Cada gobernante, viajera, ha tenido su manía ``cultural''. Hace tiempo tuvimos la apoteosis del folclorismo, que culminó con la certificación oficial de los huesos que doña Eulalia Guzmán encontró en Ichcateopan como los del mismísimo Cuauhtémoc, pese a las protestas abiertas o disimuladas de la mayoría de los arqueólogos. Luego vino la idea de convertir a nuestra ciudad en una especie de capital europea en Mesoamérica, por aquello de tantos conciertos, recitales y funciones de ópera.
Ultimamente las aguas parecían haberse aquietado, pues la aplicación de las teorías económicas en boga a la cultura, al crear un mercado de intelectuales --sobre todo jóvenes-- en feroz disputa por becas y premios, los ha mantenido atareados y alejados de tentaciones peligrosas.
Pero de pronto, las altas esferas toman bajo su protección otro proyecto ``cultural'': el ``rescate'' del penacho de Moctezuma, ausente de México durante 400 años y guardado desde hace un siglo en el Museo Etnológico de Viena. Una delegación de alto nivel viajó a Austria hace unos días para promover la idea, que cuenta al parecer con la simpatía del presidente de aquel país.
Según el director del CNCA, el penacho de Moctezuma tiene ``un valor emotivo, simbólico y cultural enorme'', y el gobierno está comprometido con todo lo que pueda contribuir a fomentar la identidad nacional, por lo cual apoya con firmeza el traslado de la dichosa prenda a nuestro país.
Francamente, viajera, si la idea es identificarse con un tlatoani soberbio, timorato y supersticioso, que comía en vajilla de oro y negaba a sus súbditos el privilegio de mirarlo a la cara; que abrió las puertas y las arcas de su nación al invasor extranjero y por fin sucumbió a la indignación de su pueblo, yo paso.
En cambio, no me extraña el interés de un gobierno como el que tenemos por el famoso gorro. Para coronar los esfuerzos globalizadores y la entrega paulatina de los tesoros nacionales, nada más apropiado que el símbolo de poder del padre del malinchismo.
No dudo que el dichoso penacho sea una obra de arte, y hasta puede que cuando regrese --porque regresará, que bien ganado se lo tienen-- me forme en las inmensas colas que sin duda se harán en el museo de Antropología o el del Templo Mayor para echarle un ojo. Pero sé que a ti y a mi nos gustaría más ver a los europeos devolver un poquito de tantas verdaderas riquezas que se llevaron