La Jornada Semanal, 11 de agosto de 1996
"El campeón de ajedrez de Londres en 1910 y cinco veces
campeón de la Western Chess Association de Estados Unidos, el
maestro Edward Lasker, ofrecerá el próximo 18 de
noviembre [de 1922], a las 14:15 horas, una partida de
exhibición contra el joven cajero de la Zapatería
Pokorny. ¡No falte usted!"
Algo así debió decir el anuncio publicado en la prensa de Nueva Orleáns que atrajo numerosos espectadores para el enfrentamiento entre Lasker (ojo: no Emanuel, subcampeón mundial de entonces, sino Edward) y el mexicano Carlos Torre, que apenas iba a cumplir los 18 años y, ya recibido como contador, despachaba, taciturno, en la caja de aquella tienda, de la que no es improbable que salieran acrobáticos zapatos de tap dancing.
Carlos Torre Repetto había nacido en Mérida, Yucatán, el 29 de noviembre de 1904, y aprendido ajedrez muy pronto con su padre, Egidio Torre, y sus hermanos mayores, Raúl y Egidio, según refiere su primo Gilberto Repetto Milán en el documento biográfico, inédito y muy valioso, Torre y sus contemporáneos. La trágica carrera del más grande ajedrecista mexicano (Minatitlán, 1964).
"Altibajos de la fortuna cuenta Gilberto Repetto forzaron a don Egidio a emigrar junto con su familia a los Estados Unidos, radicándose en Nueva Orleáns en 1916. Ya para esa época derrotaba Carlos con facilidad a sus padres y hermanos." La misma suerte fueron corriendo los mejores jugadores de Nueva Orleáns, concentrados en el Chess, Checkers and Whist Club, doblegados uno tras otro por este Morphy yucateco, "joven pequeño, de piel morena, delgado, muy cortés, callado y serio para su edad", al decir de Edwin Z. Adams, quien, por cierto, en 1920 le ganó a su protegido mexicano una memorable partida con sacrificio ostinato de dama.
Por eso, cuando se pensó en oponer al visitante Edward Lasker al ajedrecista más fuerte de Nueva Orleáns, todos miraron, como un solo jugador, a la caja registradora de la Zapatería Pokorny. La partida, en que tuvo ventaja Torre, terminó en tablas.
Este duelo marcó el inicio de la meteórica carrera de Torre, que, experto ya en partidas rápidas "ping-pong" y en exhibiciones de simultáneas, cosechó pronto laureles aún más espectaculares: Campeón de Nueva Orleáns en 1923, Campeón del Estado de Nueva York en 1924 y Campeón del célebre Torneo de la Western Chess Association (Detroit, 1924). Para 1925, el segundo ajedrecista más fuerte de los Estados Unidos, después del alegre fumador de puros Frank J. Marshall (1877-1944), campeón indiscutible de su país de 1909 a 1936, no era un norteamericano sino un mexicano de 20 años: Carlos Torre. No es de extrañar entonces que fueran ellos dos los representantes de Estados Unidos en el gran Torneo Internacional de Baden-Baden (marzo-abril de 1925), ganado por Alekhine, con quien Torre hizo tablas. Colocándose a media tabla, arriba de luminarias como Reti o Tarrasch, Torre, fue invitado al Torneo Internacional de Marienbad (mayo-junio, 1925), donde alcanzó el tercer lugar, empatado con Marshall, abajo de Rubinstein y Nimzovitch. En el Torneo de Moscú (noviembre-diciembre, 1925), uno de los más fuertes de la historia, Torre, que lidereó la competencia hasta pocas rondas antes del final, quedó en quinto lugar, empatado con Tartakower, abajo de Bogoljubow, Lasker, Capablanca y Marshall. Entre sus logros más brillantes están sus tablas con Capablanca, sus triunfos sobre Marshall, Saemisch o Loewenfisch, y, sobre todo, un autorregalo de cumpleaños número21: derrotar a Lasker con sacrificio de dama.
Las últimas victorias importantes de Torre fueron el primer lugar del Campeonato de la República Mexicana (junio, 1926), tras un breve viaje a su país natal, y el tercero en el Torneo de Chicago (agosto-septiembre de 1926). A setenta años de distancia, las hazañas de Torre siguen siendo las máximas del ajedrez mexicano. En su estilo de juego había toda la luz de Mérida. Qué sucedió después? "Después de terminar el Torneo de Chicago contó Torre en una entrevista de 1928, exhumada por Hugo Vargas, un grupo de amigos me invitó a Nueva York. Fuimos a un bar de la Calle 115, donde estuvimos bebiendo algunas copas. Ése fue mi último momento lúcido; después ya no recordé nada, hasta que me encontré en el barco para venir a Yucatán. [...] Todo esto ha sido la causa de mi enfermedad: tanto trabajo y problemas de distinto orden hicieron que todo se revolviera en mi cabeza."
Con el esfuerzo mental desplegado en los durísimos torneos consecutivos de 1925 y 1926, el joven de 21 años se había sobrepasado a sí mismo. Antes de cumplir los 22, tuvo que retirarse del ajedrez profesional: las tensiones que le provocaba una partida seria desembocarían fácilmente en crisis nerviosas de fatales consecuencias. El gran tablero del mundo esperó en vano el una y otra vez anunciado regreso del astro yucateco: consagrado como excelente comentarista de partidas y pedagogo tutelar de ajedrecistas mexicanos, tuvo que resignarse Torre al ajedrez informal y esporádico, rodeado de los cuidados de sus hermanos, todos médicos. Y aunque no volvió a contender, en 1977 la Federación Internacional de Ajedrez le reconoció, de modo retroactivo y casi póstumo, el título máximo de Gran Maestro Internacional. Un año después, el 19 de marzo de 1978, falleció el maestro Torre. Alekhine murió en un cuarto de hotel frente a un tablero de ajedrez; Capablanca perdió el sentido, para ya no recobrarlo, mientras presenciaba una partida; Zukertort y otros murieron jugando. Torre murió lejos del tablero, en la prohibición del juego. De todas, ésta es la muerte más dramática de un ajedrecista.
Aún más trágico resulta el extraño eclipse de Torre cuando comprobamos que sólo nació para el ajedrez, que su vida era el ajedrez, ese alcohol algebraico que en su formidable abstracción refleja las luchas concretas de la vida.
Asexuado, introvertido, frío en su humildad y en su afabilidad yucateca, Torre leía como Lasker sobre filosofía y matemáticas, dominios de la pura abstracción, como el ajedrez. Un buen amigo de Torre, Rodolfo Ruz Menéndez, le dijo a Juan Villoro: "Todas las tardes iba a la casa a comer un pan dulce y tomar una taza de café, con eso se conformaba. Si iba a un restaurante le decía a la mesera: 'tráigame lo que quiera, yo no puedo escoger porque soy budista'.[...] Hablaba de un modo sibilino" (Palmeras de la brisa rápida).
Tres años después del ensombrecimiento de Torre, en 1929, un exacto contemporáneo suyo, Vladimir Nabokov (1899-1977), sin conocer el caso de Torre creo yo, escribió su espléndida novela La defensa, en que el protagonista, el genial ajedrecista Lushin, víctima de una crisis nerviosa, se ve obligado a abandonar el juego, que constituye el único sentido de su existencia. Torre y Lushin: dos desadaptados conmovedores; dos seres torpes y opacos en la existencia y únicos y deslumbrantes en el ajedrez; dos jugadores que creen en la realidad del juego y descreen de las ensoñaciones de la realidad; dos mentes que sólo se iluminan en los laberintos del tablero para precipitarse finalmente en sus abismales tinieblas.
En rigor, las vidas de Torre y Lushin terminan cuando se les prohibe médicamente su única razón de existir, cuando se les obliga a abandonar la partida, a doblar el rey ante una pasión demasiado poderosa.Oportunamente había sentenciado Chaucer sobre el ajedrez: "Se los advierto: no se trata de un juego de niños."