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El acuerdo firmado por Fidel Velázquez y el dirigente de la Coparmex,
Carlos Abascal, pretende instaurar una ``nueva cultura laboral'' y ``dejar de lado la lucha de clases para avanzar el diálogo y el entendimiento entre líderes y patrones''. Sin embargo, a juzgar por la historia del sindicalismo, nunca se rompió el ``entendimiento'' entre los dirigentes sindicales, el gobierno y los empresarios, aunque muchas veces hayan existido problemas entre los trabajadores y los patrones, los cuales, como en este caso, no se preocupan de lo que puedan pensar las bases sindicalizadas, pues les basta con llegar a acuerdos con quienes dicen representarlas.
De modo que se avanza, como en otros países del mundo, hacia una mayor flexibilidad en el mercado de la mano de obra, a la que se bautiza de ``nueva cultura laboral'', aunque, en realidad, desempolva la vieja cultura de fines del siglo pasado, cuando a la mercancía fuerza de trabajo se le aplicaban directa y crudamente los principios de la libre circulación de mercancías y del mercado, sin reglas sociales, ni protecciones especiales para las mujeres, los ancianos y los niños, ni consideraciones políticas de ningún tipo.
Por ejemplo, mientras Fidel Velázquez se preocupa por asegurar concretamente que no habrán mejoras salariales, en todo lo demás reina una amenazadora vaguedad. En efecto, se dice que el derecho de huelga no será tocado pero que el cese de actividades será ``un último recurso'', sin establecer quién dirá, ni cómo, cuándo se llega a esa situación extrema y, por supuesto, sugiriendo que no serán los trabajadores mismos los que decidan al respecto. Igualmente, se habla de ``flexibilidad laboral'', sin más, cuando ésta, en todos los países que pretenden obtenerla, es un eufemismo que encubre el trabajo nocturno de las mujeres y los niños, los horarios variables según las necesidades de las empresas, la creación de zonas con salarios inferiores, la supresión de las leyes de protección al trabajador (entre las cuales, la que se refiere a la indemnización por despido), el derecho a utilizar la mano de obra en trabajos no contemplados por los actuales contratos, etcétera.
Esta nueva amenaza contra los ingresos, la estabilidad en el empleo público y privado y la salud misma de los trabajadores (que serán sometidos a una mayor intensidad del trabajo con salarios cada vez menores, debido a la inflación) no ayuda verdaderamente a estabilizar el clima social y político en el país. Aunque, sin duda, estimulará a los inversionistas y elevará la tasa de ganancias, reducirá aún más el consumo popular y el nivel de vida, no sólo de los asalariados, sino también de todos los que dependen de los ingresos de éstos. Además, como la realidad social se impone a la legislación, aunque se asegure hoy que la Ley Federal del Trabajo no será modificada, la modificación de las relaciones laborales le dará a esa legislación un golpe mortal.
Esta ``nueva cultura laboral'', tan pregonada, no refleja, por cierto, mucha cultura histórica ni de parte de quienes, por el afán de lucro, alimentan alegremente el descontento social ni de quienes, en nombre de los trabajadores, liquidan sin pestañear su propia base de influencia entre éstos. Cuánto tiempo se podrá seguir jugando con el fuego sin llegar a empalmar la protesta urbana con la campesina?