Adaptarse al mundo de nuestro tiempo implica una toma de posición ante el reacomodo de fuerzas mundiales resultante del fin de la guerra fría y de las desapariciones, por demás significativas, de la URSS en su condición de Estado soberano y del imperio soviético como entidad geopolítica, del mundo bipolar y del Pacto de Varsovia. Toda estrategia contemporánea de izquierda debe advertir que se rompió el equilibrio fundado en el terror atómico, que se reunificó Alemania, que saltaron Checoslovaquia y Yugoslavia partidas en pedazos, y que China devino socialismo de mercado.
Del otro lado, tenemos la confirmación de la hegemonía política y militar de Estados Unidos y el desarrollo, con ritmos e intensidades dispares, de bloques subcontinentales de integración política, industrial, comercial y financiera: la Unión Europea, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el Mercosur y Japón con sus aliados de la ASEAN; sin olvidar, claro está, por sus dimensiones subcontinentales, a China y la India, aparte de la previsible reaparición de Rusia como polo tendente a la preservación de su propio bloque geoeconómico conformado por las antiguas repúblicas soviéticas, cuya forma de integración está por definirse, o de la posible consolidación de Sudáfrica como polo de integración subcontinental, sin descontar otros bloques en formación que sería prolijo ennumerar.
Ahora es claro que la constitución de bloques se da dentro del contexto de la globalización o interdependencia propia del capitalismo tardío, bajo el predominio del capital financiero trasnacional; esto es, de la universalización del modo de reproducción del capital y de la explotación del trabajo asalariado sin restricciones nacionales.
Y las consecuencias en el planeta están a la vista: una crisis mundial donde los hoyos negros de la economía mundial sirven de punto obligado de referencia para entender el orden geoeconómico de la posguerra fría.
En Africa, Asia, América Latina y en los países que conformaban el imperio soviético y su esfera de dominación, es una evidencia inocultable la profundización de la miseria social en regiones también subcontinentales de atraso estructural hasta ahora irresoluble, antes bajo las condiciones del colonialismo y del neocolonialismo, ahora bajo las condiciones del capitalismo neoliberal. Parece que, ante la imposibilidad de pagar deudas estratosféricas, los subcontinentes del subdesarrollo crónico terminarán por asediar con flujos migratorios incontenibles a sus acreedores de los subcontinentes de la abundancia y el desperdicio. Y todo en el contexto del deterioro quizás irreversible de las condiciones ambientales a niveles también planetario.
Por paradójico que pareza, la tercera revolución tecnológica, al traer con ella la dominación hegemónica del capital financiero sobre el capital productivo, generó la crisis mundial de mayor profundidad y extensión en la histioria del capitalismo, aun cuando Estados Unidos, la Unión Europea y Japón, junto con las otras potencias asiáticas emergentes -China incluida-, alcanzan ritmos razonables, y en algunos casos extraordinarios, de crecimiento.
El caso es que son cada vez mayores las proporciones de la miseria global, incluyendo sectores de pobreza extrema y abandono social de considerable amplitud en las economías de los países privilegiados (desempleo crónico, descensos graves en los niveles de vida, gasto social impagable, etcétera).
Es difícil determinar si se trata de una crisis estructural inscrita en los ciclos normales de larga duración de la reproducción del capitalismo tardío, o bien, si nos encontramos ante la crisis terminal del sistema del libre mercado, curiosamente como consecuencia de la liberación universal o apertura indiscriminada de ese mismo mercado. Todo esto dentro de un universo de alta competitividad, restricción de mercados, escasez de capitales y debilitamiento de los movimientos de los trabajadores urbanos y rurales a nivel mundial, a pesar de los avances democráticos innegables en una parte cosiderable del planeta, México incluido, aun cuando la democracia sigue planteándose en los términos del capital financiero, esto es, en sus modalidades políticas y jurídicas antes que sociales.
En el encuentro internacional de Chiapas se dieron indicios claros de la génesis de una nueva izquierda de vocación planetaria, en los que se confirma el abandono de una perspectiva política que tenía la toma del poder como criterio irrefutable para alcanzar la socialización en un futuro siempre postergable, a otra más razonable y no por ello menos utópica, en el sentido imaginativo y justiciero de la palabra, donde las masas populares pueden plantearse de modo autogestionario la socialización paulatina en función de sus intereses cotidianos directos (barrios, medio ambiente, escuelas, sindicatos democráticos, organizaciones no gubernamentales, cooperativas, etcétera): como única respuesta de sobrevivencia digna a la que quizás pueda accederse sin necesidad de pasar por el control estatal de la vida disfrazado de planificación económica que, como bien demostraron la vieja URSS y sus seguidores de diferentes latitudes, llevaba a la sociedad a un grado de parálisis casi total al servicio de la burocracia armada en el poder.
Con la URSS desapareció el leninismo, y junto con éste una cierta concepción restringida del mundo, de corte dictatorial o totalitario: ese parece ser el mensaje de Las Cañadas.