de agente de ventas. He preferido hacer eso que el periodismo. Es preferible abrir una zanja que escribir diariamente para el periódico, porque el artículo sí influye en mi inteligencia, en mi sensibilidad; la zanja es sólo trabajo manual, no interviene en el nódulo sentimental, emocional y creativo del hombre. Tomé un trabajo en una tienda, por ejemplo, y no me involucré en ello: era un pinche trabajo, vender ropa. Lo más antipoético del mundo.

El ajedrez es totalmente absorbente. Durante algún tiempo fui un apasionado. Cuando estaba en la tienda, mi hermano Juan me mandaba unos problemitas que sacaba quién sabe de qué revistas y me pasaba días en resolver algunos; me producía una gran felicidad encontrar la solución. ¡Me llevaba el ajedrez a la cama! Hasta que mi mujer protestaba.

No se puede escribir y jugar. O juegas o escribes. El ajedrez no permite la participación del hombre en otras cosas. Veamos a los grandes maestros: ganan miles de dólares y sólo se dedican a eso. Kasparov ganó 400 mil dólares por enfrentarse a la máquina.

Qué encontró en el ajedrez?

Con el ajedrez he adquirido una nueva noción del tiempo. No me refiero sólo al tiempo del reloj, no sólo al que se pasa jugando. Me refiero al orden de las jugadas en el ajedrez: si uno realiza una brillante jugada pero un momento antes o después, no funciona; las jugadas intermedias, sin las cuales una combinación no puede realizarse, significan saber "perder los tiempos" El ajedrez nos da una noticia del tiempo, pero en la eternidad; una noticia acerca del tiempo y de la perpetuidad.

Y las computadoras?

Mi hermano Juan me regaló una máquina con la que me entretuve hasta hace dos o tres años, cuando un amigo me regaló otra. Me sirvió de mucho cuando viví varios años en el rancho, en Chiapas, ahí por donde están ahora los zapatistas, cerca de los lagos de Montebello. A las siete de la mañana bajaba al comedor, me hacía un café y jugaba contra la máquina. Había muy poco que hacer, todo estaba en orden. La computadora tiene ocho niveles, pero en el octavo demoraocho minutos y medio en responder. Así que una partida de 60 o 70 jugadas es muy larga. Jugaba entonces en el nivel cinco, donde se tardaba tres y medio minutos en contestar, pero ya es un nivel fuerte. Y ahí sí nos agarrábamos. Cualquier descuido significaba la derrota; a la menor distracción una llamada telefónica, una pregunta de mi mujer, cuando venía a ver la máquina ya me había sonado duro.

Son implacables.

Sí, un jugador puede pasar por alto un error de su contrincante, pero la máquina lo ve de inmediato.

Aunque no creo que la máquina logre ganarle al hombre nunca. El hombre tiene desvíos, tiene imaginación. La máquina se va recta La que jugó contra Kasparov calculaba 50 millones de jugadas por minuto; sin embargo, los 50 millones de cálculos que analiza la máquina son jugadas, cómo decirlo, obligadas, la máquina se va derecho, una por una, con todas las posibilidades. El hombre, su imaginación, toma caminos más cortos. Kasparov confesaba que logró ganarle a Deep Blue sacándola de sus rutinas.

Qué es el ajedrez?

Muchas veces he pensado que es jugar contra el destino. Todos los juegos, incluidos los de azar, son un enfrentamiento con el destino.