La explosión de una bomba al ingresar a su casa dio muerte, el pasado jueves 1 de agosto, al obispo católico de Orán, Argelia, y a su chofer. Monseñor Pedro Luciano Claverie había participado horas antes, con el ministro de Relaciones Exteriores de Francia, en una ceremonia conmemorativa de los siete monjes de la Trapa de Nuestra Señora de Atlas, en Tibehirine, también Argelia, asesinados salvajemente (fueron decapitados) apenas el 23 de mayo anterior por un comando del así llamado Grupo Islámico Armado (GIA), la más temible organización terrorista argelina que se opone con violencia a todo intento de tregua, diálogo y reconciliación nacional con el Gobierno.
Que sepamos, hasta el momento de escribir estas líneas nadie había reivindicado el atentado, pero, como expresó en su edición cotidiana L'Osservatore Romano de hace ocho días, el perfil del crimen es claro. ``La ferocidad de los terroristas del GIA no ha perdonando en el pasado a quien desarrolla con abnegación y valentía en Argelia una labor humanitaria al servicio de los más necesitados. A quien con su actitud de presencia, diálogo, caridad y testimonio se ha ganado con el tiempo una función importante en Argelia''. Con la muerte del obispo de Orán, son ya 19 los religiosos católicos asesinados en Argelia desde 1993.
Monseñor Claverie nació en Argel, capital de Argelia, de padres franco-argelinos, el 8 de mayo de 1938. En el momento de la Independencia de Argelia optó deliberadamente por la nacionalidad argelina. Ingresó a la Orden de Santo Domingo en 1958 y realizó sus estudios en las Facultades Pontificias de Filosofía y Teología de la Provincia de los Dominicos en Francia, ubicadas en Le Saulchoir, cerca de París. Fue ordenado sacerdote el 4 de julio de 1965. Luego de terminar sus estudios en Francia partió a El Cairo, donde con sus hermanos de Orden estudió en el Instituto de Estudios Orientales (IDEO). Regresó después a Argelia, donde enseñó estudios árabes e islámicos. Era un conocido experto en la historia del Islam y del Cristianismo en el Africa del Norte, y por ello gozaba de un gran prestigio en los ambientes civiles, religiosos, políticos y culturales del país. Dirigió también por muchos años un centro diocesano de formación cristiana, donde educó y formó a una generación de jóvenes argelinos, antes de ser nombrado obispo de Orán por el Papa Juan Pablo II el 25 de mayo de 1981. Fue ordenado obispo el 2 de octubre de ese año.
Siempre habló intensamente a favor de la paz, y por ello, como expresó el pasado 2 de agosto en un comunicado de prensa la Orden de Santo Domingo desde su curia general en Santa Sabina, Roma, su trágica muerte es lamentada no solamente por sus familiares, sus hermanos y hermanas de Orden, y sus hermanos obispos, sino por numerosas personas en Argelia y en otras partes, donde existe una cultura del diálogo, donde la fe hace la paz entre los pueblos. Sincero y franco, muchas veces invitó a los argelinos al diálogo y a la comprensión. ``No puede defenderse una causa justa con medios violentos'', expresó en una recolección de sus mensajes publicada recientemente con el título Carta y mensajes de Argelia.
Con el objeto de realizar visitas pastorales, viajó frecuentemente por su diócesis, a pesar del peligro que ello suponía, para animar a sus comunidades en su camino, y apoyarlas en su fe y en su compromiso por la paz. Tenía muchas y cercanas relaciones con los musulmanes, quienes apreciaban en él su profundo conocimiento y valoración de la cultura árabe. Durante el último año de su vida era miembro de la Comisión Pontificia para el Diálogo Interreligioso.
``De igual manera que los monjes de Tibehirine dice el maestro de la Orden de los Dominicos, monseñor Claverie sabía los riesgos que corría, pero eligió permanecer en solidaridad con el pueblo de Argelia y con todos aquellos que trabajan por la paz''. Luego del asesinato de los siete monjes de la Trapa de Nuestra Señora de Atlas, se le había preguntado por qué no abandonaba el país. Su respuesta inmediata fue: ``La Iglesia en Argelia es argelina y no francesa. Nuestra sangre es mestiza. Hemos escogido compartir el destino del pueblo argelino para bien o para mal''.
Hace algunos meses habló precisamente sobre el significado de su presencia diciendo: ``La Iglesia realiza su vocación y su misión cuando se hace presente ahí donde se está destruyendo a la humanidad, donde se está crucificando su carne. Jesús mismo murió suspendido entre el cielo y la tierra, con los brazos extendidos, como para acoger en su seno a todos los hijos de Dios, dispersos como estaban por el pecado, aislados y levantados unos contra otros, incluso contra Dios mismos. Jesús se colocó a sí mismo en el epicentro de esta trágica ruptura nacida del pecado. En Argelia nos encontramos precisamente en la frontera de la falla sísmica que amenaza con acabar con el mundo: entre el Islam y el Occidente, el Norte y el Sur, los ricos y los pobres. Este es, pues, para nosotros el lugar justo donde estar presentes, porque es ahí donde la Luz de la Resurrección podrá brillar venciendo a las tinieblas''.