La economía mexicana sigue marcada por la necesidad de mantenerse en la austeridad. La crisis financiera todavía no termina y la recomposición de las instituciones, especialmente los bancos, ha sido muy costosa y ha cambiado la estructura de la propiedad. El costo del salvamento del sistema bancario podría superar los 170 mil millones de pesos (según informa El Economista del 9 de agosto), aunque la Secretaría de Hacienda reconoció el mismo día que ``es difícil estimar el costo efectivo de cada uno de los planes de apoyo a deudores y capitalización de los bancos'' (El Financiero). En todo caso, la cifra que se conoce equivale a 22.7 mil millones de dólares que a su vez representa 15 por ciento de la deuda externa.
El país está montado en una montaña de endeudamiento y la situación, de continuar así, tenderá a seguir empeorando y se va a extender por generaciones. Cada mexicano, a pesar de tanta diferencia económica que hay entre unos y otros, debe revisar su situación patrimonial, pues sus pasivos son mucho mayores de lo que piensa. En muchos casos estas deudas no están registradas de manera individual, pero son una carga efectiva en términos de más impuestos, menor crecimiento económico, menos obras y servicios públicos, menos oportunidades, más inseguridad e incertidumbre. Así, los réditos de la deuda que existe son bastante elevados.
Ante esto no queda otra alternativa, desde la perspectiva convencional de la gestión económica, que la austeridad. El balance en el que se tiene que operar ante la situación financiera es tan precario que cualquier movimiento hacia una expansión efectiva puede dar con él al traste. Ahora se está reivindicando la meta de 3 por ciento de crecimiento del producto para este año como algo suficiente. Esta postura justifica que el gobierno no aumente su gasto para alentar la demanda interna y serán dos años en que la actividad económica, es decir, la actividad de la mayoría de las empresas y de los trabajadores, sea muy reducida. Esto significa que no debe perderse de vista el hecho que la economía viene de una gran caída de casi 7 por ciento del producto interno bruto en 1995 y que está en una condición de desajuste de su estructura productiva y de fuertes presiones financieras. Es decir, esa perspectiva en que debe ubicarse el crecimiento de este año y la gestión económica en su conjunto.
La austeridad que hoy se impone no garantiza que se logre un equilibrio financiero sustentable más adelante. Obsérvese el caso del valor del peso frente al dólar. El peso se ha fortalecido en las últimas semanas y su tasa de cambio es del orden de 7.50 por dólar. Esta situación se sostiene en la reducción de la inflación interna y en la ayuda de la economía de Estados Unidos, cuya propia inflación es mínima y donde la tasa de interés de los bonos del Tesoro a largo plazo se mantiene baja. Hoy la decisión financiera adecuada es estar en pesos y aprovechar la diferencia en las tasas efectivas de interés (descontadas las inflaciones en ambos países), por eso se observa un exceso de oferta de dólares en el mercado cambiario. El tipo de cambio barato ayuda a que el crecimiento de la inflación se mantenga bajo control y abarata también las mercancías importadas que sostienen el crecimiento de algunas industrias. El riesgo es el mismo que había en 1994 y es el de sobrevaluar el peso, o sea, hacerlo demasiado barato. Pero ello se podría compensar mediante la atracción de capitales de corto plazo del exterior. Ambas cuestiones podrían llevar después a un ajuste más grande del que se esperaría hoy con las condiciones existentes en el mercado.
El mismo argumento se aplica a otras economías de la región y se refiere a los inestables equilibrios financieros en los que funcionan y que sólo se sostienen con la austeridad. El caso argentino se está desenvolviendo de manera particular. Las centrales obreras parece que le están tomando la medida al gobierno de Carlos Menem y la huelga general tuvo una amplia convocatoria. Las certezas del modelo de ajuste del ahora ex ministro de Finanzas, Domingo Cavallo, se han desdibujado de manera rápida y la restricción económica está perdiendo la horma de su zapato.
No debe ser grato para las políticas que se han aplicado pasar de la elegancia del mundo de las altas finanzas a las manifestaciones callejeras. En Brasil el Plan Real tiene también sus problemas y ahora hasta el mismo Fondo Monetario Internacional (FMI) ha recomendado una devaluación de la moneda para frenar el déficit externo, aunque haya más inflación. Todavía habremos de oír muchas cosas y hay que estar preparados para esos momentos.