La Jornada 11 de agosto de 1996

MAR DE HISTORIAS Cristina Pacheco
Reprobados

Virginia se acomoda el cabello y adopta una actitud decidida cuando entra en el edificio de espejos. El vigilante le indica con la mirada que siga hasta el área de Registro e Información. Ella murmura: ``Es que sólo venga a...'' El hombre le responde automáticamente: ``De todos modos tiene que registrarse''.

Tras el mostrador está una muchacha vestida de verde esmeralda. Su maquillaje y su peinado denotan su propósito de parecerse a Selena. Sin mirar a Virginia le ordena: ``Se registra''. La recién llegada sonríe: ``Es que sólo venga a buscar a mi esposo: es el señor Cabrera''. La recepcionista no parece haberla escuchado y Virginia insiste: ``Está en computadoras''. La muchacha verde esmeralda disimula una sonrisa: ``¿Computadoras? Aquí hay muchas en todos los departamentos. ¿En que área trabaja su esposo? Virginia se lleva la mano al pecho. Sentir la imagen bendita enganchada a su cuello no la ayuda a recordar: ``Es que estoy un poco nerviosa, discúlpeme; pero me urge hablar con mi marido: Alfonso Cabrera''. En el rostro de la empleada se dibuja una sonrisa más amplia: ``Ah, Ponchito Cabrera. Lo llamo. Pero de todas formas, regístrese por favor''.

Virginia toma el plumil que, unido al mostrador con una cuerda, le ofrece la recepcionista. Nombre, asunto, empresa, hora de entrada, salida. Incómoda por la observación de la apócrifa Selena, la recién llegada pregunta: ``Donde dice empresa, ¿que pongo?'' No obtiene respuesta porque la empleada habla por teléfono: ¿Chabe? Gordita, ¿no está Alfonso por allí? Lo busca su señora. Dile que baje, porfis, ¿no?''

Virginia retrocede hasta la puerta, las hojas de cristal le permiten ver a los transeúntes. Se pregunta adónde irán, cómo pueden sonreír en una mañana que ha sido para ella un infierno: la discusión con Alfonso, el abatimiento de su hijo Javier, el tiempo perdido en el módulo de aclaraciones y luego marcando inútilmente el teléfono del Ceneval. Su silencio le inspiró la idea de ir en busca de Alfonso para pedirle los cinco mil pesos. En el trayecto hasta la afianzadora recordó que su esposo prácticamente le ha prohibido que lo visite en su trabajo: ``A lo mejor porque tiene algo con la señora de verde'', piensa mientras mira hacia la calle.

No se da cuenta cuando llega su esposo. Inquieto, Alfonso le pregunta: ``¿Pasó algo?'' Virginia se vuelve hacia la recepcionista. El traduce el gesto, la toma del brazo y la conduce hasta el mostrador. Con tono engolado y solemne la presenta: ``Miriam, te presento a mi señora. Creo que nada más se peinó y se vino''. La broma incomoda a Virginia, pero lo oculta con una sonrisa: ``Perdón, no tuve tiempo de arreglarme. Es que, sabe usted? Ando con el problema de mi hijo. Es de los que tuvieron problemas con el examen.

``Fíjese: salió de la secundaria con promedio de nueve. Pidió ir a la Prepa 8, la que, por cierto, nos queda a dos minutos de la casa porque quiere ser médico. ¿Y adónde cree que lo mandaron? A un DGTI que está en Tultitlán y nosotros vivimos en Plateros. ¿Se imagina? Nada más de puro viaje serían dos horas y media. Lo sé porque ya fui a ver la escuela y está horrible: entre dos muladares, ¿que le parece? Y además, ¿sabe lo que le enseñarían allí? Cosas de motores que a él no le interesan''.

Virginia no se da cuenta de que su discurso es demasiado largo y no le importa a Miriam. Para hacerla reaccionar, Alfonso le guiña un ojo: ``Qué bárbara, ¡cómo hablas! Miriam tiene mucho trabajo y la estamos interrumpiendo''. Orgullosa de que su compañera destaque su importancia en la afianzadora, la recepcionista sonríe: ``No se preocupe Ponchito, yo entiendo''. Alfonso le devuelve la gentileza: ``Voy a salir un momento. Si llegan los de Ariel hágalos pasar. Ah, y por cierto, ¿cómo le fue a su mamá en la operación?'' ``Bien, gracias a Dios. Le di sus saludos''.

II

Por la rapidez con que Alfonso camina, Virginia sabe que está molesto. ``Perdona que haya venido. Ya sé que no te gusta que me vean.'' ``No seas rídicula, lo que pasa en que estoy trabajando.'' ``Pues sí, pero más importante que eso es el problema de Javier. Es tu hijo ¿no?'' ``¿Quién lo niega?'' Virginia aspira con fuerza para diluir la irritación que le casó la respuesta: ``Nadie, pero parece que te importa más lo que le sucede a la mamá de tu amiguita que lo que pueda pasarle a nuestro hijo''.

Alfonso se echa hacia atrás: ``Si viniste a hacerme una escenita de celos...'' ``¿Celos? ¡Estás loco! Vine a pedirte que saques del banco cinco mil pesos'', ``¿Qué? En primer lugar no los tengo''. ``Entonces consíguelos'', dice Virginia irreductible. ``¿Dónde?'' ``En tu trabajo. Pídelos, luego veré cómo los pagamos.'' ``¿Se puede saber para qué diablos quieres ese dinero con tanta urgencia?'' ``Para que cambien a Javito a la Prepa. Oye, no me veas con esos ojos. No estoy inventando. Hoy en la mañana, cuando estaba formada para entrar al módulo de aclaraciones o como se llame, se me acercó un tipo. Me dijo que si le daba cinco mil pesos se conseguía el cambio.'' ``Pero ¿cómo puede ser eso?'' ``Pues así... Si no estuviera tan desesperada por mi hijo, por Dios que denunciaría a ese miserable, ¡Da asco! No es posible que hasta en eso haya corrupción''.

Alfonso pretende sonreír: ``Te escandalizas mucho, pero quieres hacer lo mismo''. Virginia juega con una servilleta: ``Sí, ya lo sé. Es otro caso que me duele: ver que nunca le queda a uno otro camino. Además, si yo viera que Javito no tiene capacidad, que sacó malas calificaciones, aceptaría lo que le dieran. Pero no es justo que con su promedio lo manden a una escuela técnica''. Alfonso levanta la mano para callarla: ``Ya me lo dijiste mil veces. Se lo dices a todo el mundo. A Miriam la atosigaste con el rollo. Y ¿quieres que te diga una cosa? ¡Estás exagerando! El muchacho es joven. Un año pasa rápido y además, no creo que le haga mal aprender alguna cosa técnica''.

Virginia, dando golpecitos en la mesa, insiste en sus argumentos: ``Si eso le gustara, perfecto; pero no es así. El quiere ser médico, es su vocación, está decidiendo su vida. ¿Qué no entiendes?'' Alfonso se vuelve a mirar hacia la calle: ``Mucha de la gente que ves allí se dedica a vender cosas, donde sea. ¿Y sabes? No dudo que todos sean gentes que estudiaron para abogados, para ingenieros, para médicos. ¿De qué les sirvió? ¡De nada! Quizá estarían mejor si hubieran aprendido un oficio''. Ver que su esposa mueve la cabeza con desaliento lo obliga a preguntar: ``¿Dije algo mal o qué?''

Acodada en la mesa, Virginia se tapa los ojos: ``Es que no entiendo que digas eso... Si fuera otra persona, lo entendería''. ``Perdóname, ahora soy yo el que no comprende nada. Explícame por favor. ¿Adónde vas? ``Al baño, ¿adónde quieres que vaya?''

III

Cuando Virginia vuelve a la mesa, Alfonso ve sus ojos irritados. ``¡Lloraste! Sin que te disgustes ¿puedes decirme el motivo?'' Virginia coloca una mano sobre las de su esposo y segura de que nadie los oye le responde: ``Mi vida, ¿no estás en Alcohólicos Anónimos?'' Alfonso adopta una actitud defensiva: ``Sí ¿y qué? No me abochorna decirlo y si a ti te avergüenza es tu bronca''. Con renovada ternura, su esposa aclara: ``Sabes que no. Sólo quiero que me digas una cosa: ¿por qué bebías?''

Desconcertado, Alfonso retira su taza de café: ``¿Eso qué tiene que ver con mi hijo?'' ``Todo. ¿Te digo por qué tomabas? Porque te sentías mal, frustrado. Me lo confesaste infinidad de veces.'' Alfonso se tornó cínico: ``Si ya lo sabías ¿para qué me lo preguntaste? ¿Para humillarme o para recordarme que no soy nadie? Si lo hiciste para eso, debes sentirte contentísimo. ¡Lo lograste!''

Pasados unos minutos de silencio, Virginia se pone de pie. ``¿Vas al baño otra vez?'' ``No, me voy a la casa.'' ``¿Pues no querías que habláramos?'' ``Sí, pero veo que es inútil. Malinterpretas todo lo que digo. Si te pedí que recordaras por qué tomabas no fue para ofenderte.'' ``Ah ¿no? Entonces ¿para qué?'' ``Para que entiendas por qué es tan importante lograr que Javier estudie lo que quiere. Acuérdate de lo que me decías: me emborracho para no pensar en que jamás realizaré mi sueño de ser arquietecto. No quiero que suceda lo mismo con Javier y si para evitarlo tengo que pagar o venderme, ¡lo haré! Y si es corrupción, no me importa. Así que de una vez, repruébame.''

Virginia abandona precipitadamente el restorán. A los pocos minutos de caminar sin rumbo escucha la voz de Alfonso: ``¿Dijiste cinco mil pesos?'' Al advertir la sonrisa triste con que su esposa le responde él continúa: ``No sólo tú. En esta prueba yo también estoy saliendo reprobado''.