El estado de Guerrero siempre ha sido terreno de conflictos explosivos. La aparición allí del llamado Partido Democrático Revolucionario Popular y de grupos clandestinos armados ha elevado aún más la permanente tensión en una zona que, en el pasado, ha presenciado fuertes movimientos guerrilleros con vasto apoyo popular y una trágica represión que ha dejado profundas cicatrices en la sociedad mexicana.
Por qué escoger, entonces, frente al problema del llamado Ejército Popular Revolucionario (EPR) una política diferente a la seguida exitosamente en Chiapas frente al Ejército Zapatista de Liberación Nacional, cuando se decidió, correctamente, detener la guerra en ese estado para pacificar el país? Por qué entrar en contradicción con las declaraciones oficiales de que la aparición del EPR no era más que una ``pantomima'' y anunciar, nada menos, el inicio en la zona de una lucha antiguerrillera que incluye el estudio minucioso del censo local para establecer listas de sospechosos, las cuales inevitablemente serán muy amplias y pueden dar origen a errores y arbitrariedades que costarían muy caros a los guerrerenses y al país todo? No se recuerda el costo social, en Guerrero mismo, del aplastamiento de las guerrillas de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez? No es posible declarar abiertamente que se desea abrir la vía del diálogo legal y directo con el EPR para dar un cauce político a las inquietudes legítimas o no de la población que puede prestar oídos a la guerrilla? No es mejor quitarle el espolón a una bomba de tiempo que hacer estallar viejos odios y conflictos en una zona tan sensible como Guerrero? También es preciso señalar que la estabilidad social no puede, en ningún caso, ser rehén de algunos que dicen representar a algún segmento de la sociedad pero de quienes, a la postre, poco o nada se conoce.
Antes que buscar salidas militares a los problemas relacionados con el orden social el buen sentido y la preservación de la democracia aconsejan agotar las soluciones políticas. Es necesario buscar un diálogo que, por difícil que pueda resultar, excluya toda decisión apresurada. Porque una guerra contra un puñado de rebeldes armados podría conducir, con la lógica terrible de todo conflicto armado, a luchar contra el mundo campesino de la sierra guerrerense, como hace 20 años, destruyendo así todos los logros obtenidos con el paciente proceso de negociación en Chiapas y lanzando a México hacia una peligrosa aventura.