Pablo Gómez
Para leer al revés

Ernesto Zedillo ha dicho que la economía crecerá este año un tres por ciento, con lo cual se admite ya la inexactitud de las previsiones gubernamentales de finales del año pasado. Pero lo más fuerte de las aseveraciones hechas por el Presidente ante reporteros de la fuente financiera de varios diarios, es la aceptación de que los tesobonos se transformaron ``muy rápidamente'' de deuda interna a deuda externa, sin que el gobierno el de Zedillo haya hecho nada para perseguir esa transgresión de carácter legal.

Las leyes penales mexicanas persiguen la emisión indebida de bonos gubernamentales de deuda pública. La ley de ingresos de 1994 señalaba un tope de endeudamiento externo neto de 5 mil millones de dólares, el cual fue violado por Salinas, Aspe y Mancera. Los motivos de esa transgresión fueron varios, pero destaca el propósito del gobierno de sostener un peso notoriamente sobrevaluado con el propósito de postergar la crisis mientras se llevaban a cabo las elecciones.

Es muy difícil suponer que Salinas y Zedillo pensaran que el abultado déficit de la cuenta corriente podría mantenerse como si nada y que el ajuste cambiario no se produciría nunca. Lo que Zedillo no quiere reconocer es que, en parte, las omisiones de Salinas y las violaciones legales de entonces tenían como propósito el cuidar su propia candidatura.

Ernesto Zedillo declaró en una ocasión, recién la devaluación de diciembre de 1994, que él nada sabía de los tesobonos, lo cual es verdaderamente increíble, pues no solamente fue parte del gobierno de Salinas sino que era el candidato de éste y viajaba por el país haciendo diagnósticos y promesas, supuestamente con base en su conocimiento de la situación de la economía y de las finanzas públicas.

Hoy, el Presidente afirma que si no se hubieran tomado las decisiones que él asumió, el producto interno se habría desplomado en 15 puntos porcentuales. Está claro que si no se hubiera hecho absolutamente nada, la economía habría sufrido mucho más, pero la cuestión no radica en esto, sino en analizar el probable impacto de otras soluciones.

La crisis de diciembre de 1994 abrió un colapso financiero que no solamente consistió en que el gobierno tenía casi 30 mil millones de deuda de corto plazo cuando el Banco de México apenas albergaba una reserva de 10 mil, sino también en que la revolución de las tasas de interés, provocada por la devaluación súbita y sin el menor control, generó una impresionante cartera vencida y, al poco tiempo, una disolución de ahorro.

La insolvencia de la economía lo es también trágicamente de los deudores, quienes literalmente se han empobrecido. La manera como reaccionó el gobierno de Zedillo el 20 de diciembre fue lamentable, pero después, aun cuando Serra Puche fue enviado a su casa, las cosas fueron peores.

La devaluación del peso hacia finales de 1994 y principios de 1995 fue notablemente exagerada y desproporcionada. La situación económica no ameritaba tan grave desplome, el cual afectó también desmesuradamente a la microeconomía. Si el gobierno hubiera establecido algunos controles cambiarios para después negociarlos con el propósito de obtener refinanciamientos internacionales a fin de cubrir parte de los tesobonos, por lo menos la caída no hubiera sido tan severa y súbita, especialmente hacia abril y mayo de 1995, cuando las tasas de interés llegaron a despedazar el ahorro de millones, golpearon las finanzas públicas y paralizaron la producción.

Está clarísimo que la crisis era inevitable, como consecuencia de la política salinista de apertura comercial y financiera súbita y unilateral, pero la cuestión no radica en esto, sino en la forma de paliar lo inevitable, para lo cual no estaba preparado el nuevo gobierno.

Hoy, 19 meses después, los gobernantes dan muestras de falta de capacidad para emprender políticas reconstructivas, como antes evidenciaron su ineptitud para actuar eficazmente ante una crisis que según han dicho no esperaban.

Todo indica que Zedillo cree firmemente en que el tiempo es la respuesta al desastre de la economía. Los subsidios a la banca, por más grandes que han resultado, no son suficientes. Los mismos empresarios industriales demandan una nueva política de gasto público y rechazan las severas contracciones monetarias que se están produciendo. En México, por ejemplo, no hay ahorro suficiente si no hay construcción, y no hay ésta si no se realizan inversiones. Pero la banca no está jugando un papel relevante en esta materia, pues se encuentra tronada y las tasas de interés siguen siendo demasiado altas, por lo cual el Estado tendría que volver a su antiguo papel de promotor de las construcciones, especialmente de la vivienda, impulsora privilegiada del ahorro masivo.

Lo mismo puede decirse del conjunto de la política industrial, la cual, en realidad, no existe, pues se tendría que abordar nuevamente el problema de la apertura comercial, tema prohibido en el gobierno.

Tendrán que pasar muchos años ya lo dijo Zedillo para alcanzar el nivel de bienestar de antes. Con esto, el Presidente nos está diciendo que aquello del ``bienestar para tu familia'' era en realidad el malestar de los mexicanos. Es decir, que ya aprendimos a leer al revés todo lo que nos dicen desde el partido del gobierno.