Los opositores al neoliberalismo se dividen en varias (y opuestas) categorías: los que creen que es simplemente una de las políticas posibles y le oponen inaplicables recetas keynesiano-populistas, los que siguen emperrados en la búsqueda de una estatización generalizada y una planificación burocrática y centralizada, que abusivamente llaman socialismo, los que le contraponen una buena dosis de lamentos y moralina y nada más, los que no han olvidado ni aprendido nada del pasado, los que tratan de mantener en vida los restos rurales y comunitarios del mismo aún no laminados por el rollo compresor del capital financiero, los que siguen diversas utopías y, finalmente, los que empíricamente luchan contra sus efectos sociales sin tener claro cuál podría ser la alternativa, según el principio napoleónico de ``on s'engage et puis on voi'' (entramos en acción y después vemos).
Mientras los populistas y partidarios de la teoría de la dependencia, según la cual el Tercer Mundo sería un bloque único explotado por el Primer Mundo (también homogéneamente), al igual que los dogmáticos del ``socialismo real'', tratan de revivir cadáveres y proponen políticas económicas ya fracasadas e imposibles en una economía globalizada (cuya existencia ni siquiera ven); los ecoindigenistas, en cambio, esperan ilusoriamente reformar el sistema y humanizar sus políticas y luchan en defensa de las especies vegetales y animales o de las civilizaciones en extinción con exhortaciones morales y tratando de sacudir las conciencias adormecidas. Otras utopías, religiosas o laicas, prescinden también de la realidad aunque vayan a La Realidad. Sólo los que parten de luchas masivas por problemas concretos -como los trabajadores franceses- aportan alguna piedra al edificio del futuro alternativo. Como en la acción cambia y madura la conciencia, surge el concepto comunitario y la fraternidad, y como el hambre viene comiendo y del egoísmo legítimo de una reivindicación nace una teoría social colectiva, de ellos se puede esperar algo.
A condición, sin embargo, de que se entienda que la economía es irreversiblemente mundial y de que el capital ha sufrido una transformación cualitativa, no en el sentido absurdo de que descansaría ahora sobre la especulación y no sobre la producción (ya que la especulación, como el robo, no crea riqueza, sino que simplemente la hace cambiar de manos), sino porque el capital financiero controla y concentra el sector productivo industrial como nunca en la historia. La centralización y urbanización a fondo del mundo transforma y destruye la vida precapitalista o capitalista atrasada, recomponiendo profundamente la producción y haciendo tabla rasa de conocimientos y tradiciones, identidades nacionales.
Es posible, por lo tanto, que los sectores urbanos modernos duramente golpeados por el neoliberalismo (asalariados, intelectuales desclasados), con su capacidad de golpear en la producción y en el dominio político a quien hace retroceder las conquistas de civilización, puedan unir detrás de sí a todos los otros ``no'', a los que defienden el mundo precapitalista porque no tienen otra forma de existir, a los que, como consumidores, defienden la calidad de la vida, a quienes, por su formación ética, defienden valores y utopías milenarias y luchan por la justicia.
Siempre a condición de que esos sectores modernos (los otros no pueden ni engendrar ni pensar un futuro para este mundo transformado) puedan encontrar palancas político-organizativas que sean, a la vez, eficaces en la lucha contra el neoliberalismo, y capaces de agregar a las capas cuyo ``no'' tiene otras motivaciones.
Esas palancas son, fundamentalmente, la lucha por el trabajo para todos para acabar con la desocupación y salvar los ingresos y las conquistas materiales, la defensa de la democracia y la reconstrucción de la solidaridad y la fraternidad, dentro y fuera de las fronteras, frente a un capital que es mundial y actúa con el mundo como escenario. Para unir los ``no'' a la política del capital financiero se requiere, en resumen, llevar a su cumplimiento la democracia. Porque trabajo para todos (reducción del horario semanal con ese fin) significa, ni más ni menos, sacar a la mercancía fuerza de trabajo fuera de las leyes del mercado sobre la base de una acción política, salvar las conquistas y la civilización significa oponer los consumidores-ciudadanos a la ley del beneficio que declara inútiles y antiproductivos los gastos sociales, solidaridad significa anteponer el humanitarismo y la ética al lucro del capital. En una palabra, sólo podrá existir una Internacional de la Esperanza si el coro de diversos ``no'' al neoliberalismo encuentra un eje moderno en la producción industrial, en las ciudades y, sobre todo, el programa de una nueva Revolución Francesa que salve lo que aún queda de la vieja