Jean Meyer
La Cristiada, a 70 años

Hace 70 años el presidente Calles aplicaba a la Iglesia católica la Ley que inmediatamente llevó su nombre; los obispos contestaron con la suspensión del culto público. A los pocos días, cuando el Estado quiso realizar el inventario de los templos, dada su calidad de ``bienes de la nación'', la sangre empezó a correr. Otros pocos días y empezaban, en forma espontánea, los levantamientos que iban a confluir en la Cristiada, ese gran movimiento insurgente, popular y católico.

La Cristiada es un capítulo del gran conflicto secular entre la Iglesia católica y el Estado, en el mundo occidental. El conflicto que volvió a enfrentar a los dos poderes, los ``dos cuchillos'', para hablar como la gente de la Edad Media, entre 1914 y 1938 en México, engendró la Cristiada. Esta fue su momento más álgido, pero no fue todo el conflicto, que tenía dimensiones políticas nacionales e internacionales, como todos los conflictos, oponiendo un Estado a la Iglesia católica, institución transnacional con sede en Roma.

Pasa el tiempo y lo que una vez pareció historia demasiado contemporánea, hoy se vuelve historia antigua. Pasa el tiempo y cambia la perspectiva. Satanizada hace 25 años, la Cristiada tenía que ser 100 por ciento reaccionaria, y los que la estudiaban, reaccionarios también. Mucha gente se negaba a hablar, muchos archivos no se podían consultar. Hoy en día no hay problemas y existe una corriente que quiere incorporar a los cristeros a la revolución mexicana, como se hizo primero con los zapatistas, luego con los villistas, mucho tiempo descalificados como bandidos manipulados por los hacendados, las compañías petroleras y el clero, como los cristeros.

Si se trata de hacerles justicia a los cristeros está bien, pero algunos quieren ir más allá del reconocimiento legítimo de la naturaleza popular del movimiento, de su legítima defensa de la libertad religiosa; quieren hacer de la Cristiada una lucha popular contra todas las opresiones. Ayer condenados como guardia blanca de los hacendados malvados, como asesinos de los maestros de la escuela socialista (este episodio siniestro pertenece a la historia de los años 30 y no a la de la Cristiada, 1926-1929), los Cristeros pasarían a ser los hermanos de todos los guerrilleros del mundo. Así como Emiliano Zapata pasó a ser el anunciante de Marcos. Los cristeros no merecían tanta abominación ayer, tampoco les corresponde semejante alabanza hoy. Es peligro confundir y revolver todo con todo. No tiene caso.

Ningún levantamiento popular mexicano, en el siglo XX, puso en lucha a tanta gente en un espacio tan amplio, en una gama social tan amplia: 50 mil insurgentes en 17 estados de la República, y si Chihuahua no participó cuando tenía organizada una formidable subversión, fue porque su obispo, después de conseguir un acuerdo por debajo del agua con el gobierno local, prohibió la lucha armada. En la Cristiada participaron criollos, mestizos e indios, peones, comuneros, rancheros y hasta ejidatarios; volvieron a levantarse veteranos villistas y zapatistas; la milicia fue esencialmente campesina, pero el pueblo de las ciudades, así como la clase media, la juventud universitaria y en especial las mujeres hicieron posible una lucha armada que no recibió ninguna ayuda material o financiera internacional, ni tampoco de los ricos mexicanos.

Interminable, invencible, condenada a prolongarse a falta de poder ganar una batalla decisiva, la guerra cristera se mantenía dueña de los campos, en tanto que el gobierno controlaba las ciudades y vías ferreas. Esto habría durado mucho más que aquellos tremendos tres años que vieron perecer a casi 200 mil mexicanos, de no haber recapacitado, a mediados de 1929, las élites políticas y eclesiásticas.

La paz se hizo en junio de 1929 en forma de ``arreglos'' que ponían las bases de un modus vivendi que funcionó hasta la reforma constitucional de 1991. En ese conflicto tanto el Estado como la Iglesia demostraron su naturaleza de ``monstruos fríos'' y su cínica capacidad de adaptación. Qué pensar de esa afirmación de parte del gobierno, después de todo lo que había pasado, de que ``no es el propósito destruir la identidad de ninguna iglesia, ni entrometerse en sus funciones espirituales?'', cuando éso era exactamente lo que había intentado. Qué pensar de una Iglesia que hizo de la ambigedad su línea general? Se aprovechó de la fuerza de los cristeros para presionar al Estado pero, ciertamente, nunca aprobó al movimiento armado; el Papa dejó a los católicos, como individuos, la ``libertad de decidir'' y prohibió al clero toda ``participación física o moral, directa o indirecta''.

Los únicos que salen bien parados, a 70 años de distancia, son los cristeros y el pueblo católico que defendió de mil maneras sus convicciones, y también el general Lázaro Cárdenas, quien primero como militar y gobernador, luego como Presidente de la República, se ganó el respeto y la amistad de los cristeros que de él dijeron: ``No hizo correr la sangre, fue misericordioso, nos dio la paz''.