En un viejo restaurante alemán de la Zona Rosa, Eduardo Galeano pide unos tacos de camarones. A su derecha está llorando Helena, su compañera entrañable. ¿La causa? La bravura de unos chiles toreados que, a pesar del fuego, llegaron invictos a la mesa. Junto a Helena, el gran Gianni Mino brinda conmigo porque a los dos nos gustó la entrevista que le hice para el Canal 40 (y que pasará, corre comercial, de este lunes en ocho). Viene de pronto el mesero. Hay una llamada para el famoso periodista de Italia. ``¡Pero Gianni!'', exclaman Eduardo y Helena al mismo tiempo. ``¿Ya vamos a empezar?''
El senador Fernando Solana y Gloria, su esposa, preguntan, dice Gianni, si pueden pasar a tomar el café con nosotros. ``Y claro'', acepta el escritor uruguayo que, por lo demás, no es Alí. Cabe la aclaración porque, en 1982, Mohammed Alí estaba en Roma y tenía cita para comer con Gianni. Cuando éste se disponía a salir de los estudios de la RAI, sonó el teléfono. Era Fellini. ``¿Cómo? ¿Vas a comer con mi campeón y no me invitas?'' ``Estás invitado, Federico''. Al minuto y medio, nuevo clamor telefónico. ``Me lo acaba de decir Federico. Si no me invitas, nunca te lo voy a perdonar.'' Era Sergio Leone. ``Te invito, Sergio, te invito''. Con la mano en el picaporte, luego de apagar la luz, Gianni volvió a escuchar el timbre y levantó la bocina. ``Ahora vas a pensar que el hijo de puta soy yo, porque estoy en Roma hace una semana y no te he llamado, pero no importa. Llévame a ver a Cassius Clay''. Era Gabriel García Márquez.
--¿Conociste a Onetti? --pregunto a Galeano.
Estuvieron más de cinco horas formados bajo el rayo del sol, antes de entrar en el gimnasio, en el estadio, en la alberca donde presentaron sus exámenes. Algunos se quedaron dormidos sobre el pupitre. Muchos, no obstante, sacaron buenas calificaciones. De ocho y nueve para arriba. Ahora que han sido admitidos en el primer nivel de la educación superior, una dictadura ciega, sorda, inapelable e inútil, los envía a inscribirse en escuelas que no existen, o que se ubican a dos horas de su casa. El martes apenas, un hombre se quejaba en El Nacional (página 8): ``Para llegar a la escuela que le dieron, mi hijo va a tener que pagar 125 pesos diarios de transporte. ¿El gobierno me va a dar ese dinero?''
Ana Cecilia quiere ser dentista: la dictadura la obliga a estudiar artes gráficas. René aspira a diseñar motores de autos: la dictadura lo obliga a estudiar derecho. Mónica pretende ser astrónoma: la dictadura la obliga a estudiar contabilidad. En su afán por implantar en México el modelo educativo de Estados Unidos --que ya acató la UNAM, al modificar el plan de estudios del CCH, a pesar de las rabiosas protestas de los maestros--, el ``gobierno'' se limita a cumplir instrucciones imperiales: la dictadura lo obliga a decir que todo está bien y el resultado se refleja en el titular principal de La Jornada del martes: ``Ira y desorden; la SEP no resuelve''.
Sobre la misma Plaza de la Constitución, ahí donde el miércoles gritaban cientos de padres y madres justamente indignados contra el ``gobierno'', aún había huellas de los chorritos de sangre que horas antes, a ritmo cardiaco, habían escupido las venas abiertas de los enfermeros del Distrito Federal. ¿Por qué? Porque en los hospitales públicos no hay jeringas. ¿Por qué? Porque el ``gobierno'' prefiere pagar 8 mil millones de dólares a Estados Unidos. ¿Por qué? Porque la política económica del ``gobierno'' constituye el más grave delito contra la salud.
Esperando a Galeano, desde el teléfono del viejo restaurante alemán, el tonto del pueblo me pregunta:. ¿Y qué sabes de la conferencia de prensa del EPR? Ni media palabra, reconozco, sólo lo que ya trascendió: que se unifican catorce organizaciones armadas, que tienen un pliego petitorio, que dan un plazo para que les respondan y que si no los toman en cuenta, guerra.
Hay más de 60 millones de pobres en México. En 1996, hasta la fecha, el desempleo ha crecido en 3.7 por ciento, a una tasa más baja que la delincuencia en el Distrito Federal. Una anciana fue violada y asesinada esta semana; a su nieta de 9 años la violaron también y le cortaron la mano por haber escrito el nombre de uno de sus atacantes. Esto, en Coyoacán. Cerca del metro La Raza, al bajar del microbús donde acababan de asaltar a más de veinte personas, el último de los tres pandilleros, antes de pegar el brinco a la banqueta, voltea y le dispara en la frente al primero que ve. ``Ahora, equilibrio de poderes'', anuncia un vocero del régimen.
Militarizada la mitad del país, 14 organizaciones armadas se declaran en pie de guerra y al día siguiente, léase ayer, la Bolsa registra una jornada tranquila, ni fu ni fa, sin altibajos. El Ejército Mexicano reacciona, en cambio, con mayor ímpetu. En el estado de Guerrero, oficialmente, se inicia la lucha antiguerrillas. Pero en Washington hay inquietud. La dictadura estima que el representante del verdadero gobierno de México ha dejado de estar a la altura de las circunstancias.
Thomas McLarty, empresario de la petroquímica-industria del gas, será enviado a México en sustitución del embajador James Jones, revela el Bussines Week en Estados Unidos. El señor McLarty no sólo es muy amigo de Clinton, no sólo colaboró con él en el gobierno de Arkansas, sino que incluso se fue con él a la Casa Blanca y ahora es miembro del Consejo de Seguridad Nacional. Clinton, según esto, no sólo desea que haya alguien de su absoluta confianza en México, sino que aplique, sobre todo, y aplique bien, el teorema de David Garay: ``La política del gobierno requiere cada vez más de la intervención de la policía''. McLarty será ideal para eso: orden, petróleo y contrainsurgencia.
``Sí'', dice Eduardo Galeano. ``Al Onetti lo conocí muy bien. Cuando llegamos a España, en el exilio, él ya vivía en Madrid. Avenida América 31. Yo me hice amigo de él desde que empecé a escribir, a los 18 años. Un día me van a buscar unos chicos, porque nosotros vivíamos en Barcelona, al norte de Barcelona, y me dicen que están haciendo la tesis sobre Onetti, que les gustaría hablar con él''.
Galeano reconstruye la escena diciéndola como si la estuviera escribiendo en papel: pronunciando mayúsculas, puntos, comas. Y no empuña una bocina imaginaria al relatar su conversación por teléfono. ``Viejo, te llamo porque dos chicos te quieren ver. Te pido que los recibas, son piolas los chicos. ¿Te parece que te vayan a ver mañana?'' Calva como la de Onetti, la cabeza de Galeano se estira por las mejillas, simulando la tristeza de mi venerado maestro: ``No sé... Viejo, que charlen contigo un momento... No sé... Dale, son buenos chicos... Puf... Está bien... ¿A qué horas les digo que los esperas?''
``Y que vengan a las cuatro'', dice finalmente Galeano, recomponiendo el rostro para agregar: ``Los chicos llegan en punto, van, tocan... Nada. Van a la esquina a dar la vueltita, regresan: nada. Cinco de la tarde: nada. A la seis me llaman: no sabemos qué pasa, no abre. Insistan, les digo, les va a abrir... Los chicos tocan otra vez: nada. Pero debajo de la puerta asoma un papelito que dice: `Onetti no está'. Los chicos se desesperan, golpean tímidamente la puerta''. Galeano retoma el personaje. ``Desnudo de la cabeza hasta el ombligo, con un pantalón de pijama atado a la cintura con una cuerda, ¡con una cuerda!, los hace pasar. La casa está a oscuras: los chicos entran en el reino de las tinieblas. En la mesa hay platos con comida de hace cinco días, en los ceniceros torres de puchos. El viejo les dice: `Me van a perdonar que los reciba sólo con dos dientes, pero los demás se los presté al Vargas Llosa'.