Las calles de la antigua ciudad de México están llenas de leyendas; una de las más famosas es la de don Juan Manuel, que don Artemio del Valle Arizpe nos cuenta con lujo de detalles. La hace particularmente interesante que el solar en donde estuvo la inmensa casona en donde vivió y a cuya puerta sucedieron los hechos, está ocupado por dos espléndidas residencias dieciochescas, cuyos antiguos dueños afirmaban que allí permanecía el espíritu atormentado del tristemente célebre don Juan Manuel Solórzano.
Dice la leyenda que el virrey don Lope Díaz de Armendáriz, marqués de Cadereyta, a todas partes se hacía acompañar del tal don Juan Manuel, con quien además de juergas y paseos compartía jugosos negocios, lo que le ocasionó múltiples enemigos, cuestión que le mantenía sin cuidado por su estrecha amistad con el virrey.
Pero sucedió que un día el gobernante tras un escándalo se fue de México, quedándose en la desgracia su gran amigo; éste, que de milagro se libró de la cárcel, se encerró triste y amargado en su casona, con la compañía de sus múltiples criados y su bella esposa doña Ana Porcel.
Ese encierro parece haberlo perturbado y empezó a sentir celos feroces de su dulce y fiel cónyuge, que lo llevaron a espiarla obsesivamente. Era tanta su desesperación al no encontrar evidencias del engaño, que finalmente acudió a un brujo a quien estaba dispuesto a darle lo que pidiera.
Este lo llevó una oscura noche a un costado de la iglesia de San Diego hoy Pinacoteca Virreinal y tras diversos conjuros le dijo: ``Mi compadre Satanás acepta tu alma, don Juan Manuel de Solórzano. El y yo sabemos quién es el amante de tu esposa; si tú también quieres saberlo para que tomes justa venganza, sal de tu casa a las once de la noche y al que pase a esa hora por la acera, mátalo porque él es quien te roba la honra y la dicha''.
Estas instrucciones fueron seguidas al pie de la letra por el Otelo virreinal y a la siguiente noche, a la hora indicada, salió de la casona envuelto en su capa; al primer sujeto que pasó se le acercó y dijo: ''Perdone que lo interrumpa en su camino, señor, pero podría usted decirme qué horas son? Las once le contestó. A lo que don Juan Manuel respondió Las once? Pues dichoso usted que sabe la hora en que muere'' clavándole a continuación filoso puñal en el corazón. Esta escena se repitió noche tras noche durante varias semanas, porque sus celos enfermizos no se calmaban, hasta que en una ocasión tocaron el portón de su mansión en la madrugada, para avisarle que su querido tío don Francisco Medano había sido encontrado apuñaleado a la puerta de su casa, misma escena que se sucedió la noche siguiente, con la persona de su primo amadísimo don Fernando de Aguilar.
Desesperado de dolor y arrepentimiento, buscó el alivio de la confesión; el generoso sacerdote condicionó su absolución a que durante tres días a la medianoche, rezara un rosario al pie de la horca que se hallaba en la Plaza Mayor, y que al rezar el último volviera y le daría el perdón.
Así lo hizo el arrepentido la primera noche, aunque huyo aterrorizado al finalizar, pues una voz de ultratumba anunciaba un padre nuestro y un avemaría por el alma de don Juan Manuel Solórzano! Acudió asustado con el confesor y éste le ordenó que continuara con la penitencia ordenada. La segunda noche fue peor, pues vio pasar su entierro.
En pánico regresó con el cura, solicitándole que le perdonara el último rosario y éste comprensivo lo absolvió, pero le mandó concluir la pena; con un supremo esfuerzo se dirigió nuevamente al pie de la horca. Al día siguiente la ciudad se conmocionó con el cadáver del rico caballero don Juan Manuel Solórzano, colgado de la horca de la Plaza Mayor.
Años después del escándalo que nunca se olvidó, los herederos vendieron la inmensa residencia, que fue destruida tratando de borrar la triste memoria, y en el solar edificaron sus casonas señoriales los condes de la Cortina y de la Torre Cossio. Ambas mutiladas en el interior, conservan por fortuna sus espléndidas fachadas, recubiertas de tezontle color vino y elegante decoración de cantera, finamente labrada. En la de la Torre Cossio destacan las gárgolas en forma de cañón, lo que indica que su dueño fue capitán general.
Ubicadas en República de Uruguay 90 y 94, esquina 20 de Noviembre, ameritan una visita, que puede concluir en el exquisito restaurante Danubio, ubicado en el número 3 de la misma calle, que después de 50 años continúa teniendo los mejores mariscos y pescados de México, que incluyen exquiciteses como percebes y unas sardinas portuguesas asadas, que son del otro mundo. El servicio dirigido por el gentil don Julio Velázquez en la planta baja y don Gaizka Azteinza en la alta, es excelente.